El alcalde de una ciudad denunció que los doctores se vieron obligados a decidir no atender a los más ancianos y dejarlos morir. En otra localidad, los pacientes con neumonía causada por el coronavirus fueron enviados a sus casas. En otro lugar, una enfermera colapsó con la mascarilla puesta y la fotografía de ese momento se convirtió en un símbolo de la sobresaturación del personal sanitario.
En menos de tres semanas, el coronavirus ha sobrecargado el sistema de salud por todo el norte de Italia. Ha convertido a la afectada región de Lombardía en una sombría visión de lo que les espera a los países si no son capaces de frenar la propagación del virus y “aplanar la curva” de nuevos casos para que los enfermos sean atendidos sin saturar la capacidad de los hospitales.
Si no lo logran, incluso los hospitales en países desarrollados con la mejor atención médica del mundo corren el riesgo de convertirse en pabellones de triaje, donde los médicos y enfermeros ordinarios deben tomar decisiones extraordinarias acerca de quién vive y quién muere. El próspero norte de Italia ya está enfrentando una versión de esa pesadilla.
“Esto es una guerra”, afirmó Massimo Puoti, director del departamento de enfermedades infecciosas del hospital Niguarda de Milán, uno de los más grandes en Lombardía, la región del norte de Italia en el centro de la epidemia del coronavirus del país.
Puoti dijo que la meta era limitar los contagios, controlar la epidemia y aprender más sobre la naturaleza del enemigo. “Necesitamos tiempo”.
En los últimos días, Italia instauró medidas draconianas: restringió el movimiento y cerró todas las tiendas excepto las farmacias, supermercados y otros servicios esenciales. Sin embargo, las medidas no llegaron a tiempo para prevenir la oleada de casos que han rebasado la capacidad incluso de un sistema de salud con buena reputación.
La experiencia de Italia ha puesto de manifiesto la necesidad de actuar decisivamente —rápido y en una etapa temprana— mucho antes de que el número de casos siquiera se acerque a niveles críticos. En ese punto, podría ya ser muy tarde para prevenir un aumento en los casos que exija a los sistemas mucho más del límite de su capacidad.
En Italia, que aparentemente ha superado ese límite, los doctores se están viendo involucrados en una situación extraordinaria que no se veía en países desarrollados europeos con sistemas de salud pública desde la Segunda Guerra Mundial.
Los médicos civiles están adoptando súbitamente una rutina de tiempos de guerra. Enfrentan preguntas de triaje debido a que se cancelan cirugías, los respiradores se convierten en recursos escasos y los funcionarios gubernamentales proponen convertir espacios de exposición abandonados en amplias salas de cuidados intensivos.
Los hospitales están armando carpas inflables acordonadas para enfermedades infecciosas en sus espacios. En Brescia, los pacientes colman los pasillos.
“Vivimos en un sistema que garantiza la salud y el derecho de todos a ser curados”, afirmó el presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, el 9 de marzo, mientras anunciaba las medidas para mantener a los italianos en sus casas.
“Es la base, el pilar y diría que hasta una característica de nuestro sistema de civilización”, afirmó. “Por lo tanto, no podemos permitirnos bajar la guardia”.
Por ahora, los expertos italianos de salud pública aseguran que el sistema, si bien está en grandes aprietos, está aguantando, y que todos los miles de personas que están sometiéndose a pruebas, haciendo visitas a las salas de emergencia y recibiendo cuidados intensivos están obteniendo estos servicios de manera gratuita, lo que mantiene intacto uno de los principios fundamentales de la democracia italiana.
Pero antes de que la región de Lombardía centralizara sus comunicaciones el 12 de marzo y al parecer acallara a los doctores y enfermeros que se pronunciaron acerca de las condiciones, ya habían emergido fotografías preocupantes de la vida dentro de las trincheras contra la infección.
Una fotografía de la enfermera Elena Pagliarini, quien colapsó boca abajo con la mascarilla puesta en un hospital en la ciudad norteña de Cremona tras 10 horas seguidas de trabajo, se convirtió en el símbolo de un sistema saturado.
“Estamos en las últimas, física y fisiológicamente”, afirmó Francesca Mangiatordi, la colega que tomó la fotografía, en una entrevista para la televisión italiana el 11 de marzo, y exhortó a la gente a protegerse para evitar propagar el virus. “De otro modo, la situación colapsará, si no es que ya lo ha hecho”.
Fabiano Di Marco, director de neumología del hospital Papa Giovanni XXIII en Bérgamo, donde se ha acostumbrado a dormir en su oficina, afirmó el 12 de marzo que los doctores literalmente “marcan una línea en el suelo para dividir la parte limpia del hospital de la sucia”, donde cualquier cosa que toquen se considera contagiosa.
Giorgio Gori, alcalde de Bérgamo, afirmó que, en algunos casos en Lombardía, la brecha entre los recursos y la enorme afluencia de pacientes “obligaron a los médicos a decidir no intubar a algunos de los pacientes más ancianos”, lo que en esencia significó dejarlos morir.
“Si hubiera habido más unidades de cuidados intensivos”, añadió, “habría sido posible salvar más vidas”.
Di Marco rechazó la afirmación de su alcalde al asegurar que todas las personas recibieron cuidados, aunque añadió: “Es evidente que en este momento en algunos casos puede suceder que hagamos una evaluación comparativa entre pacientes”.
El 12 de marzo, Flavia Petrini, presidenta del Colegio Italiano de Anestesia, Analgesia, Resucitación y Cuidados Intensivos, dijo que su grupo había publicado unos lineamientos sobre qué hacer en un periodo que ya se asemeja a la “medicina de catástrofe” de tiempos de guerra.
“En un contexto de grave escasez de recursos sanitarios”, dice una parte de los lineamientos, los cuidados intensivos deben ser suministrados a “los pacientes con mayores probabilidades de éxito”. Aquellos con la “mejor esperanza de vida” deben tener prioridad.
Los lineamientos también dicen que “en el interés de maximizar los beneficios para el mayor número posible”, pueden implementarse límites en las unidades de cuidados intensivos para reservar recursos escasos para aquellos que tengan, primero, “mayores probabilidades de supervivencia y, en segundo lugar, que tengan más años de vida potenciales”.
“No se está expulsando a nadie, pero estamos ofreciendo criterios de prioridad”, afirmó Petrini. “Estas decisiones se toman en circunstancias normales. Lo que no es normal es que debas atender a 600 personas al mismo tiempo”.
Giulio Gallera, el funcionario de Lombardía que dirige la respuesta de emergencia, afirmó el 12 de marzo que esperaba que no existiera nunca la necesidad de aplicar esos lineamientos.
También dijo que la región estaba trabajando con la agencia de protección civil de Italia para estudiar la posibilidad de convertir un espacio de exposiciones, abandonado por algunas convenciones canceladas, en una sala de cuidados intensivos de 500 camillas.
Sin embargo, afirmó, la región necesitaba médicos y respiradores.
“La epidemia ha ejercido una presión sobre los hospitales que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial”, afirmó Massimo Galli, director del departamento de enfermedades infecciosas en el hospital universitario Sacco, en Milán, el cual está atendiendo a gran parte de los pacientes con coronavirus. “Si la marea continúa subiendo, los intentos para construir represas que puedan contenerla se volverán cada vez más complicados”.
Galli señaló que si bien los decretos de emergencia del gobierno han buscado impulsar la contratación de miles de médicos y trabajadores de la salud —incluyendo médicos residentes en sus últimos años de la carrera de medicina—, lleva tiempo capacitar a nuevos médicos que han tenido poca experiencia con enfermedades infecciosas, incluso a los transferidos de otros departamentos. Además, los médicos están muy expuestos al contagio.
Carlo Palermo, presidente de la asociación que representa a los médicos de los hospitales públicos de Italia, afirmó que el sistema se ha sostenido hasta el momento, a pesar de años de recortes presupuestarios. También ha ayudado, afirmó, el hecho de que sea un sistema público. Si hubiera sido un sistema basado en seguros, habría habido una respuesta “fragmentada”, dijo.
Palermo afirmó que debido a que cerca del 50 por ciento de las personas que daban positivo para coronavirus requerían de alguna forma de hospitalización, existía una obvia presión sobre el sistema. Sin embargo, el 10 por ciento que necesita cuidados intensivos, lo que significa de dos a tres semanas en el hospital, “puede saturar la capacidad de respuesta”.
Muchos expertos han señalado que, si el sistema de salud acaudalado y sofisticado del norte de Italia no puede soportar el peso de la epidemia, es altamente improbable que la región sur más pobre pueda sobrellevarlo.
Si el virus se propaga al sur a la misma velocidad, afirmó Palermo, “el sistema no aguantará, y no podremos garantizar la atención”.
(c) 2020 The New York Times
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