El repartidor no quería subir las escaleras.
Zhang Sai deambuló afuera de un edificio de apartamentos en Wuhan, la ciudad en el centro de China que ha sido el corazón del brote de coronavirus. Había recibido órdenes de no llevar la comida hasta las puertas de los clientes para minimizar el riesgo de contagio.
Pero recuerda que la mujer que lo llamó por teléfono le estaba suplicando. La comida era para su madre, que no podía bajar a recibirla.
Zhang cedió. Decidió que entregaría la orden y saldría corriendo. Cuenta que, cuando estaba colocando la bolsa en el piso, la puerta se abrió. Sobresaltado, se alejó apresuradamente. Sin pensarlo, dijo que presionó el botón del elevador con el dedo, por lo que tocó una superficie que temía que podría transmitir el virus.
Así fue cómo Zhang, de 32 años, condujo a toda prisa hacia su estación de entrega mientras sostenía ese dedo en el aire, tenía cuidado de que no tocara el resto de su mano, una cuarentena en miniatura.
“Estaba muy asustado”, recordó. “Como manejo una motoneta, sentí que el dedo era como una bandera”.
Para muchos en China, los repartidores como Zhang son la única conexión con el mundo exterior. Antes su presencia era usual pero invisible en las calles de casi todas las ciudades chinas, ahora los repartidores son aclamados como héroes.
En todo el país, al menos 760 millones de personas —aproximadamente una décima parte de la población mundial— enfrentan algún tipo de encierro residencial. Las restricciones son particularmente estrictas en Wuhan, donde los esfuerzos del gobierno para contener el virus ha obligado a la mayoría de los 11 millones de residentes a resguardarse en sus hogares.
Cada hogar puede enviar a alguien a comprar lo necesario solo una vez cada tres días. Muchos residentes no se arriesgan a salir por temor al contagio. De las 2200 muertes y casi 75.000 contagios relacionados con el nuevo virus, la mayoría ha ocurrido en Wuhan.
No obstante, la gente todavía necesita comer, por eso Zhang y legiones de repartidores salen a las calles todos los días. A medida que los habitantes de Wuhan y del resto de China permanecen en sus hogares, los repartidores se han convertido en las arterias vitales del país, al hacer que las carnes y los vegetales frescos, así como otros suministros, sigan llegando a aquellos que los necesitan.
Es un trabajo agotador y peligroso. Zhang, que trabaja para Hema, una cadena de supermercados propiedad del gigante tecnológico Alibaba, atraviesa la ciudad de un lado para otro y la única protección que tiene es el cubrebocas y gel desinfectante que su empresa le brinda cada mañana.
El uniforme de su compañía, azul claro con el logo de un hipopótamo, indica a las autoridades locales que tiene permiso para circular por las calles.
Por la noche, trata de no pensar en la epidemia. Escucha canciones pop y busca noticias positivas en la televisión.
Las decenas de viajes que hace cada día no solo surgen de la necesidad de Wuhan, sino también de la suya. Su esposa y sus gemelos de 4 años, así como su padre, dependen de él como sostén económico. Nunca consideró tomarse un tiempo sin trabajar, incluso después de que el peligro del brote se volvió claro. Cuando sus familiares le pidieron que dejara de hacerlo, también los ignoró.
La familia de Zhang vive afuera de Wuhan, y no puede ir de visita debido al brote, pero todos los días tiene videollamadas con ellos.
Si entrega rápido y trabaja largas jornadas, Zhang dice que podría ganar alrededor de 8000 yuanes al mes, o un poco más de 1100 dólares —más de lo que ganaba en su trabajo anterior como mensajero—. En 2017, el salario mensual promedio en Wuhan era alrededor de 6640 yuanes, de acuerdo con el proveedor de datos CEIC.
Zhang dice que, hasta el momento, ninguno de sus compañeros de trabajo se ha enfermado.
La epidemia ha generado algunas cosas positivas inesperadas. Antes, dijo Zhang, a veces se pasaba los semáforos en rojo durante la hora pico para alcanzar sus metas de entregas del día. Ahora, las calles están vacías. No tiene problemas para circular por todos lados.
Las personas también son más amables ahora. Algunas apenas abrían la puerta o evitaban el contacto visual. Después de que inició el brote, todos dan las gracias.
“Existe un dicho: ‘Las palabras de un hombre son amables cuando la muerte está cerca’”, dijo Zhang. “Todos están muy cansados. Todos han estado sufriendo durante mucho tiempo”.
Ahora estas interacciones son menos frecuentes. Esta semana, las autoridades de Wuhan les ordenaron a los vecindarios que establecieran puntos de “entrega sin contacto”. Cuando Zhang realiza una entrega, la lleva al punto designado en el vecindario del cliente y se retira.
No obstante, el mejor cambio ha sido la rutina después del trabajo de Zhang. Usualmente, él veía una película o pasaba el tiempo con amigos. Ahora, cada noche, escribe un diario. Después, envía el texto a varias publicaciones en línea que —para su beneplácito— han comenzado a compartirlas.
Su primer texto fue publicado el 30 de enero en la revista en línea Single Read. Se tituló “Self-narration of a Wuhan takeout worker” (autonarración de un trabajador de reparto en Wuhan). Desde entonces, ha publicado cinco más.
Escribe sobre diversas situaciones como cuando tuvo que llamar a uno de sus amigos para pedirle que mantuviera a sus hijos si él se enferma o cuando vio a dos hombres mayores jugando ajedrez en exteriores sin cubrebocas, o sobre cómo disfruta de un día fresco en Wuhan, con pocas personas alrededor para poder compartirlo.
“Normalmente, verías a más personas tomando el sol, jugando ajedrez, comprando víveres o haciendo nada”, escribió en esa entrada del diario, fechada el 30 de enero. “Usualmente, pienso que son demasiado ruidosos. Solo ahora descubro que una ciudad sin personas gritando es aburrida”.
Zhang planea seguir escribiendo después de que el brote se extinga. Ya ha comenzado a aceptar menos entregas, para tener más tiempo para escribir.
Si los medios dejan de publicar su obra, seguirá haciendo entregas para ganar dinero. Pero no dejará de escribir.
“La epidemia ha hecho que muchas personas cierren la boca. Ha ocasionado que muchos de los menos afortunados entre nosotros cierren la boca para siempre”, escribió Zhang en una publicación. “Ahora quiero hablar”.
Las entregas son hechas en un punto designado afuera de un edificio en Pekín, el martes 18 de febrero de 2020.
c.2020 The New York Times Company