El nuevo coronavirus ya tiene nombre: COVID-19. Se habían tardado. El genoma del virus había sido secuenciado aproximadamente a las dos semanas de su aparición, pero durante muchas más semanas no supimos ni cómo llamarlo ni la enfermedad que causa.
Por un tiempo, en algunos sectores, a la enfermedad se le denominó “neumonía de Wuhan”, por la ciudad en el centro de China donde fueron detectados los primeros contagios humanos. Sin embargo, los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud, que recientemente bautizó el COVID-19, no recomienda llamar a enfermedades con nombres de lugares o personas, entre otras cosas, para evitar “impactos negativos involuntarios que se podrían suscitar al estigmatizar a ciertas comunidades”.
Ciertamente. El 29 de enero, un tabloide australiano propiedad de Rupert Murdoch mostró en su página principal un tapabocas rojo con la inscripción “Pandamonio por virus chino ”: el énfasis en “panda” fue obra del periódico, por lo que el error ortográfico resaltado probablemente también haya sido a propósito. Un estudiante chino en Melbourne protestó a través de una columna en otro periódico, “Este virus no es ‘chino’”.
Por supuesto, el virus no es chino, incluso si su origen haya sido rastreado hasta una cueva en China. Tampoco lo es la enfermedad que causa.
Las epidemias, por otra parte, son por lo general sociales o políticas, de manera similar al hecho de que las hambrunas son usualmente causadas por el hombre, a pesar de que las sequías ocurran naturalmente.
En cuanto al brote actual, existen dos factores culturales que ayudan a explicar cómo el fenómeno natural de un solo virus contagiando a un solo mamífero se pudo convertir en una crisis sanitaria mundial. Y aquí viene el aspecto controversial de este argumento: estos dos factores son esencialmente, aunque no únicamente, chinos.
El primero es el larguísimo historial de China de castigar al mensajero.
Ocho médicos fueron detenidos por la policía en Wuhan a principios de enero bajo la acusación de haber difundido rumores luego de que señalaran en las redes sociales los riesgos de un potencial brote viral. Uno de ellos falleció recientemente tras haber contraído el COVID-19.
De forma similar, la epidemia del SRAS (por la sigla síndrome respiratorio agudo grave) —el cual es causado por otro coronavirus— que se desató en el sur de China a finales de 2002 fue ocultado por las autoridades locales durante más de un mes, y el primer cirujano que dio la alarma fue retenido en una prisión militar durante 45 días.
En 2008, surgió un escándalo sobre leche para bebés contaminada, tras haberse descubierto que importantes productores chinos habían añadido melamina a la leche en polvo. (Seis bebés fallecieron y 54.000 tuvieron que ser hospitalizados). Cuatro años después, el denunciante reconocido como el primero en exponer el problema fue asesinado a puñaladas en circunstancias misteriosas.
Estos son ejemplos recientes, pero eso no significa que deban ser adjudicados exclusivamente al Partido Comunista de China. La práctica de castigar a quien sea que exponga verdades embarazosas ha sido la norma desde al menos la época de Confucio, en el siglo VI a. C.
El sabio tomó una página de una pieza aún mas ancestral, “El clásico de poesía”, una colección de canciones y poemas que datan del siglo X a. C. o antes, y adoptó una regla de ella: “Para manifestar el camino, primero mantén tu cuerpo sano.” (明哲保身) Eso puede sonar algo inocuo, hasta que consideras el destino de uno de los estudiantes más queridos de Confucio, Zi Lu (子路), también conocido como Zhong You (仲由), luego de que se alejara de ese precepto: intentó enfrentar a un usurpador en una lucha por el poder entre señores feudales, fue asesinado y su cuerpo fue triturado. (Se dice que Confucio nunca más volvió a comer carne molida).
En el siglo III, esa máxima asumió cierto estilo literario y un giro cínico didáctico en un ensayo sobre el destino realizado por el filósofo Li Kang (李康): “El árbol que crece más alto que el bosque será truncado por vendavales” (木秀于林,風必催之). Esto, a su vez, terminó dando paso al adagio moderno más conocido, “el disparo golpea al pájaro que asoma la cabeza” (槍打出頭鳥).
Ciertamente, los gobernantes de China ocasionalmente solicitan opiniones honestas sobre sus temas, pero solo de cierto tipo o usualmente por tiempo limitado. Mao Zedong, en su “Campaña de las Cien Flores” de finales de 1956 y principios de 1957, hizo un llamado para que los hechos y las opiniones críticas fueran libremente ofrecidas. Pocos meses después vino el movimiento antiderechista (反右運動), durante el cual cientos de miles de personas educadas que habían alzado la voz fueron enviadas a la cárcel, obligadas a exiliarse o estuvieron sometidas a años de maltratos, con sus carreras y familias destruidas.
Castigar a las personas que dicen la verdad ha sido una práctica común de la élite dominante de China durante más de dos milenios y es un medio establecido para la estabilidad coaccionada. No es un invento de la China moderna bajo el control de los comunistas, aunque el partido, fiel a su estilo, ha perfeccionado la práctica. Y ahora, el haber amordazado al mensajero ha ayudado a propagar el letal COVID-19, el cual ha infectado a alrededor de 75.000 personas.
El segundo factor cultural detrás de la epidemia son las creencias tradicionales chinas sobre el poder de ciertos alimentos, lo que ha incentivado algunos hábitos peligrosos. En particular, está el aspecto de la cultura alimenticia china conocido como “jinbu,” (進補) que significa, a grandes rasgos, “llenar el vacío”. Algunas de sus prácticas son folklóricas o esotéricas, pero incluso entre los chinos que no las siguen, el concepto está generalizado.
La teoría holística parte de la idea de que es mejor curar una enfermedad con comida que con medicina. Las enfermedades se dan cuando el cuerpo agota su sangre y energía, aunque no se refiere al tipo de sangre y energía estudiada en Biología y Física, sino a una versión mística de ellas.
Para los hombres, es más importante llenar el vacío de energía, el cual está relacionado con la virilidad y la potencia sexual. Para las mujeres, el énfasis está en reemplazar la sangre, la cual incrementa la belleza y la fertilidad. Se piensa que las plantas y animales exóticos del mundo silvestre son los que ofrecen los mejores reabastecimientos, especialmente cuando son consumidos frescos o crudos. Se dice que el invierno es la temporada donde el cuerpo necesita más alimentos “jinbu”. (¿Pudiera eso explicar por qué tanto el SRAS como la epidemia actual surgieron durante esa época del año?).
Los creyentes extremos del “jinbu” parecen también creer en esta noción: “Consumir formas similares fortalecen formas similares” (以形補形), donde la palabra “formas” a veces se refiere a órganos humanos y sus funciones. Los adeptos tienen entre sus favoritos una lista larga de alimentos exóticos, cuyos métodos de adquisición o preparación pueden llegar a ser totalmente crueles. Algunos de ellos son sencillamente demasiado repugnantes para ser descritos aquí.
He visto serpientes y penes de toros y caballos —geniales para los hombres, según la teoría— ser ofrecidos en restaurantes en muchas ciudades del sur de China. Los murciélagos, que se presume son la fuente original tanto del coronavirus actual como el del virus del SRAS, se dice que son buenos para restaurar la vista, en especial los excrementos granulados de los animales, llamados “arenas de brillo nocturno” (夜明砂). Vesículas biliares y bilis extraídas de osos vivos son buenos para el tratamiento de la ictericia; el hueso de tigre es utilizado para ayudar con las erecciones.
Más mundano pero no por eso menos popular es la civeta de las palmeras (果子狸), un cuadrúpedo pequeño y salvaje sospechoso de haber contagiado a los humanos con el virus del SRAS. Cuando es guisado con carne de serpiente, se dice que es capaz de curar el insomnio.
Las personas más humildes podrían recurrir a la carne de perro, preferiblemente de uno que haya sido perseguido antes de ser asesinado, porque algunas personas creen que se obtienen más beneficios “jinbu” de animales cuya sangre y energía sean altas. De forma similar, se cree que los animales asesinados justo antes de ser servidos tienen más potencia “jinbu”, lo cual es una de las razones por la que los mercados tienden a vender con vida a las especies más exóticas, lo que los hace también ser portadores más potentes de cualquier virus que tengan.
Comer especies exóticas ha sido históricamente apoyado por académicos y elevado a alturas místicas, incluyendo el tratado médico “Canon de Medicina Interna del Emperador Amarillo” (黃帝内經), escrito hace unos 2000 años y venerado aún hoy en día por muchos chinos preocupados por su salud. Las creencias alrededor de los beneficios para la salud de ciertos alimentos de la vida silvestre —los cuales son discutidos en columnas de periódicos y en numerosos sitios de internet especializados, así como enseñado en las escuelas de Medicina de China— impregnan la cultura.
Es cierto, estás prácticas no ocurren por toda China. Tampoco son exclusivamente chinas: muchas personas en muchos otros países también consumen alimentos exóticos. Pero lo que destaca sobre China es que estas creencias acerca de los poderes especiales de ciertos alimentos han sido aceptadas y ya se dan por sentadas, incluso entre las personas que no las ponen en práctica. Se han arraigado fuertemente en la conciencia colectiva china.
Por lo tanto, existen fuertes razones para afirmar que la epidemia actual del COVID-19 ha sido ayudada por dos prácticas culturales fundamentalmente chinas. Esto puede ser incómodo de escuchar; la idea podría incluso parecerle ofensiva a algunas personas. Pero es necesario investigar todas las causas detrás de esta epidemia mortal, sin importar su naturaleza, porque de no hacerlo, solo estaremos invitando a la siguiente.
* Yi-Zheng Lian, analista de Hong Kong y temas asiáticos, es profesor de Economía en la Universidad Yamanashi Gakuin en Japón y columnista de opinión.
(C) The New York Times.-
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