Donald Trump, según él, pudo haberle disparado a alguien en la Quinta avenida y haber ganado las elecciones. Boris Johnson pudo engañar a la reina. Pudo romper su promesa de sacar al Reino Unido de la Unión Europea el 31 de octubre. Pudo mentir sobre la invasión de los turcos al Reino Unido y el costo de ser miembro de la Unión Europea. Pudo inventar cuentos sobre la construcción de 40 hospitales nuevos. Pudo redoblar la apuesta de los 460 millones de dólares fantasma a la semana que el brexit aportaría al Servicio Nacional de Salud, y aun así obtener una victoria electoral arrolladora para los conservadores que no se había visto desde el triunfo de Margaret Thatcher en 1987.
A los británicos, o al menos a los ingleses, no les importó. La verdad es algo que pasó de moda en el siglo XX. Querían que el brexit se cumpliera, y, en términos formales, Johnson ahora sacará al Reino Unido de Europa el 31 de enero, aunque sigan quedando pendientes todas las decisiones difíciles con respecto a la Unión Europea. Johnson tuvo suerte pues su rival, el patético y vomitivo Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista que pronto dejará de serlo, fue quizás el peor candidato de oposición de la historia. Además, en la prensa de los conservadores, tuvo un amigo despiadado listo para pasar por alto cualquier fracaso, y los británicos hartos del brexit, afectados desde el referendo de 2016, fueron los destinatarios perfectos para su consigna de “que se cumpla el brexit”.
Johnson también fue hábil y debilitó al Partido del Brexit de extrema derecha dirigido por Nigel Farage, el cual dejó muchos escaños, obtuvo muchos votos del Partido Laborista en los escaños para los que sí contendió, y terminó con nada. La clase trabajadora británica, que se concentra en las Tierras Medias y el norte, abandonó a los laboristas y al socialismo de Corbyn y votó a favor de los conservadores y el nacionalismo de Johnson.
En las provincias abatidas donde existe una precariedad institucionalizada, los trabajadores adoptaron una antigua recitación de Eton acerca del despertar del potencial británico. Esto no sería muy diferente a que los obreros estadounidenses demócratas del interior optaran por apoyar al millonario Trump y la demagogia de “Estados Unidos primero”.
Ese no es el único paralelo con la política estadounidense a menos de once meses de las elecciones. Johnson acaparó todos los votos por el brexit. En cambio, los votos a favor de permanecer en la Unión Europea se dividieron entre el Partido Laborista de Corbyn dividido internamente, los Liberal Demócratas sin futuro y el Partido Nacional Escocés. Esto es claramente preocupante para cualquiera que considere las divisiones del Partido Demócrata en comparación con la determinación unánime del movimiento fanático de Trump, apuntalado ahora por el procedimiento de destitución.
El rechazo evidente al socialismo de gran gobierno de los laboristas también parece ominoso para los demócratas, quienes creen que el partido puede dar un bandazo a la izquierda y ganar. La clase trabajadora británica no compró trenes nacionalizados, distribución de electricidad ni servicios de agua cuando podía cargárselo a algún burócrata anónimo de Bruselas y —en esa frase tan inmortal y, a la vez, sin sentido— recuperar su país.
Es un mundo totalmente nuevo. Para ganar, los liberales tienen que tocar las emociones de las personas en vez de darles lecciones serias. Tienen que dejar de ser secos. Tienen que actualizarse y establecer una conexión. No es sencillo.
Facebook llega a aproximadamente una tercera parte de la humanidad. Es más poderoso que cualquier partido político, y está lleno de mentiras, fanatismo y tonterías. Como dijo el mes pasado Sacha Baron Cohen, el actor británico, acerca de los gigantes de las redes sociales: “La verdad es que estas empresas no cambiarán fundamentalmente porque todo su modelo de negocios se basa en generar más interacción, y nada genera más interacción que las mentiras, el miedo y el escándalo”.
Esa es la historia del brexit, una tragedia nacional. Esa es la historia de Johnson, el hombre sin convicciones. Esa es la historia de Trump, quien convierte a las personas en marionetas a través de la manipulación de la indignación y el menosprecio a la verdad. Esa es la historia de nuestros tiempos.
Johnson entiende esos tiempos y se adapta a ellos mejor que la mayoría. No le cuesta trabajo.
“El brexit y Trump estaban vinculados de manera indisoluble en 2016, y lo siguen estando ahora”, me dijo Steve Bannon. “Johnson es el presagio de una gran victoria para Trump. La clase trabajadora está cansada de que los que son ‘mejores’ en Nueva York, Londres, Bruselas les digan cómo vivir y qué hacer. Corbyn, el programa socialista, no el hombre, fue aplastado. Si los demócratas no aprenden esta lección, Trump va derecho a una victoria como la de Reagan en 1984”.
Todavía creo que se puede vencer a Trump, pero la salida no es la izquierda y no sin reconocer que, como lo dijo Hugo Dixon, un dirigente de la lucha, ahora perdida, por un segundo referendo británico: “Existe una crisis de liberalismo porque no hemos encontrado una forma de establecer contacto con la vida de la gente en los pueblos pequeños del páramo posindustrial a quienes les han arrancado su cultura tradicional”.
Johnson tiene problemas, incluso al tener la mayoría de 80 escaños. Su victoria reconcilió lo irreconciliable. Su adinerada camarilla desea convertir al Reino Unido en el Singapur de libre mercado del Támesis. Su nuevo electorado de la clase trabajadora desea una grandeza como la descrita en el cántico Rule Britannia mezclada con un respaldo financiado por el Estado. Ese es un difícil acto de equilibrio. Se ha vuelto más probable la ruptura del Reino Unido. El apoyo sólido que recibió el Partido Nacional Escocés presagia un posible segundo referendo en torno a su independencia.
Esta vez, yo apostaría que los escoceses le dirán adiós a la pequeña Inglaterra. Y también está ese pequeño problema de lo que en realidad significa el brexit. Johnson va a necesitar toda su suerte para resolverlo.
Como saben mis lectores, soy un apasionado patriota europeo que considera que la Unión Europea es el mayor logro de la segunda mitad del siglo XX y que la salida del Reino Unido es un acto deplorable de daño autoinfligido. Pero también creo en la democracia. Johnson volvió a poner la decisión en las manos del pueblo y ganó. Se debe respetar su victoria. Continúa la lucha por la libertad, el pluralismo, el Estado de derecho, los derechos humanos, la prensa libre, los poderes judiciales independientes, el aire respirable, la paz, la honestidad y la humanidad, y esta solo se ha vuelto más trascendental ahora que el Reino Unido se ha marginado de manera irreversible en un arranque de delirio nacionalista.
*Copyright: c.2019 The New York Times Company