¿Dónde están las grandes películas mexicanas? En internet

Por J. Hoberman

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La película mexicana "Macario" (Foto:
La película mexicana "Macario" (Foto: Especial)

Ocultas a simple vista (o más bien en los rincones de internet) se encuentra un gran cine nacional: el mexicano. Al buscar sus películas de la “época de oro” se pueden encontrar valiosos tesoros, algo deslucidos debido a la baja resolución, pero con una experiencia igual de buena para el espectador.

“Salón México” (1949) de Emilio “El Indio” Fernández, “Macario” de Roberto Gavaldón (1960) y “La ilusión viaja en tranvía” (1953) de Luis Buñuel son tres de las películas que se pueden encontrar en línea con subtítulos en inglés. Se trata de ejemplos del cine popular —y populista— que se hacía en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando México se había convertido en el principal productor mundial de películas en español. Con la energía de cineastas experimentados y actuaciones estelares impregnadas de elementos folclóricos, se convirtieron en alternativas, mas no imitaciones, de las películas hollywoodenses contemporáneas.

Fernández, el cineasta mexicano más celebrado internacionalmente y el estandarte principal de la mexicanidad, se especializaba en los cuentos heroicos de la vida rural; el más famoso de ellos fue “María Candelaria”, filme con el que ganó el premio Cannes. Su “Salón México” fue una película distinta, un melodrama musical de cine negro ambientado en un cabaret de mal gusto al ritmo casi continuo de la rumba.

Mercedes (la actriz argentina Marga López) es una “fichera” (bailarina, una manera de decir prostituta) que tiene la determinación de pagarle a su hermana menor un costoso internado. A pesar de que su padrote se aprovecha de ella, Mercedes recibe el apoyo moral de un policía comprensivo (Miguel Inclán, el ciego malévolo de “Los Olvidados” de Buñuel) quien, sin embargo, no puede hacer nada para evitar el trágico final.

Además de presentar apuñalamientos, tiroteos y fiestas estacionales, Fernández sintetiza una serie de referencias culturales. Los bailes afrocubanos frenéticos se mezclan con el danzón mexicano, más solemne; uno de los platós está iluminado con un letrero neón parpadeante, y en otro vemos a Mercedes con su hermana en un museo, rodeadas de artefactos precolombinos. El propietario del cabaret les dice a los clientes que el compositor Aaron Copland se sintió inspirado para crear su suite “Salón México” mientras estaba sentado precisamente en una de sus mesas.

El prolífico Gavaldón, aún más ecléctico que Fernández, trabajó con una gran variedad de géneros, incluyendo “The Littlest Outlaw” una película para niños en inglés que hizo en 1955 para Walt Disney. “Macario”, que fue nominada a un premio Oscar —y, como “Salón México”, fue filmada por el distinguido cinematógrafo Gabriel Figueroa— era un proyecto de prestigio, basado en una fábula del escritor expatriado B. Traven. Macario (Ignacio López Tarso), un leñador pobre con una familia numerosa, logra su más profundo deseo —un pavo entero para comérselo él solo— y, después de burlar a las encarnaciones de Jesucristo y del Diablo, usa su festín solitario para hacer un trato con la personificación de la Muerte (Enrique Lucero).

La película de Gavaldón —que aumenta la historia de Traven con un prólogo que explica el Día de los Muertos— politiza aún más el cuento realista mágico, ambientado en el México ocupado por los españoles, haciendo que Macario sea perseguido por la Inquisición. El crítico de The New York Times, Bosley Crowther, comenzó su positiva reseña señalando: “A nuestros cineastas rara vez se les ocurre un buen cuento folclórico o hacen algo mejor que una caricatura animada como historia fantástica, así que son los cineastas extranjeros quienes deben mandarnos uno de vez en cuando”.

Esa observación podría aplicarse al gran surrealista Luis Buñuel, que llegó a México en 1946 desde Estados Unidos (donde su carrera se vio afectada debido a sus asociaciones políticas de izquierda). Fue una pérdida para Estados Unidos y un tesoro para México. Las veinte películas que Buñuel filmó en México de 1946 a 1965 son el corazón y el alma de su obra. Solo dos, “Los olvidados” y “El ángel exterminador”, quizá se reconozcan como obras maestras, pero incluso sus filmes más convencionales proporcionan la oportunidad perfecta para mostrar la subversión buñueliana.

En la superficie, “La ilusión viaja en tranvía” es una comedia sin pretensiones acerca del placer de ser un truhan. Un par de trabajadores charlatanes de tránsito se emborrachan en la fiesta de Navidad de un vecindario y deciden hacer un último viaje en su tranvía decomisado. Su recorrido de ensueño y descontrolado por la Ciudad de México es una serie de sucesos poco probables (y casi milagrosos) con un trasfondo de crítica social.

Como “Los olvidados”, aunque de manera mucho más sutil, “La ilusión viaja en tranvía” satiriza la visión convencionalmente sentimental que se tenía de la población urbana pobre en el cine mexicano. Una narración introductoria anuncia la película como una representación de la vida entre las “clases abatidas por la pobreza”, definidas de manera graciosa como “la gente común” que “viaja en tranvías”. De hecho, como nos lo dice el título, “la ilusión” es más como sus fantasías, incluida la de un viaje gratuito.

El tranvía recorre la ciudad y es requisado en repetidas ocasiones. Los pasajeros incluyen a carniceros que cargan restos de animales y alumnos ruidosos que se dirigen a las chinampas de Xochimilco. La densidad de vívidos personajes secundarios recuerda a la obra de Preston Sturges. Aunque nadie se escapa del tono alegremente burlón de la película, Buñuel sobre todo se alegra ridiculizando a los burócratas oficiosos, los gatos gordos que se quejan, los funcionarios corruptos y, en determinado momento, una turista gringa que presume su anticomunismo en inglés. Los rituales católicos también son motivo de una burla más sutil.

Anticipando la estructura episódica de filmes artísticos posteriores de Buñuel, como “El discreto encanto de la burguesía” y “El fantasma de la libertad”, “La ilusión viaja en tranvía” es sutilmente autorreferencial. A mitad del filme, el tranvía se descompone en un plató de cine. “El humor es inexpresivo y decididamente extraño”, escribió Janet Maslin con motivo del lanzamiento tardío de la película en cines, y agregó que “el filme habita un mundo genial y de una fantasía ligeramente distorsionada que tiene sus propias reglas excéntricas del decoro”. Viva México.

*Copyright: 2019 The New York Times Company

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