Escucha las canciones caribeñas sobre las tormentas

Por Joshua Jelly-Schapiro

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(Gaurab Thakali/The New York Times)
(Gaurab Thakali/The New York Times)

Todas las islas caribeñas tienen una o muchas canciones populares inspiradas en las terribles tormentas que siempre han sido uno de los hechos de la vida y le han dado forma a la historia. En esta región, de cuya población indígena recibimos la palabra “huracán” — para nombrar a las peligrosas tormentas que se desatan desde el océano Atlántico a finales del verano y principios del otoño, los huracanes han sido parte clave de la cultura desde hace mucho tiempo.

Además, las canciones de huracanes —lúgubres, valientes, ingeniosas o tristes— están por todas partes. Incluso antes de 1953, cuando la decisión del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos de darles a esas tormentas nombres humanos les proporcionó a los letristas talentosos nuevas maneras de hablar de la actitud caprichosa de las tormentas, los cantantes icónicos del Caribe ya estaban creando himnos sobre el poder que tienen los huracanes para hacer que los líderes fracasen o triunfen, para destrozar industrias y obligar a los vulnerables o los devastados a escapar de sus casas e ir en busca de un nuevo lugar donde vivir con tan solo un fin de semana de anticipación.

Cuando el huracán Dorian le impuso ese destino al pueblo pobre de las Bahamas, muchos habitantes de ese archipiélago tropical sin duda recordaron una famosa canción folclórica: “Run, Come See Jerusalem”, que un cantante calipso bahameño conocido como Blind Blake Higgs escribió para recordar una tormenta violenta que cayó ahí en 1929.

En la década de 1950, los Weavers y otros folcloristas estadounidenses grabaron versiones nuevas de la melodía de Blake Higgs. Sin embargo, en tierra continental, los huracanes históricamente no han estado tan presentes en nuestra memoria cultural. Sí, han marcado nuestro pasado y nuestras ciudades. Pero en el cancionero estadounidense, incluso nuestras melodías mejor conocidas sobre los desastres climáticos —desde las baladas del Cuenco de Polvo de Woody Guthrie hasta las canciones del género “blues” sobre los ríos que se elevan y los diques que se rompen— normalmente no se han tratado de las tormentas en sí, sino del agua.

Eso quizá cambie pronto: desde 2005, cuando se quebraron los diques en Nueva Orleans y la ciudad no quedó sumergida a causa de una de las inundaciones periódicas del Misisipi, sino por el huracán Katrina, los estadounidenses han comenzado a aprender a observar el horizonte y los pronósticos del tiempo para saber qué catástrofe atmosférica llegará a continuación. Con esas tormentas que parecen empeorar cada año, alimentadas por los mares que se calientan, y cada temporada de huracanes parece peor que la anterior, los nombres de estos fenómenos meteorológicos —Katrina, Harvey, Maria, Matthew— han tenido la misma función aquí que en el Caribe, pues fungen como indicadores del tiempo y momentos de trauma colectivo que provocan y demandan una respuesta cultural, económica y social al mismo tiempo.

Desafortunadamente, habrá muchos “sucesos climáticos extremos” sobre los cuales escribir y cantar en los próximos años. Cuando volteamos al Caribe para ver qué traerán estas tormentas, y lo que quizá dejen tras su paso, también podemos vislumbrar una manera poderosa en la que la gente lidia con estos fenómenos: escribir canciones al respecto. A continuación, algunas de ellas.

“Temporal” (Puerto Rico, c. 1920s)

Hace dos años, cuando el huracán María devastó Puerto Rico, Lin Manuel Miranda y sus amigos grabaron una oda con temática de “West Side Story” para su isla, la cual también era un grito de socorro transformado en una grabación moderna de beneficencia. Sin embargo, un clásico anterior tuvo por lo menos la misma presencia en las redes sociales y en la memoria de los puertorriqueños que llaman a su isla con el mismo nombre, Borinquen, que los taínos nativos. “¿Qué será de mi Borinquen cuando llegue el temporal?”, pregunta.

La versión mejor conocida de “Temporal” fue grabada por el cantante Tony Croatto en la década de 1970. La canción quizá date de comienzos del último siglo, cuando Puerto Rico se estaba convirtiendo en una colonia de facto de Estados Unidos y su música folclórica —llamada “plena”— estaba tomando forma en la ciudad sureña de Ponce. No obstante, el huracán con el que más se identificó llegó en 1928. Conocido como San Felipe Segundo en Puerto Rico (y en Estados Unidos como el huracán Okeechobee), el huracán fue bautizado así por el día festivo del santo católico en cuya semana llegó a las costas; sigue siendo el único huracán registrado que hizo estragos en Puerto Rico como un fenómeno de categoría cinco. Sus vientos constantes de 257 kilómetros por hora arrasaron con toda la isla y dejaron a medio millón de personas sin hogar.

También arruinó la subsistencia de miles de caficultores puertorriqueños, lo cual consolidó el control de las compañías azucareras estadounidenses en la economía de la isla e impulsó una ola temprana y de tamaño considerable de lo que se convertiría en un mar de migrantes que se dirigían al norte.

“El Trío y el ciclón”, Trio Matamoros (Cuba, 1930)

Cuba, la isla más grande del Caribe con 5633 kilómetros de costa, resulta ser un gran blanco para los huracanes. Varios de ellos han fungido como piedras angulares en su historia, entre ellos el huracán Flora en 1963. La gestión hábil del desastre por parte de un Fidel Castro joven lo ayudó a asegurar su control del poder. Sin embargo, esta isla tan musical creó su canción más conocida sobre el clima a partir de una tormenta que ni siquiera tocó sus tierras.

Trío Matamoros fue un grupo seminal en el ascenso del “son”, el estilo cadencioso nacido en Oriente, una provincia del este (que más tarde se volvió famoso gracias al Buena Vista Social Club). Se convirtió en la lingua franca musical no solo en Cuba sino en todo el continente americano durante el siglo XX. Los miembros del Trío Matamoros estaban viviendo su primer periodo de fama cuando viajaron a la República Dominicana, donde su música era muy popular, en el verano de 1930. Fue una época fatídica para visitar Santo Domingo. Un coronel del Ejército llamado Rafael Trujillo acababa de hacerse del poder mediante un golpe de Estado, y un ciclón histórico pronto golpearía al país.

El huracán San Zenon era pequeño pero poderoso; le dio un golpe directo a la capital dominicana. Los edificios de piedra del centro colonial de Santo Domingo sobrevivieron a sus feroces vientos, pero la periferia de la ciudad y las construcciones más frágiles no corrieron con la misma suerte. Los cálculos difieren, pero murieron al menos 2000 personas. Muchas más resultaron heridas. Con la movilización del Ejército para limpiar los destrozos, Trujillo aprovechó la tormenta para desatar una dictadura vil que duraría 30 años.

No obstante, nada de esto es lo que recuerdan en Cuba respecto de la tormenta San Zenon. Allá es importante por haber inspirado la canción que Miguel Matamoros escribió sobre la experiencia de haber sobrevivido a sus vientos. “Cada vez que me acuerdo del ciclón, se me enferma el corazón”, dice la canción. “Esto fue lo más sabroso, que el trío en un aeroplano volviera al suelo cubano para seguir venturoso. Aquí termina la historia”, concluye. “Los muertos van a la gloria / y los vivos a bailar el son”.

“Janet”, Lord Melody (Trinidad, 1955)

Trinidad se encuentra en el sur del Caribe, a tan solo unos cuantos kilómetros de la costa sudamericana. No se ha enfrentado a tantos huracanes como sus vecinos, pues se encuentra más abajo de su camino habitual. Sin embargo, como fuente de dos de los géneros musicales esenciales del Caribe inglés —el calipso y los tambores metálicos— la influencia cultural de Trinidad en la región ha sido impresionante. Por eso no es sorprendente que un calipso de Trinidad quizá se haya convertido en la primera canción en aprovechar, en 1955, la práctica aún novedosa en ese entonces de bautizar a los huracanes con nombres de mujeres. (Los nombres de hombre se unieron al desfile en 1978).

En septiembre de 1955, el huracán Janet arrasó con las Antillas Menores antes de convertirse en el primer huracán del Atlántico en golpear tierras continentales como un fenómeno de categoría cinco cuando llegó a la península de Yucatán en México. Después de destrozar los cultivos de nuez moscada de Granada, Janet también provocó caos en Barbados, y en San Vicente y las Granadinas. Más tarde inspiró al gran calipsoniano Lord Melody (su nombre de pila es Fitzroy Alexander) a crear una canción en la que describió los atributos de Janet (“cabello sedoso/casi seis pies de altura”) y sus capacidades (“Janet arrasó con un millón de edificios”) antes de implorarle, después de haber visto el sufrimiento que había causado en otras islas, que se alejara de la suya. Para cuando lo hizo (“Janet, ¡te lo ruego! ¡No lo hagas con Trinidad, Janet!), la tormenta se había desvanecido en el aire. Dos años después, Christo, colega de Lord Melody, grabó una versión encantadora.

“David”, Ti Manno (Haití, 1979)

Como la primera nación caribeña en obtener su libertad del gobierno colonial y como un país cuya pobreza moderna lo ha vuelto especialmente vulnerable a los desastres, desde hace mucho se ha considerado a Haití como una fuente —como lo muestra un sinfín de canciones en todo el Caribe y más allá — de inspiración y lástima por sus vecinos. Esa es una de las razones por las que parece justicia poética que la canción más perdurable en originarse del peor huracán en haber golpeado la región en la década de 1970 —un huracán que, para variar, dañó más a varios de sus vecinos que a Haití— proviniera de aquel país.

En agosto de 1979, David se formó en el Atlántico cerca de Cabo Verde y se dirigió al oeste hacia Barbados antes de cambiar drásticamente de dirección para golpear de lleno a Dominica, en las islas de Barlovento. David atrapó casi completamente desprevenida a la población de la isla, donde el 80 por ciento de los habitantes quedaron sin hogar. El mundo se enteró del nivel de devastación al siguiente día gracias a un operador de radio aficionado del lugar cuyos informes transmitieron el sentimiento en la República Dominicana —situada en la mitad oriental de La Española, la isla que comparte con Haití, y por lo tanto, la próxima en la fila— de que se trataba de una tormenta terrible. Así lo demostró, asesinando a 2000 personas. Para cuando atravesó las montañas centrales de La Española para golpear a Haití, David se había debilitado. Pero no tanto como para no causar suficientes aludes y sufrimiento, que inspiraron a uno de los músicos más queridos de Haití, entonces residente de Nueva York, a grabar una canción acerca de ver desde lo lejos “una gran marea que inundaba el sol” que cubría su país de origen y acerca de preguntarse, después de que lo hizo y destrozó las líneas telefónicas, si todos los que vivían ahí estaban muertos.

Ti Manno era un cantante sublime de “Kompa”, el estilo pop dominante en Haití desde la década de 1960. Grabó “David” con su banda de Brooklyn, DP Express, para describir cómo, después de por fin enterarse de que su familia estaba bien, se dio cuenta de que debía regresar a Haití (lo cual hizo, pues se quedó algunos años antes de regresar a Nueva York a morir, antes de tiempo, en 1985).

“Wild Gilbert”, Lovindeer (Jamaica, 1988)

Lovindeer no es el cantante de regué más conocido fuera de Jamaica. Pero se convirtió en uno de los más queridos en la década de 1980 cuando lanzó esta canción clásica sobre el huracán más devastador que haya golpeado a la isla. Gilbert es uno de los huracanes más grandes jamás registrados —sus vientos de tormenta tropical medían 152 metros de diámetro— y sigue siendo la tormenta más agresiva en la historia de México, donde sumergió a Cancún y la península más grande de Yucatán bajo olas de siete metros y una marejada ciclónica que se extendió casi cinco kilómetros tierra adentro.

Sin embargo, antes de eso, arrasó con Jamaica. Ahí, el primer ministro Edward Seaga comparó los efectos de la tormenta —donde, en medio de inundaciones repentinas, aludes y la destrucción de propiedades, murieron 49 personas— con “Hiroshima después de la bomba nuclear”.

Sin embargo, nada de esto evitó que Lovindeer se riera de Gilbert en su cara. Otras canciones jamaiquinas más viejas, como la melodía folclórica “Dry Weather Houses”, hablaban del peligro mortal en un tono igual de juguetón. Y Lovindeer, que cantaba y rapeaba usando el dialecto local con una pista rítmica de fondo que sonaba como si se hubiera creado con un sintetizador simple en su habitación, se lamentaba por los pequeños objetos de equipo doméstico, como su antena de satélite, que la tormenta se había llevado. Se lamentaba por el alto costo de la cerveza tras su paso y la comida echada a perder en su congelador. Además, expresaba sus condolencias a los afectados de maneras más terribles.

Pero el tono general de la canción imitaba su coro de canción para niños (“El agua entra a mi habitación / Trato de sacar un poco con mi escoba / El perrito se ríe de ver tanta diversión / ¡Y el plato se escapa con todo y cuchara!”). Después de esta tormenta, muchos jamaiquinos querían obtener visas que les permitieran salir de la isla para ir a Estados Unidos o a Inglaterra. Algunos las consiguieron, otros no. Y algunos más, sin duda, desearon poder hacer lo mismo que una parte esencial de la casa del cantante: “Mi techo emigró sin visa”.

(Joshua Jelly-Schapiro es el autor de “Island People: The Caribbean and the World”).

*Copyright: c.2019 The New York Times Company

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