NUEVA DELHI — El martes, la Fundación Bill y Melinda Gates le otorgó a Narendra Modi, el líder nacionalista hindú que es el primer ministro de India, uno de sus Premios de Metas Globales en Nueva York. La Fundación Gates ha elegido honrar a Modi por su Swachh Bharat Abhiyaan, o Misión para una India Limpia, que afirma haber construido en los últimos cinco años cien millones de instalaciones sanitarias nuevas en el país.
La iniciativa es encomiable, pero el impacto que ha tenido desde su creación está abierto a cuestionamientos. Más de 300 millones de indios seguían defecando al aire libre en 2017, según el Banco Mundial. La campaña India Limpia afirmó que de 2014 a 2018, los estados de Madhya Pradesh, Rajasthan, Uttar Pradesh y Bihar estaban totalmente o casi totalmente libres de defecación al aire libre.
Los datos de fuentes anónimas independientes moderan estas afirmaciones de manera significativa. Un documento de trabajo publicado por el Instituto de Investigación para la Economía Compasiva, que trabaja en temas de salud en la India rural, y la Iniciativa para la Rendición de Cuentas, un grupo de investigación en la India, estimó que el porcentaje de personas que defecan al aire libre en esos estados en efecto había disminuido —de un 77 por ciento en 2014 a un 44 por ciento en 2018—, pero no tanto como el gobierno afirma.
La campaña también ha ignorado en gran medida la cuestión de la “recolección manual”, el retiro y la eliminación de los desechos humanos con las manos desnudas a cargo de los hombres y las mujeres dalit o parias. En los últimos tres años, murieron 88 trabajadores de ese servicio durante la limpieza de los tanques sépticos y las alcantarillas, según datos del gobierno indio.
Bezwada Wilson, un reconocido activista que ha estado luchando para acabar con esta práctica repugnante, señaló que el programa insignia de Modi parece contar con la persistencia de la recolección manual. Un día después de que Modi recibió el premio en Nueva York, dos jóvenes dalits fueron asesinados por defecar al aire libre en Madhya Pradesh.
Junto con otros miembros del personal de la oficina de la Fundación Gates en India, me enteré hace unos meses de que Modi estaba siendo considerado para el premio. No me percaté de que la decisión ya se había tomado. No fue sino hasta principios de agosto que comencé a cuestionar su elección, pero constaté de inmediato que la fundación ya había tomado una decisión y la consideraba irrevocable. El hecho de que este respaldo a Modi no le hiciera ningún bien a la Fundación Gates no parecía estar abierto a la discusión.
Decidí incorporarme a la Fundación Bill y Melinda Gates porque realmente creía en su misión: todas las vidas tienen el mismo valor y todas las personas merecen una vida saludable. Y renuncié a ella exactamente por la misma razón. Al otorgarle a Modi este premio, la Fundación Gates va en contra de su propia creencia central. Tiene la prerrogativa de interpretar su propia ideología como lo considere oportuno —en este caso de una manera muy estrecha—, pero seguiré creyendo en el espíritu de esas palabras.
La Fundación Gates ha elegido celebrar una sola iniciativa, cuestionable, del gobierno de Modi; ha hecho caso omiso de cómo sus políticas han llenado de miedo e inseguridad la vida de las comunidades marginadas de India y los territorios que controla, ni qué decir de que ha transformado al país en un estado nacionalista de mayoría hindú.
Modi no merece que se le respalde. Estados Unidos, donde Modi recibió el premio Gates, le negó una visa en 2005 por “violaciónes graves a la libertad religiosa”, después de que un pogromo brutal contra los musulmanes en el estado de Gujarat —donde Modi fue jefe de gobierno— dejó un millar de muertos (la prohibición de otorgarle una visa no se levantó sino hasta la elección de Modi como primer ministro, en 2014).
A partir del primero de septiembre, casi dos millones de personas en el estado de Assam se han quedado sin nacionalidad. La lista actualizada de ciudadanos, conocida como el Registro Nacional de Ciudadanía, se creó con el fin de detener la “inmigración ilegal” del vecino Bangladés, donde la mayoría de la población es musulmana.
El Partido Bharatiya Janata, el partido nacionalista hindú de Modi, ha prometido implementar esa política en toda India y “eliminar a todos y cada uno de los infiltrados en el país, con excepción de budistas, hindúes y sijs”. Esta es una amenaza evidente contra los ciudadanos dalits, musulmanes, cristianos y judíos del país, lo opuesto a la misión de considerar que todas las vidas tienen el mismo valor de la Fundación Gates.
Y mientras escribo, el reciente ataque de Modi a Cachemira es lo único en lo que pienso. Siete millones de personas se encuentran en este momento en una especie de encarcelamiento virtual en una Cachemira ocupada por India. Ese es mi hogar y esa es mi gente. El 5 de agosto, el gobierno de Modi se abrogó unilateralmente al estado semiautónomo de Cachemira después de colocar al valle de Cachemira bajo un cerco militar y cortar los servicios de teléfono, Internet y televisión.
A pesar de la retórica de Modi de llevar un mayor crecimiento económico a Cachemira, el sufrimiento de ese pueblo solo se ha exacerbado con sus acciones. El martes por la noche, mientras la Fundación Gates le entregaba el premio a Modi en Manhattan, Cachemira cumplía 51 días de haber sido aislada del resto del mundo. Hay reportes de detenciones ilegales y tortura de adolescentes, ataques nocturnos que aterrorizan a las familias y no respetan a nadie.
El gobierno de Modi está ejerciendo sobre el pueblo de Cachemira lo que los expertos en derechos humanos de las Naciones Unidas han descrito como un “castigo colectivo”. El bloqueo y la desconexión de las comunicaciones han hecho que sea difícil para los pacientes llegar a los hospitales y tener acceso a medicamentos que salvan vidas a tiempo. Además, se ha prohibido el ingreso de periodistas extranjeros a Cachemira.
Varios miembros del personal de la Fundación en las oficinas de Seattle y Nueva Delhi manifestaron su preocupación por la decisión de premiar a Modi, pero la fundación eligió públicamente normalizar sus acciones, afirmando que el premio es “en específico por sus logros en materia de sanidad”.
Mientras los líderes mundiales se reúnen en la Asamblea General de las Naciones Unidas esta semana y cuestionan las políticas de Modi en India y Cachemira, la Fundación Gates le ha proporcionado una plataforma global para desviar la atención, para cambiar la narrativa. No obstante, el problema con el premio no solo tiene que ver con el momento en el que se otorga, que se convirtió en un desastre de relaciones públicas para la fundación. La decisión de honrar a Modi sería un error sin importar cuándo suceda.
Que una organización que aboga por el mejoramiento de los más vulnerables reconozca a Modi, simplemente no tiene justificación. Si las principales y más poderosas organizaciones sin fines de lucro respaldan a políticos polarizantes como esos, entonces, ¿quién habla en nombre de los vulnerables y los marginados?
La Fundación Gates ha cruzado el abismo entre trabajar con un régimen y respaldarlo. Ya no se trata del agnosticismo pragmático de una organización que trabaja con el gobierno en turno, sino la decisión de ponerse del lado del poder. Yo elegiré otro camino.
(Sabah Hamid era funcionaria de programas para comunicaciones en la Fundación Bill y Melinda Gates, en Nueva Delhi, India).
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