Sobrevivir a un tiroteo: la recuperación del "Héroe de Chihuahua" y su familia

Mario de Alba fue herido en la masacre dentro del Walmart el 3 de agosto. Su familia abandonó su vida en México para estar con él mientras sigue hospitalizado. Por Manny Fernández

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Mario de Alba resultó herido en el tiroteo en El Paso; en esta imagen, su hermana Cristina lo visita en el hospital. Mario recibió un disparo en la espalda (Foto: Tamir Kalifa para The New York Times)
Mario de Alba resultó herido en el tiroteo en El Paso; en esta imagen, su hermana Cristina lo visita en el hospital. Mario recibió un disparo en la espalda (Foto: Tamir Kalifa para The New York Times)

Están de pie a su lado, le acarician el pelo negro con las manos, le dan masajes en los pies y lo hacen reír. La familia de Mario de Alba se ha mantenido día y noche, durante veintisiete días y contando, junto a la cama de hospital en El Paso del reparador de lavadoras y secadoras al que ahora todos conocen como “el Héroe de Chihuahua”.

De Alba recibió un disparo en la espalda hace casi cuatro semanas en un tiroteo en el interior de un Walmart que dejó veintidós muertos y veinticinco heridos. Mientras un hombre armado acechaba los pasillos, De Alba protegió a su esposa y a su hija de 9 años en el interior de un banco en la parte delantera de la tienda. Otros compradores se amontonaron en el mismo rincón. Un hombre cerca de De Alba oraba en voz baja, temblando de miedo.

El hombre armado los vio —eran entre ocho y diez hombres, mujeres y niños— y abrió fuego. De Alba, de 48 años, trató de proteger a su esposa e hija con su cuerpo, pero también resultaron heridas. Una bala golpeó el pulgar y el pecho de su esposa. Otra perforó la pierna de su hija.

Varios de los que estaban a su alrededor, incluyendo el hombre al que De Alba vio rezar, murieron esa mañana. Su esposa y su hija ya fueron dadas de alta. Sin embargo, él continúa en el Centro Médico de la Universidad de El Paso, donde ha sido sometido a varias operaciones, tres hasta ahora, y está luchando para recuperar su fuerza.

Aquella mañana de agosto, la vida de De Alba al igual que la de los demás sobrevivientes y los familiares de quienes murieron se sumergió en el silencio y el dolor. La mayoría de los heridos fueron atendidos en hospitales de la zona y fueron dados de alta, pero un puñado permanece hospitalizado; dos en el Centro Médico de la Universidad, De Alba y Luis Calvillo, de 35 años, un veterano del ejército y entrenador de fútbol juvenil que recibió cinco disparos.

Para la familia De Alba, la lenta recuperación ha estado marcada por el distanciamiento. De Alba vive en la ciudad de Chihuahua, capital del estado mexicano de Chihuahua, con su esposa e hija. Sin embargo, desde el 3 de agosto, la familia ha vivido prácticamente en El Paso: De Alba en su habitación del hospital, y su esposa e hija en un hotel cercano, donde también se encuentran la madre y la hermana de él, quienes vinieron de México.

Érika, su hija de 9 años, debería estar en la escuela; Oliva, su esposa, es la directora de la escuela a la que asiste Érika, pero ninguna ha querido irse. En la ciudad de Chihuahua, De Alba tiene una tienda donde repara y vende lavadoras y secadoras, pero ahora el negocio está cerrado.

Este es un relato sobre cómo es la recuperación de un tiroteo masivo: este acontecimiento no solo ha sido difícil en términos físicos, emocionales, financieros y logísticos, sino que, además, dado que El Paso es una ciudad fronteriza, también se trata de una cuestión binacional.

“No puedo dejar esto atrás”, dijo De Alba. “No puedo llevar a mi hija a la escuela. No puedo trabajar. Tengo cuentas que pagar. Pero ahora mi mundo se ha detenido”.

Las autoridades federales de inmigración han ayudado a la familia De Alba, ciudadanos mexicanos que se encuentran entre los miles que legalmente cruzan la frontera todos los días para trabajar, hacer compras o estudiar en El Paso, con visas de turista y de otro tipo que les permiten estar en Estados Unidos temporalmente y les han otorgado permiso para permanecer en El Paso durante la recuperación de De Alba.

A pesar de ello, a De Alba le preocupa el futuro. Probablemente, permanezca hospitalizado durante varias semanas más; por eso, le preocupa que su familia se quede sin dinero y tenga que volver a México. Le preocupa que su hija no esté en la escuela y que su esposa no trabaje.

“Si no están aquí”, dijo de su familia mientras yacía en su cama de hospital, “¿quién va a cuidar de mí?”.

Una bandera mexicana en un homenaje a las veintidós personas asesinadas en el atentado en El Paso. Mario de Alba y su familia, quienes son de Chihuahua, México, están viviendo temporalmente en Texas mientras él se recupera. (Foto: Tamir Kalifa para The New York Times)
Una bandera mexicana en un homenaje a las veintidós personas asesinadas en el atentado en El Paso. Mario de Alba y su familia, quienes son de Chihuahua, México, están viviendo temporalmente en Texas mientras él se recupera. (Foto: Tamir Kalifa para The New York Times)

Su hermana Cristina lo escuchó, se inclinó y le tocó la cabeza. “No, no vas a estar solo”, le susurró.

La mañana del jueves 29 de agosto, De Alba se preparó para otra operación, la tercera, programada para esa tarde. Su prima, Lucero de Alba, estaba de visita desde Ciudad Juárez, la ciudad vecina a El Paso, del lado mexicano. Había esperado tres horas en una larga fila para cruzar la frontera en uno de los puentes internacionales.

Pero ahora, con ella allí, al igual que con su hermana Cristina y su madre de 79 años, María Montes, el estado de ánimo había cambiado. Rápidamente se convirtió en el programa Los De Alba. Pronto, aquella habitación, un espacio monótono y estéril con algunos toques hogareños, se llenó de risas.

Sonriendo, De Alba dijo que estaba pensando algo. Cuando el hombre armado irrumpió en el Walmart y abrió fuego, él acababa de pagar un montón de dinero por un carrito lleno de comestibles, ropa, un par de zapatos para él y útiles escolares para el regreso a la escuela de su hija. Había guardado el recibo en el bolsillo de su camisa. Tal vez Walmart me dé un rembolso, bromeó.

“¿Cuánto fue?”, preguntó su prima Lucero.

“850 dólares”, respondió él.

“¿Cuánto?”, preguntó ella de nuevo.

“850 dólares”, repitió De Alba.

“¡850 dólares!”, exclamó ella, mientras la habitación se llenaba de nuevo de risas y exclamaciones de asombro. “¿850 dólares? ¿En serio? Eres bueno para gastar, pariente”, agregó.

Confinado a una habitación de hospital y atado a tubos intravenosos y máquinas que emitían pitidos, De Alba ha tenido varias semanas para pensar en el tiroteo y en el agresor acusado de orquestarlo. El presunto autor, Patrick Crusius, de 21 años, vivía con sus abuelos en el suburbio de Allen, en Dallas, y la policía dijo que ha confesado haber publicado un manifiesto en contra de los inmigrantes latinos minutos antes del ataque, en el que afirmó que estaba actuando “en respuesta a la invasión hispana de Texas”.

De Alba dijo que no entiende al agresor, pero que no lo odia. “Es una persona que ni siquiera se ama a sí misma”, dijo. “Una vida sin propósito”.

Más tarde, esbozó una sonrisa. “A los únicos que odio en la vida”, dijo, “son a los clientes que no pagan cuando les arreglo su lavadora o secadora”.

Su prima Lucero rió. “Es un De Alba”, dijo. “Está de buen humor todos los días. Es de familia”, explicó.

El día antes del tiroteo, De Alba condujo cuatro horas de la ciudad de Chihuahua a El Paso para recoger a su esposa e hija, que habían llegado al aeropuerto de la ciudad de un viaje a Denver. Habían reservado una habitación de hotel en El Paso para pasar la noche, y planeaban ir de compras a Walmart la mañana siguiente antes de hacer el largo viaje de vuelta a casa.

Todavía no eran las once de la mañana cuando la familia terminó de pagar sus artículos. Caminaban hacia la salida cuando el tirador, quien traía orejeras y llevaba un arma de asalto estilo AK-47, entró al supermercado. De Alba dijo que no escuchó que el atacante dijera algo.

“Serio”, dijo De Alba en referencia a la expresión del hombre armado. “Serio”, repitió en inglés.

A toda prisa, metió a Oliva y a Érika en el First Convenience Bank, que se encuentra enfrente de las cajas. Ellos fueron los primeros en esconderse en un rincón. Otros compradores los siguieron, tan pronto como los disparos se escucharon en la tienda. Cubrió a su esposa e hija con su cuerpo, y poco después hubo sangre. Recuerda haber visto una nariz y una oreja en el suelo.

La hermana de De Alba sostiene la mano de Mario, quien se dedica a reparar lavadoras y secadoras en México (Foto: Tamir Kalifa/The New York Times)
La hermana de De Alba sostiene la mano de Mario, quien se dedica a reparar lavadoras y secadoras en México (Foto: Tamir Kalifa/The New York Times)

Momentos después, De Alba y su familia salieron corriendo. Presa del pánico, trató de conducir al hospital. Llegaron a su automóvil y su esposa le entregó las llaves. Pero no tenía fuerza para ponerlo en marcha, dijo. Las ambulancias y los paramédicos llegaron cuando su dolor aumentó. Le pidió a un paramédico que se llevara a su esposa y a su hija al hospital, pero que lo dejara morir allí.

“Pensé que moriría”, dijo. El paramédico rechazó su petición y le ayudó a entrar a una ambulancia.

“Cuando llegó al hospital, estaba inconsciente”, dijo Lucero. “Su padre murió hace dos años. Él dice que lo vio en la sala de urgencias, como si estuviera esperándolo. Durante siete segundos, dijeron que estuvo muerto”, agregó.

De Alba sufrió graves heridas internas y su recuperación ha sido lenta. Hace poco, los médicos encontraron pus dentro de una herida intestinal. Con tubos en la nariz, incapaz de comer ni beber, él y sus parientes tienen más preguntas que respuestas acerca de cuánto tiempo tomará su recuperación. No quedó paralizado y puede caminar, pero se preguntan qué tan independiente será para moverse cuando por fin lo den de alta.

Hace unos días vio a los perros de terapia en el hospital. El jueves le preguntó a un ejecutivo del hospital si podía pasar tiempo con uno. ¿El san bernardo o el gran danés?, le preguntó. Se quedó pensando un momento, y luego dijo: el gran danés.

Ese día, su hija y su esposa pasaron a verlo a su habitación antes de su operación. Después, fueron hacia el vestíbulo para despedir a Lucero. Cuatro semanas después de la masacre, Érika camina con una leve cojera y Oliva todavía tiene la muñeca y el pulgar enyesados. Érika salió de la tienda de regalos sonriendo feliz: Lucero le había comprado un chocolate.

De Alba dijo que cree que su destino podría haber sido diferente. Podrían haber sido asesinados mientras se escondían, al igual que el hombre al lado de ellos. Érika, dijo, es su inspiración para recuperarse.

“Me he concentrado en estar agradecido”, dijo. “Mi hija me visita casi todos los días. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?”, concluyó.

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