De lejos, nuestra historia política de este año parece simple: pierde el bueno que estaba a favor del mercado, gana el malo y el populismo regresa. No es tan así.
Hasta que se lleve a cabo la votación en octubre, Argentina tiene en la práctica a un presidente electo virtual, el candidato de la oposición Alberto Fernández, y a un presidente en ejercicio que busca una reelección muy poco probable, Mauricio Macri, el pato rengo. A diferencia de los dirigentes que han sido electos recientemente en Latinoamérica, Fernández tiene una postura moderada. Sin embargo, se enfrentará a una ardua batalla para sostenerla.
Fernández superó al presidente Macri por un margen inesperadamente alto, de más de quince puntos porcentuales en las PASO, una contienda preliminar celebrada el 11 de agosto cuyo objetivo era descartar a los candidatos menos populares (además de Fernández y Macri, cuatro políticos han clasificado para competir en las elecciones de octubre). La compañera de fórmula de Fernández es la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lo cual ha generado preocupación sobre el regreso de los llamados populistas que dominaron Argentina hasta 2015.
Fernández y Fernández de Kirchner, sin embargo, son dos personalidades distintas. Argentina tiene un sistema presidencial fuerte, y la persona que ocupa ese cargo tiene mucha facilidad para imponer su voluntad por sobre los contrapesos institucionales y políticos. Alberto Fernández es pragmático: aunque sus principios políticos se inclinan hacia la centroizquierda, no tiene anteojeras ideológicas a la hora de elegir las herramientas de políticas públicas para hacerlos valer.
Por caso, se jacta de que cuando fue jefe de Gabinete durante la presidencia de Néstor Kirchner —el difunto esposo de Cristina—, el país tuvo cinco años consecutivos de superávit fiscal. Sin embargo, durante su periodo en el cargo, el país también desairó al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y saboteó un plan que buscaba crear un área de libre comercio para el continente, en alianza con Hugo Chávez de Venezuela y Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil.
La reacción inmediata de la región ante la victoria casi segura de Fernández fue de ansiedad sobre sus posturas futuras. El presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, dijo que si Fernández llegaba a la Casa Rosada, los "bandidos izquierdistas" detonarán una crisis de refugiados argentinos. Del otro lado del espectro, Diosdado Cabello, uno de los hombres fuertes del régimen de izquierda de Nicolás Maduro en Venezuela, le advirtió a Fernández que su amplio margen de victoria no reflejaba un apoyo hacia él, sino oposición a las políticas promercado de Macri.
Si Fernández quiere que su eventual presidencia sea exitosa, quizás tenga que decepcionar tanto a la derecha como a la izquierda. Dados los gigantescos problemas que tiene la economía argentina, la pregunta es si logrará mantener su posición de centro. Desde la crisis monetaria del peso en abril de 2018, Argentina ha sido uno de los eslabones más débiles de la economía mundial: el peso se ha devaluado un 67 por ciento y, actualmente, el país se encuentra en su segundo año de recesión. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha realizado el rescate financiero más grande que se le haya otorgado a un país. La deuda externa excederá el cien por ciento del PIB anual del país para finales de este año y la tasa de desempleo se ha elevado al diez por ciento. Más de tres de cada diez argentinos son considerados oficialmente pobres.
Es poco probable que las cosas mejoren pronto, lo cual deja poco margen para una política populista de distribución de dinero. Fernández sabe que para cumplir con su vaga promesa de campaña de "revitalizar la economía", tendrá que reunir todo el apoyo posible, tanto en su país como en el extranjero.
Argentina tiene un historial de colapsos económicos que atormenta a sus ciudadanos y asusta a los inversores. Todo argentino mayor de 40 años ha sufrido al menos dos de ellos: la hiperinflación de 1989, y el del bloqueo de las cuentas bancarias (corralito) que precedió al mayor cese de pagos de deuda soberana de la historia a finales de 2001. El país también tiene un historial de caos político, como las organizaciones terroristas guerrilleras y una dictadura militar brutal durante la cual miles de ciudadanos "desaparecieron" en la década de los setenta.
No obstante, incluso con las crisis constantes y la incapacidad de los dirigentes de cosechar resultados económicos, este año el país cumplió 36 años de democracia ininterrumpida y su clase política sigue reinventándose.
Fernández es un resultado de esa reinvención. Con la economía hecha añicos, la política se dirigía a una polarización de los extremos entre Macri y Fernández de Kirchner, o al ascenso eventual de algún outsider (advenedizo). Pero la decisión de la ex presidenta de respaldar la candidatura de Fernández y postularse como vicepresidenta unió en los hechos a su partido peronista y lo movió hacia el centro.
Fernández criticó con vehemencia el segundo periodo en el poder de Cristina Fernández de Kirchner, de 2011 a 2015, y ha declarado que no llevará a la nación al pasado. Aun así, puede que la facción dominante del kirchnerismo dentro del partido intente empujar a Fernández hacia la izquierda.
Su coalición funcionó bien en la campaña anti-Macri, pero la presidencia la pondría a prueba. Fernández tendrá que construir puentes sólidos con actores a quienes los seguidores de Fernández de Kirchner consideraron "enemigos del pueblo", entre ellos algunas empresas, Wall Street y la Casa Blanca. Su habilidad para resistir la tentación del populismo dependerá en gran medida de su capacidad inmediata para sacar a la economía de la tempestad.
Los aliados internacionales del país también tienen un papel que jugar. Lo primero que tendrá que hacer el próximo ministro de Economía es renegociar términos con el FMI, ya que es muy poco probable que Argentina logre saldarlos, como está previsto, para finales de 2023. El FMI quizá sienta que debe ser más estricto con Fernández de lo que fue con Macri, pero correría el riesgo de perder a su deudor principal. Lo mismo aplica para el gobierno de Donald Trump, que se declaró a favor de Macri, pero cuenta con Argentina como un factor de estabilidad en una región que está en peligro de perder el rumbo.
El próximo presidente va a caminar sobre una cuerda floja. Quizá necesite una red de protección.
Marcelo J. García es analista político y codirector de Contexto Consultores, además de columnista para The Buenos Aires Times.
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