Los actos de opresión y violencia ocurridos en Venezuela en los últimos tiempos solo pueden ser comparados con los que también hemos visto durante años a través de vídeos y fotos de la guerra en Siria. Cuando creemos que ya no se puede ir más lejos en el horror, surge otra prueba de que la monstruosidad sigue devorando a la humanidad y de que no será fácil escapar de ella.
El 1 de julio el joven venezolano Rufo Antonio Chacón, de 16 años, fue herido gravemente mientras protestaba por la falta de gas en el municipio del estado Táchira donde vive con su madre. Las numerosas heridas provocadas en su rostro por los disparos a bocajarro de perdigones de la policía le causaron que perdiera los ojos. La crueldad volvió a ampararse de aquel país a pocos días de otra muerte causada por el abuso y las torturas: la del capitán Rafael Acosta Arévalo, quien llevaba días encarcelado de manera arbitraria por el régimen de Nicolás Maduro.
La imagen de Chacón con el rostro bañado en sangre y hundido de dolor recorrió el mundo. Sin embargo, el mundo continúa, en buena medida, ajeno a lo que sucede en el país, indiferente ante la corrupción estatal, los atentados a los derechos humanos de sus ciudadanos y una crisis económica que ha llevado a la multiplicación de casos de malnutrición infantil. Esta lista de catástrofes ha sido provocada por una dictadura inspirada en el régimen castrista que desde hace sesenta años ha secuestrado a mi país, Cuba.
La indignación de quienes hemos padecido tiranías aumenta cuando vemos la proliferación de imágenes como la de Chacón o noticias como la de Acosta pero advertimos que el mundo sigue su curso.
Michelle Bachelet, alta comisionada para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, visitó Venezuela unos días antes de la muerte de Acosta y del acto represivo contra Chacón y por fin se ha pronunciado con un informe que advierte y reconoce las numerosas vidas mutiladas en el país.
El informe está basado en entrevistas y testimonios de más de quinientas personas afectadas por el genocidio perpetrado por el castrochavismo. Y es justamente "genocidio" la palabra que debió ser mencionada en el texto. Es hora de que Bachelet actúe como lo que es: una de las principales guardianas y defensoras de los derechos humanos en el planeta. Reconocer las dimensiones reales de la crisis humanitaria en Venezuela debe ser solo el principio del resarcimiento de una deuda pendiente con la justicia y los derechos humanos en América Latina. Bachelet y la ONU les deben a los cubanos impulsar una investigación internacional por las muertes del líder disidente Oswaldo Payá y Harold Cepero y de otros fallecimientos igual de sospechosos. Ella —cercana a los Castro— no solo tiene suficiente gas en la cocina de su casa, tiene también ojos. Pero ya sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Rufo Antonio Chacón quedó ciego. Los ojos de Venezuela deben ser sus ojos a partir de ahora, aunque la metáfora poética no suple la pérdida real. No solo no podrá observar el mundo a su alrededor, además no lo juzgará de la misma manera —tal vez ingenua— como lo habrá hecho hasta ahora. Es comprensible.
¿Cuántos jóvenes venezolanos tendrán que ser mutilados y asesinados para que de una vez por todas se haga verdadera justicia? ¿Cuántos más para que el dictador y sus cómplices abandonen el poder de la manera que sea? ¿Cuánto horror cotidiano debemos continuar soportando quienes todavía contemplamos el mundo esperanzados con que nuestros hijos vivan en un planeta de libertades y paz?
Hace algún tiempo empecé a escribir una narración en la que los personajes se movían en un caos devastador, envueltos en una trama de colaboracionismo y complicidades a favor de la indiferencia frente a los crímenes de los gobiernos de izquierda. Después de leer los primeros esbozos o tratamientos, dejé el manuscrito. Ni siguiera recuerdo en qué lugar oscuro del sótano lo guardé. ¿Quién iba a querer publicar aquel mamotreto cundido de verdades "inoportunas"? Sabía muy dentro de mí que nadie se atrevería a editarlo, aunque los muertos y los atropellos tuviesen nombres y apellidos reales. Hoy he pensado en retomar aquella historia, en nombre de Rufo Antonio Chacón.
Es urgente que la mirada del mundo tome una postura más activa, menos indiferente, hacia estas atrocidades. En el siglo XX y en lo que va del XXI se han acumulado una cantidad de víctimas inadmisible de gobiernos autoritarios. Yo soy una de esas víctimas de un régimen comunista y tuve que salir de mi país como casi dos millones de otros cubanos. En los últimos años, más de cuatro millones de venezolanos se han exiliado y miles de personas han sido asesinadas o torturadas por la violencia estatal.
Para Cuba y Venezuela ya es hora de un cambio. No podemos seguir siendo espectadores de una tragedia humanitaria. Como escribió el historiador Alejandro González Acosta desde México: "Venezuela nos mira a todos desde los ojos reventados de ese muchacho. ¡No seamos cómplices con nuestro silencio!".
La autora es escritora cubana. Ha escrito guiones cinematográficos, libros de poesía, relatos y novelas, entre ellas "La mujer que llora".
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