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BARCELONA — Cada año, más de un millón de personas visitan el hogar de Ana Viladomiu en Barcelona. Ella hace lo posible por evitarlas.
Viladomiu vive en La Pedrera, la última casa construida por Antoni Gaudí, el brillante arquitecto catalán que falleció después de haber sido arrollado por un tranvía en 1926. Sus obras construidas por toda la ciudad han contribuido a convertir a Barcelona en uno de los centros turísticos más importantes de Europa.
Casi todos los días se forman largas filas afuera de La Pedrera, cuya fachada de piedra, ondulante e irregular, la hace parecer como si se hubieran esculpido cuevas para usarse como viviendas dentro de una mole de roca. Una vez en el interior, los visitantes descubren un edificio con características inusuales de arriba a abajo. El patio de azulejos de la entrada parece un bosque bajo el agua; la terraza del techo tiene chimeneas en forma de cascos.
No obstante, para Viladomiu, vivir en La Pedrera conlleva ciertos problemas prácticos, comenzando por la dificultad diaria de llegar al elevador que la lleva a su apartamento en el cuarto piso.
"Muchas veces me he tenido que abrir paso a codazos hasta mi casa, mientras la gente me gritaba porque pensaban que me estaba metiendo en la fila de los boletos", narró hace poco en una entrevista en su apartamento. "No es lindo estar en esa situación, en especial cuando regresas a casa llevando tus bolsas del supermercado".
Su apartamento es un espacio amplio de 350 metros cuadrados y paredes blancas que está amueblado con sutileza y tiene grandes ventanales volados. Ha vivido ahí desde la década de los ochenta.
Viladomiu, una escritora de 63 años, se mudó al edificio poco después de conocer a su esposo, quien rentó uno de los apartamentos antes de que La Pedrera fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984.
Gaudí diseñó el edificio para ser una residencia privada, que en ese entonces se dividió entre varios arrendatarios.
En 1906, una pareja adinerada (Roser Segimon y su esposo, Pere Milà, un empresario industrial) le comisionó la construcción de su nuevo hogar en lo que entonces se estaba convirtiendo (y sigue siendo) la avenida comercial más moderna y elegante de la ciudad, Paseo de Gracia.
A Gaudí le tomó seis años terminar el edificio. Cuando estuvo listo, el matrimonio Milà se quedó con el piso principal, pero rentó todo el espacio adicional, que se había subdividido en veinte apartamentos.
El edificio de Gaudí, cuyo nombre oficial es Casa Milà, se convirtió en el tema de conversación de Barcelona aun antes de estar terminado. Pronto se le dio el sobrenombre de La Pedrera, debido a su fachada irregular y asimétrica similar a una cantera.
Su diseño fue satirizado por los caricaturistas de los diarios y derivó en ciertos pleitos legales, incluyendo uno entre Gaudí y la pareja. Los Milà fueron multados por las autoridades de la ciudad porque Gaudí construyó una casa más grande de lo aprobado en el permiso de construcción.
La señora Segimon, quien falleció en 1964, sobrevivió a su esposo y vendió La Pedrera a una empresa de bienes raíces. Entonces, otro arquitecto transformó el piso superior, que había sido el cuarto de lavado, e hizo más apartamentos para alquiler.
Viladomiu vive en uno de los pocos que quedan. En marzo, publicó el libro La última vecina, que trata acerca de la historia del edificio, así como de la experiencia de ocupar un apartamento en una de las joyas del estilo arquitectónico modernista de Gaudí.
Como un extra, dijo, su renta no ha subido significativamente en casi tres décadas, a pesar de que el valor turístico de La Pedrera se ha disparado.
"Con lo poco que pago por vivir en un lugar tan extraordinario en el corazón de Barcelona, sería muy tonta si decidiera mudarme a otro lugar", afirmó, sin revelar el monto exacto que paga de alquiler.
Los turistas pagan 22 euros, aproximadamente 25 dólares, por visitar La Pedrera, pero eso solamente da acceso a una parte del edificio, incluyendo uno de los apartamentos que él diseñó.
Aun así, los visitantes intrépidos en ocasiones han sobrepasado los límites, forzando a Viladomiu a añadir una barrera afuera de su apartamento para mantener a raya a los turistas.
Antes, dijo, "la gente tocaba el timbre de mi casa constantemente porque quería ver el interior de mi apartamento".
De vez en cuando, Viladomiu les ha abierto la puerta a extraños. "Cuando he visto algunos turistas que se acercan y me parecen interesantes, les he mostrado mi apartamento", narró.
Viladomiu compara su experiencia con vivir en el plató de Gran Hermano, el programa de telerrealidad, pues los turistas la fotografían cada vez que sale a su balcón y es monitoreada por cámaras de seguridad y detectores de humo que en ocasiones ha activado sin querer al preparar la cena. "Pero, por supuesto, se trata del Gran Hermano de nuestro patrimonio mundial'", agregó.
En la actualidad, Gaudí está en el corazón de la oferta turística de Barcelona, y se siguen haciendo esfuerzos por resaltar sus obras. El proyecto más ambicioso es su obra maestra inconclusa, la basílica de la Sagrada Familia, que tenía apenas una cuarta parte de avance de su construcción cuando Gaudí falleció.
Este mes, las autoridades de la ciudad finalmente aprobaron la licencia para que las obras continúen, con el fin de que se pueda concluir la construcción en 2026, lo que coincidiría con la conmemoración del centenario luctuoso de Gaudí. Hace dos años, la primera casa que Gaudí construyó en Barcelona, Casa Vicens, fue transformada en museo.
El actual romance entre Barcelona y Gaudí contrasta con el relativo desinterés mostrado hacia su obra en la década de los ochenta, cuando La Pedrera se puso a la venta por última vez y tuvo dificultades para atraer a un comprador.
Finalmente, el banco Caixa Catalunya pagó 900 millones de pesetas, el equivalente a 6,2 millones de dólares, para comprar el edificio en 1986. Entonces, la fundación del banco renovó La Pedrera y la abrió al turismo, al tiempo que comenzó a ofrecerles a los inquilinos una indemnización para que se mudaran del lugar.
Aunque Viladomiu nombra su libro como el de la última inquilina de La Pedrera, algunos otros inquilinos también rechazaron la oferta de la fundación. Dos de ellos siguen viviendo en el edificio, pero no quisieron ser entrevistados.
Gaudí incluyó en La Pedrera características que en aquella época eran novedosas, como un elevador y agua corriente en cada apartamento. La Pedrera también fue una de las primeras casas en Barcelona que tuvo un estacionamiento subterráneo, con dieciséis espacios donde los residentes podían aparcar su vehículo automotor o su carruaje a caballo. Ahora, el estacionamiento se ha convertido en un auditorio.
No obstante, Viladomiu también destacó algunos aspectos del diseño de Gaudí que demuestran cómo daba prioridad a la estética, incluyendo su extenso uso de superficies curvas.
"Casi puedes olvidarte de instalar un estante para libros, porque aquí no hay una sola pared recta", dijo. "Gaudí tenía ideas muy claras y una personalidad muy fuerte que tienes que respetar para poder vivir aquí".