La tranquilidad de las montañas es engañosa. Cubiertas de nieve, a veces brillan con suficiente intensidad para cegar. Lucen indiferentes ante los diminutos viajeros en sus espaldas: los hombres europeos en los años de declive del imperio británico que buscaban —como se lee a menudo en las historias de aquellos tiempos— conquistar el Everest.
¿Conquistar? ¿De verdad? ¿Quién conquista a quién? Si alguna vez te has enfrentado a los Himalayas, sabes que te pueden engullir entero.
Estas son algunas de las imágenes más antiguas de la cima más alta en la Tierra, tomadas durante expediciones británicas realizadas en 1921, 1922 y 1924. Se encuentran entre las primeras imágenes de los intentos de nuestra especie para escalarla y de documentar la hazaña para generaciones futuras.
Observa a esas criaturas diminutas —¡esos somos nosotros!— caminando en fila contra el deslumbrante muro blanco de hielo. Mira, están golpeando la montaña para cavar espacios en los cuales apoyar los pies. En 1922, un equipo expedicionario británico se acercó a decenas de metros de la cima.
Lo que estas imágenes no reflejan por completo es que las montañas no están en calma. Gruñen cuando las piedras caen. El viento silba conforme asciendes. La altura drena tu aliento. Te recuerdan cuán pequeño eres, cuán frágil eres realmente, que es la razón por la que intentas suplicarles, como lo hacen los budistas que son originarios de esas montañas, al apilar una piedra sobre otra a modo de oración.
Everest, la cumbre, lleva el nombre de un burócrata del imperio británico, una elección que en sí misma pone al hombre en un lugar más importante que a la naturaleza. Las personas en los Himalayas a menudo se refieren a la montaña como una diosa o una madre. En las imágenes, ellos se asoman entre los hombros de los hombres blancos. En los pies de foto, a menudo no aparecen sus nombres y son mencionados como "porteadores nativos robustos". Su humanidad aparentemente ya había sido conquistada.
Las imágenes son un vistazo a nuestra capacidad colectiva de aventura y valentía. Sin embargo, al mirarlas ahora, también ofrecen una mirada a nuestra capacidad de autodestrucción, a nuestra capacidad de hacer mal uso de lo que amamos.
Lo que sabemos ahora es que desde la época de estas expediciones —a medida que la industrialización conquistaba de manera entusiasta a la naturaleza— ya habíamos comenzado a alterar los Himalayas de manera permanente. Los poderosos entre nosotros, principalmente en Estados Unidos y Europa, hicieron crecer nuestras economías tan rápido como podíamos al quemar tantos combustibles fósiles como podíamos.
Los gases de efecto invernadero que inyectamos a la atmósfera ya han calentado el planeta de manera considerable. Continúan haciéndolo a un ritmo acelerado. Como resultado, el hielo se está derritiendo en los Himalayas. Al ritmo actual, los científicos pronostican que al menos un tercio del hielo en los Himalayas y la vecina cordillera de Hindu Kush se descongelarán para finales de este siglo.
¿Por qué debería importarnos? Estas montañas son los depósitos de agua de Asia. Cuando ya no haya hielo, tampoco habrá agua, lo que afectará a más de mil millones de personas que viven en la parte inferior. Entonces, no habrá nada que conquistar. No habrá ascensos del hombre.
La montaña es indiferente, como lo es la naturaleza casi siempre con aquellos de nosotros que piensan que somos de alguna manera algo más que solo una parte de la naturaleza.
Las imágenes deben servir como el depósito de nuestra memoria colectiva. Los Himalayas también contienen nuestras memorias. A medida que el hielo se descongela, libera los cuerpos de las personas que devoró hace mucho tiempo.
* Copyright: 2019 The New York Times News Service