SAN SALVADOR — Primero, unos gestos amables. Luego, confusión. Luego, cacería.
Las promesas del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a los migrantes centroamericanos se esfumaron. En tan solo tres meses, las posturas del gobierno mexicano han sido tan contradictorias que parecen ordenadas por dos mandatarios diferentes.
El problema del discurso de AMLO a los migrantes es que nunca se sustentó en nada real, como una política pública. Dijo que haría un programa de empleos para migrantes: "El [migrante] que quiera trabajar en nuestro país va a tener apoyo, una visa de trabajo"; que crearía un plan de "ocupación" del sur por parte de los centroamericanos que huyen o migran de su región. Dijo y dijo y nunca hizo, o al menos no hay evidencia de ello. Parece lejana una solución realista al hecho incontrovertible de que miles de centroamericanos quieren llegar a Estados Unidos cada año, y para eso deben recorrer México.
El 17 de enero, más de un mes después de la toma de posesión de AMLO, el gobierno mexicano recibió con una sonrisa a centenares de centroamericanos que llegaron en una nueva caravana al puente fronterizo entre Guatemala y Chiapas, al sur de México. Amables empleados del Instituto Nacional de Migración (INM) los recibieron con la noticia de que solo tenían que registrarse para tener un permiso de estancia de un año, sin ninguna restricción para salir del país. "¡Viva México!", coreaban algunos centroamericanos en aquel paso que tantas veces sortearon por el río Suchiate, escondiéndose de soldados y agentes migratorios. Aproximadamente mil indocumentados aceptaron su registro y recibieron su permiso.
Casi tres meses después, la escena involucró a otra caravana de migrantes hondureños, en su mayoría, pero no hubo vítores ni bienvenidas: el 22 de abril, organizaciones humanitarias y medios difundieron videos en los que decenas de migrantes corrían despavoridos ante una emboscada del INM y la Policía Federal mexicana. Los migrantes cruzaban alambradas de púas para huir por el monte. Los que no lo lograron, atrapados, lloraban y suplicaban que los dejaran continuar. "En nuestro país nos quieren matar", decía una mujer en pleno llanto. Algunos niños eran jaloneados por sus captores para que entraran a las camionetas.
Cuando las puertas de México se abrieron en enero para una caravana migrante, algunos medios calificaron aquello de inédito, histórico, de cambio de paradigma. Eso parecía. Pero no lo fue. Tras la emboscada que dejó a más de un centenar de detenidos, volvieron palabras familiares en la historia de la migración centroamericana por México en las últimas tres décadas: redada, miedo, llanto.
También regresó el mismo discurso de los presidentes mexicanos. En su conferencia matutina del 23 de abril, AMLO argumentó que su gobierno intentaba proteger a los centroamericanos y, después de referirse a un pasado confuso, dijo: "En el norte hemos tenido problemas de asesinatos de migrantes en otros tiempos". No hay nada en la actualidad que haga pensar que en el norte de México ya no mueren migrantes. Las caravanas son una forma masiva de moverse, no la única. Los migrantes solitarios, los pequeños grupos de indocumentados siguen intentando llegar a Estados Unidos. Las cuotas del crimen organizado en el norte mexicano siguen ahí. Llegar del municipio de Altar al poblado del Sásabe, en Sonora, aún cuesta 700 pesos entregados a la mafia so pena de muerte. Aún hay niños que quedan vagando solos por los desiertos del norte.
La idea de que al atrapar a migrantes el gobierno los protege no es novedosa. Lo mismo argumentó el expresidente Enrique Peña Nieto cuando, como parte del Plan Frontera Sur, puso vigilancia para impedir que los migrantes se colgaran de los trenes en las estaciones. También Peña Nieto dijo que al dificultarles el camino los protegía. El caso es que Peña Nieto nunca prometió lo que AMLO: fronteras abiertas, paso libre y trabajo en México para los migrantes.
Mientras el gobierno de López Obrador decía una cosa y hacía otra, las caravanas siguieron llegando a un México que, al menos formalmente, aún no cerraba las puertas. Hasta las imágenes de este abril. Ni planes de trabajo masivo ni visas de tránsito libre: niños jaloneados de los brazos de sus madres. Esa es la última escena que sale de México.
Aquellos gestos gentiles, inéditos, se fueron transformando en una mueca burlona, a tal punto que Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, felicitó vía Twitter a AMLO el 2 de abril. "Después de muchos años, México está deteniendo a un gran número de personas en su frontera sur".
AMLO, en el tema migratorio, aceptó el absurdo juego de los opuestos: ser el muro invisible de Estados Unidos para la contención de migrantes centroamericanos o dejarlos pasar libremente a todos todo el tiempo. Al menos con las primeras caravanas, su opción se parecía a la segunda. Ahora, parece optar por la primera.
AMLO mintió a una multitud de gente: mintió a una caravana de migrantes, a cientos de centroamericanos que atendieron sus palabras y los gestos de su gobierno. La peor parte se la llevaron esas madres que entraron a rastras a los camiones de detención en Chiapas, con sus hijos llorando prendidos de sus vestidos. Otra parte menos podrida podría tocar a los que migren más adelante; si AMLO, en lugar de sostener su mentira argumentando que todo es por razones humanitarias y de seguridad, acepta su error y compone el rumbo hacia una nueva política migratoria. Hacia lo que prometió.
Mientras tanto, en medio de esas antípodas absurdas hay soluciones reales. Generar una amplia red de personas que atienda con eficiencia los casos de refugio en el sur mexicano es más útil que prometer grandes programas de "ocupación". Presionar a los gobiernos centroamericanos para que reconozcan su problema de desplazamiento causado por la violencia generaría más posibilidades de mejorar las vidas de esa gente que cazar caravanas en la carretera. Crear programas serios de trabajo temporal para migrantes es más realista que prometer la construcción de trenes y rutas mayas. Convertir en interlocutores permanentes sobre el tema a los encargados de albergues que habitan el camino desde hace años es más útil que mentir en conferencias de prensa matutinas.
Óscar Martínez es periodista de El Faro, autor de "Los migrantes que no importan" y "Una historia de violencia" y coautor de "El niño de Hollywood", sobre la MS-13.
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