OTTAWA — Era el tipo de público perfecto para armonizar con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau: más de trescientas mujeres jóvenes que participaban en uno de los días de involucramiento cívico con Daughters of the Vote (Hijas del Voto) en el parlamento. Pero apenas había empezado a hablar, varias decenas de mujeres se levantaron y en forma histriónica le dieron la espalda.
"Respete la integridad de las mujeres y los dirigentes indígenas en la política", publicó una de las participantes, Deanna Allain, a principios de este mes en un tuit dirigido a Trudeau. "Esfuércese más".
Por mucho que lo intente, parece que Trudeau no puede trascender la controversia que ha incomodado a la mayoría en Canadá desde febrero, cuando la primera fiscala general indígena de ese país, Jody Wilson-Raybould, renunció después de acusar al despacho del primer ministro de presionarla de forma indebida para considerar una sanción civil en vez de una penal a una compañía acusada de corrupción.
Este episodio ha propiciado un debate en Canadá sobre el Estado de derecho, las exigencias de la lealtad partidista y el papel de las mujeres, los pueblos indígenas y el feminismo en la vida política.
También ha hecho que Trudeau, cuyo gabinete intencionalmente tiene la misma cantidad de hombres que de mujeres, en repetidas ocasiones se empeñe en defender sus logros feministas.
Existen cuestiones de fondo sobre lo que significa dirigir un país de acuerdo con principios feministas. Muy pocos lugares se han aventurado a emprender algo así —en 2014, Suecia se proclamó como el primer gobierno feminista del mundo y unos cuantos países han formado gabinetes que constan de al menos un 50 por ciento de mujeres—, así que la experiencia de Canadá es una especie de experimento en curso.
Trudeau ha cumplido su promesa, hace poco declaró Chrystia Freeland, ministra de Relaciones Exteriores, en una entrevista al reivindicar políticas feministas dentro y fuera del país.
Entre ellas están destinar miles de millones de dólares a un programa que otorgue dinero a las familias que tienen hijos menores de 18 años y promover los derechos sexuales y reproductivos fuera del país.
Sin embargo, ¿cómo debería funcionar un gobierno feminista? ¿Cómo cambia la dinámica de un gabinete integrado en un 50 por ciento por mujeres? ¿Las negociaciones deben ser diferentes cuando uno o los dos participantes son mujeres? ¿El género importa en las conversaciones o los debates ríspidos del parlamento?
Debido a que su gobierno está rezagado en las encuestas ahora que Canadá se prepara para las elecciones nacionales en el otoño, Trudeau ha sido atacado tanto por parte de la derecha como de la izquierda; la oposición ha creado la etiqueta #FakeFeminist (falso feminista) en Twitter como un arma en su contra.
"Si este primer ministro es tan feminista, ¿por qué está amordazando a la exfiscala general?", provocó Michelle Rempel, una integrante conservadora del parlamento, a Trudeau en un debate reciente. En ese mismo debate, su compañera conservadora Candice Bergen se burló del primer ministro llamándolo hipócrita y luego acusó a los liberales de "gritarle" cuando hacía sus comentarios.
En este ensordecedor juego de ellos dijeron y los otros dijeron, el resto del país está intentando entender qué es la política y qué es la realidad objetiva.
"Todos estamos viendo una imagen de Rorschach y dándole diferentes interpretaciones", comentó Elizabeth Renzetti, columnista de The Globe and Mail. "Pero debido a que Trudeau ha insertado sus colores con tanta diligencia en el mástil feminista, cualquier paso que dé fuera de esas fronteras tan estrictamente prohibidas dará una imagen negativa de él".
La queja de Wilson-Raybould es que el despacho del primer ministro le insistió sin descanso para que considerara una sanción civil para una empresa canadiense acusada de sobornar a funcionarios libios para ganar contratos ahí. El gobierno de Trudeau señaló que presionó para aplicar la sanción civil porque una sanción penal le habría costado a la empresa los contratos gubernamentales, y habría puesto en peligro empleos canadienses.
Los reclamos de Wilson-Raybould son extensos, pero se han centrado en dos aspectos de este episodio: en primer lugar, que un alto asesor del primer ministro utilizó "amenazas veladas" para poner en riesgo la integridad de su departamento, y, en segundo término, que como mujer y dirigente indígena —es una exdirigente regional de la Asamblea de las Primeras Naciones de Columbia Británica— ha sido silenciada en sus intentos de anteponer la verdad al poder.
En una declaración escrita a la Cámara de los Comunes afirmó que el trato del gobierno hacia ella había incluido: "Elementos innegables de misoginia, en su mayor parte dirigida hacia mi persona".
Tracey Ramsey, integrante del parlamento del Nuevo Partido Democrático, repitió las críticas realizadas por la oposición de que los miembros del Partido Liberal de Trudeau habían empleado lenguaje tendencioso para denigrar a Wilson-Raybould, quien también era la ministra de Justicia.
"El despacho del primer ministro ha intentado convertir esto en un asunto de género al etiquetar a una mujer fuerte y capaz como alguien con quien es difícil trabajar, algo que las mujeres escuchan todo el tiempo cuando tratan de cuestionar la estructura del poder", señaló. "La típica frase de que 'lo vivió de manera diferente'. ¿Cuántas veces han escuchado esto las mujeres en sus lugares de trabajo?".
Sin embargo, lo que algunas personas llaman machoexplicación, otras —incluyendo a mujeres del gabinete de Trudeau— lo llaman política, simple y llanamente.
Patty Hajdu, la ministra del Trabajo, mencionó en una entrevista que ser ministra implicaba tener "conversaciones fuertes acerca de cosas sobre las que no concordamos".
El problema no es de sexismo, comentó, sino de desacuerdos. "Evidentemente, con dirigentes fuertes en la mesa del gabinete, no siempre estaremos de acuerdo en todo", señaló. "Hay una frase que antes me gustaba: 'Agrega a las mujeres, cambia la política', pero no se reduce a eso. Desde luego, hay que agregar a las mujeres. Pero el que solo haya más mujeres no quiere decir que las cosas van a ser necesariamente tiernas ni habrá una mayor disposición a colaborar".
Con el argumento de que él es mucho mejor que la alternativa, los partidarios de Trudeau señalan medidas como la introducción del análisis presupuestario basado en el género; la promulgación de una política de permiso de paternidad para los segundos progenitores, y la gran inversión en vivienda pública como ejemplos de programas que específicamente benefician a las mujeres.
"Desde cualquier punto de vista objetivo (y yo lo pondría en negritas, cursivas, subrayado y resaltado), este es, sin excepción alguna, el gobierno más feminista que haya tenido Canadá y punto", afirmó Kate Bezanson, presidenta de la Facultad de Sociología de la Universidad Brock.
El mismo Trudeau cree que puede reajustar.
"Las etiquetas no se definen con aquello a lo que elegimos adherirnos, sino con lo que en verdad hacemos", señaló en una entrevista reciente. "Hay muchísimas cosas más por hacer y no me preocuparé demasiado por las etiquetas. Espero que la gente me juzgue por mis acciones".
Ian Austen colaboró con este reportaje.
*Copyright: c.2019 New York Times News Service