Habían pasado 38 años desde que los científicos habían visto por última vez al insecto conocido como la abeja gigante de Wallace, una especie poco común que solo existe en unas islas indonesias llamadas Molucas septentrionales. Tiene una envergadura de 6,5 centímetros y un cuerpo del tamaño del pulgar de una persona; es considerada la abeja más grande y se temía que estuviera extinta.
Al parecer esos temores ahora se pueden olvidar. En enero, un equipo internacional de conservacionistas encontró en la naturaleza una Megachile pluto, como se llama a la especie. El equipo tomó las primeras fotografías y videos que se le han hecho a un espécimen vivo; gracias a esto han resurgido esperanzas de que sobreviva esta especie, la cual está bajo amenaza debido a la deforestación.
"Es tan ridículamente grande y eso es tan emocionante", dijo Simon Robson, biólogo de la Universidad de Sídney, en Australia, e integrante de la expedición.
El descubrimiento no fue fortuito. A pesar del gran tamaño de la abeja, su rareza, su ubicación remota y sus hábitos de anidación hacen que sea difícil de encontrar.
"En lo personal, sé de al menos cinco intentos que se han hecho para encontrar a la abeja", dijo Clay Bolt, fotógrafo que formó parte de la expedición más reciente.
Las abejas construyen sus hogares cavando hoyos en los nidos de las termitas que habitan en los árboles, donde se la pasan mucho tiempo escondiéndose.
"Estuvimos caminando mucho en la selva con un calor de 32 grados Celsius y muchísima humedad mientras examinábamos nidos de termitas e íbamos tras las abejas", contó Robson. En total, el equipo invirtió cinco días de búsqueda antes de encontrar su santo grial.
La abeja gigante de Wallace fue bautizada en honor a Alfred Russel Wallace, un entomólogo inglés que, al igual que Charles Darwin, trabajó para formular la teoría de la evolución a través de la selección natural. Wallace descubrió la abeja en una expedición en 1859, y describió a la hembra como "un insecto grande y negro parecido a una avispa con una quijada inmensa, como la de un escarabajo de los llamados ciervos volantes" (los machos miden menos de 2,5 centímetros).
Aunque Wallace no parecía estar especialmente interesado en la abeja —en su diario solo le dedicó un renglón—, entre los biólogos se convirtió en algo así como una obsesión. No se volvió a ver sino hasta 1981, cuando Adam Messer, un entomólogo, vio a varias en la naturaleza y regresó a casa con un puñado de especímenes que ahora están en el Museo Americano de Historia Natural en Nueva York, en el Museo de Historia Natural en Londres y en otras instituciones.
Messer observó que estas abejas usan su quijada, inusualmente grande, para formar bolas de madera y resina de árbol con las que fortifican sus nidos, y también que son animales un tanto solitarios.
Robson cree que son capaces de picar, aunque no pudo comprobarlo. "Todos queríamos que nos picara para ver qué tan doloroso era", dijo, "pero, como solo encontramos una, la tratamos con mucho cuidado".
En parte la expedición fue financiada por Global Wildlife Conservation, una organización sin fines de lucro con sede en Texas que en 2017 comenzó a hacer una búsqueda global de veinticinco especies "perdidas", es decir, animales que quizá no estén extintos, pero que no se han visto en al menos una década. Además de la abeja gigante Wallace, la lista incluye al pato cabecirrosa, la tortuga gigante Fernandina de Galápagos y la ardilla voladora de Namdapha.
A los conservacionistas les preocupa que la deforestación amenace la supervivencia de las abejas gigantes. La región de Indonesia donde se encuentran estas abejas perdió un siete por ciento de su cubierta arbórea entre 2001 y 2017, de acuerdo con Global Forest Watch.
Aunque estaban muy emocionados de haber encontrado a la abeja, a Robson y su equipo les preocupa que su localización tenga sus contras. El año pasado, un vendedor anónimo subastó un espécimen que no estaba registrado y lo ganó un comprador anónimo que pagó 9100 dólares. "Si puedes sacar tanto dinero de un insecto, se motiva a las personas a ir a buscarlos", explicó Robson. Para ayudar a proteger a las abejas, el equipo acordó no divulgar el nombre de la isla exacta donde hicieron su descubrimiento.
Ahora el plan es que el equipo regrese a la isla y ejecute una investigación más profunda, pero "eso conlleva formar vínculos con científicos del lugar y conseguir permisos para ir y trabajar con ellos", dijo Robson.
* Copyright: 2019 The New York Times News Service