Cuando estás en la meseta polar y el cielo es azul, puedes sentirte muy pequeño. Eres una manchita diminuta y ahí es simplemente infinito. Puedes mirar en 360 grados: no hay nada. Ningún árbol, ningún edificio. Eres la única cosita diminuta en ese mar interminable de luz. Eso te hace sentir pequeño. Cuando hay nieve es lo opuesto: te vuelves supermiope, aislado. Todo lo que puedes ver es la brújula que tienes a unos centímetros de la nariz, y el contraste de esas dos cosas es muy impactante, pero la sensación que siempre está presente es que eres solo un producto de tus propios pensamientos, de tu propia mente.
Colin O'Brady, enero de 2019
El 3 de noviembre, un avión Twin Otter con esquíes bajó de un cielo azul cobalto y aterrizó en la barrera de hielo Filchner-Ronne, ubicada al extremo oeste de la Antártida. Colin O'Brady, un aventurero estadounidense de 33 años, y Louis Rudd, un capitán del Ejército británico de 49 años, desembarcaron para intentar algo que nadie había hecho: cruzar, solos, sin ayuda ni asistencia, el continente más frío de la Tierra.
Amarrados a pulks o trineos de plástico llenos de todo lo que iban a necesitar para sobrevivir durante al menos dos meses, se pusieron los esquíes y comenzaron una carrera del uno contra el otro hacia la barrera de hielo de Ross, un viaje de 1482 kilómetros en línea recta. Iban a enfrentar temperaturas de vientos helados que rondarían los 56 grados Celsius bajo cero, días con condiciones limitadas de visibilidad por la nieve, nevadas fuera de temporada, aislamiento y dolor.
El 26 de diciembre, después de una marcha de 32 horas hacia la línea de meta, O'Brady terminó el viaje. En una extraordinaria vuelta de tuerca o de rosca, cubrió los últimos 125 kilómetros en un solo intento que comenzó la mañana de Navidad y duró toda la blanca noche. Rudd lo alcanzó en la línea de meta dos días después. O'Brady perdió nueve kilogramos en el camino. Rudd perdió más de trece y, justo cuando pensaban que habían acabado, las malas condiciones climáticas los obligaron a esperar dos días más para hacer su vuelo de regreso a la comodidad relativa y a tomar su primera ducha desde Halloween.
El 20 de diciembre, O'Brady se enfrentó con vientos constantes de 56 kilómetros por hora y ráfagas ocasionales de 88 kilómetros por hora.
Desde que terminaron su viaje, ha habido un debate considerable entre los aventureros polares sobre la manera en que esta expedición se compara con el viaje que Borge Ousland realizó en 1996-1997, el cual comenzó y terminó en los extremos de las barreras de hielo de la Antártida, los inmensos bloques flotantes de hielo que limitan partes del continente. Rudd y O'Brady aseguran que respetan absolutamente a Ousland, quien esquió con la ayuda de un cometa que le sirvió para recorrer 2999 kilómetros.
"Es uno de los más grandes exploradores polares de la actualidad", comentó O'Brady en una entrevista otorgada tan solo días después de haber regresado a Punta Arenas, Chile, el punto de partida desde donde ambos salieron hacia la barrera de hielo Filchner-Ronne. "Pero para mí, es comparar peras con manzanas".
Otros han destacado que las últimas etapas de la ruta de Rudd y O'Brady siguieron un paso por donde viajan vehículos pesados.
"Me gustaría que pudieran estar ahí, no se parece en nada a una carretera", mencionó Rudd. "Decir que fue fácil porque esquiamos por una carretera simplemente está mal. No lo puedo creer. Es un tanto decepcionante. Es una pena que no hayan dicho: 'Bien hecho, chicos, qué gran esfuerzo, fue un viaje difícil'".
Tenían mucho más que decir sobre su aventura sin precedentes. Hemos resumido y editado las entrevistas con cada uno de ellos con fines de claridad.
Louis Rudd (LR): Llegamos en avión y, cuando aterrizó, le dije a Colin: "¿Quieres bajarte primero?". Luego anduvimos sobre el avión en tierra 1,5 kilómetros, solo pasábamos barriendo la nieve, en un trayecto paralelo al de Colin. Nos detuvimos y me bajé. Al principio, nos podíamos ver el uno al otro con toda claridad. Recuerdo que Mónica, la piloto, y yo intentamos sacar manualmente mi trineo del avión y pesaba una barbaridad. Simplemente se hundió en la nieve blanda de la barrera de hielo Filchner-Ronne, y pensé: 'Dios mío, esto es una locura'".
Colin O'Brady (COB): Hay cuatro correas que se atan a mi trineo. Jalé la primera correa para apretarla —sonó un chasquido—, se rompió el broche de plástico. Ni siquiera había dado un paso y la maldita cosa ya se estaba rompiendo.
LR: Despegaron, volaron en círculos y zumbaron encima de mí, y poco a poco el ruido se fue apagando. Me quedé viendo fijamente el avión hasta que se volvió una manchita diminuta de color negro. Recuerdo un silencio abrumador y solo sentir un frío extremo.
COB: Ese primer día estuve jalando durante unas dos horas. Podía ver a Lou a la distancia, iba un poco más rápido que yo, pero en ese momento no me interesaba la carrera. No sabía si podría jalar el trineo a través de la Antártida. No sabía si podría jalar el trineo otra hora más. Llamé a Jenna (su esposa y administradora de la expedición, Jenna Besaw) llorando. Ella me dijo: "¿Dónde estás?". Le respondí: "He avanzado solo 3 kilómetros desde que nos bajamos del avión. Me falta casi un kilómetro para llegar a la primera parada. ¿Mejor acampo aquí?". Lo que me contestó fue crucial: "Llega a la primera parada. Será la victoria del día".
COB: Esos primeros cuatro días fueron brutales. Tu cuerpo no está acostumbrado. Tuve un poco de dermatitis, me salieron algunas ampollas y me dolía la espalda. Me costó estar totalmente conectado. Veía a Lou enfrente de mí. Es difícil juzgar la distancia cuando estás ahí. Pensaba: "¿Es un kilómetro o son diez?". Pero lo veía muy lejos.
LR: El día cuatro, la superficie nos favoreció y recorrí como 15 millas náuticas, algo que no esperaba lograr con ese peso. Ese día terminé pensando que de ninguna manera Colin iba a recorrer lo mismo en esa etapa. En mi cabeza, me hice a la idea de que le llevaba una enorme ventaja.
COB: Al final del quinto día, después de haber avanzado unas diez horas durante el día, divisé su tienda de campaña a la distancia y pensé: "Vaya, está justo ahí". Esa noche, acampé a quince minutos de distancia de su tienda. La mañana del día seis, comencé a esquiar en esa dirección. Supongo que me escuchó pasar porque sacó la cabeza de la tienda y me saludó con la mano. Le respondí el saludo y seguí mi camino.
LR: Para cuando empecé la marcha, ya me llevaba casi un kilómetro de distancia, y lo alcancé rápidamente. De nuevo, me sentí confiado de que iba mucho más rápido y él se veía muy encorvado y como si se estuviera esforzando mucho. Esto me hizo sentir un poco más relajado, que mantenía mejor la vertical. Un premio para mi confianza. Había como un kilómetro entre los dos, pero estaba parejo, todo el día hasta el séptimo día.
O'Brady levanta su tienda de campaña en medio de una tormenta de nieve.
COB: Más tarde ese día, me di cuenta de que se detuvo para montar su tienda, y yo anduve una hora más. Pensé: "No quiero volver a despertar justo al lado de su tienda. Me gustaría tener un poco de separación". Así que al final del día terminé unos 3 kilómetros más adelante de él.
LR: Se despertó muy temprano y para cuando salí de la tienda, era una manchita a la distancia.
COB: Llegué el 26 de diciembre después de 32 horas. Me detuve en la parada final y lo único que pensé fue: "Pongo la tienda y me meto a dormir". Me quedaban muy pocas raciones y, dos días más tarde, básicamente ya no me quedaba comida. Entonces llegó Lou.
LR: Era evidente que Colin ya llevaba un par de días allí, y tenía una frágil esperanza de que hubiera un [avión] Twin Otter esperando. Nada. Lo primero que hice fue llamar a Antarctic Logistics & Expeditions (ALE). Me dijeron: "Estamos cubiertos de niebla en el glaciar Unión". Dijeron que habría un mejor clima el 31 de diciembre, unos tres días después. Me sentí muy frustrado. Colin, también. Le quedaba muy poca comida, así que le di un poco de mis raciones liofilizadas.
COB: Cuando aparecieron, yo llevaba cuatro días ahí y Lou llevaba dos y se nos estaba acabando la comida. Nos salió una sonrisa enorme. Nos habían llevado una botella de champaña.
LR: Eran las once o doce de la noche cuando aterrizamos de vuelta en el glaciar Unión, pero mucha gente del personal y clientes de ALE se habían quedado despiertos y, cuando nos bajamos del avión, nos vitorearon, abrazaron y felicitaron. Fue muy agradable. Prepararon una comida especial para Colin y para mí que también habían guardado en la cocina, así que nos sentamos y disfrutamos una comida genial. También tomamos todo el vino y la cerveza que quisimos.
COB: La Antártida es el último gran lugar de la naturaleza. No hay nada parecido a ir a un lugar en este planeta, en estos tiempos, que en verdad esté intacto.
LR: Me fascinó el lugar. Es duro y puede ser brutal. Una buena parte del tiempo que estás ahí, quisieras no estarlo, pero la voy a extrañar y pensaré todo el tiempo en ella. La gran reina blanca.
* Copyright: 2019 The New York Times News Service