La sobrecarga sensorial es uno de esos fenómenos ligados al mundo en el que vivimos y que, viendo su desarrollo, parece que no va a desaparecer en los próximos años. De hecho, se trata de algo que la gran mayoría de las personas han experimentado en algún momento de su vida, sin necesariamente haberse parado a pensar en qué es ni darle tiempo.
En un mundo de filtros normalizados, cirugía estética y retoques de belleza, la “sobreestimulación de la belleza” es ahora un tema. ¿Pero qué le hace a nuestro cerebro? ¿Alguna vez tuviste sensación de que, cuando abrís tus aplicaciones sociales, todas las caras que te miran son, “hegemónicamente hermosas”? Quizás sea porque en alguna parte del mundo es temporada de vacaciones, de festivales y de retiros wellness, todo a la vez.
Ahora es más fácil que nunca editar nuestros avatares digitales. Aplicaciones como FaceTune, Snapchat y TikTok ofrecen sutiles retoques faciales (narices finas, colorete natural, labios carnosos, etc.), lo que significa que podemos retocar nuestro aspecto con un solo gesto. Esto, por supuesto, no es nada nuevo. Desde las primeras imágenes de las revistas y la llegada de Photoshop, la gente se ha preocupado por lo que el retoque de las imágenes nos haría como sociedad. Pero ahora, si los algoritmos de las redes sociales están empujando agresivamente rostros brillantes y simétricos al frente de nuestros feeds, ¿existe el peligro de sobrecargar digitalmente nuestros cerebros con la belleza?
La frase “sobreestimulación de la belleza” surgió recientemente por cortesía de la escritora Eleanor Stern, que dijo en TikTok: “No solo estamos expuestos a más rostros bellos a diario, sino que la gente se hace más bella que nunca”. Está claro que tocó una fibra sensible. “Mi autoestima mejora con solo ir al supermercado y mirar a personas reales”, reza un comentario. Otro: “Nunca me quito la máscara en los espacios públicos, sinceramente, ya no quiero que me vea nadie”.
En su libro Survival of the Prettiest, la científica de Harvard Nancy Etcoff señala que siempre estamos evaluando el aspecto de otras personas y que nuestros “detectores de belleza” siempre están sonando. Plataformas como Instagram y TikTok favorecen los rostros humanos por encima de los paisajes o las fotos de comida; se anima a la gente a publicar selfies “para el algoritmo”, por lo que la frecuencia con la que vemos rostros en nuestros feeds es mayor que nunca.
“Nos damos cuenta del atractivo de cada rostro que vemos de forma tan automática como registramos si nos resulta familiar o no”, escribe Etcoff. “Los detectores de belleza escanean el entorno como un radar: podemos ver una cara durante una fracción de segundo (150 milisegundos en un experimento de psicología) y calificar su belleza, incluso darle la misma calificación que le daríamos en una inspección más larga”.
Las imágenes retocadas son ahora lo que esperamos de ciertas influencers, en particular las Kardashians, con sus dedos imposiblemente largos y sus pantorrillas de aspecto extraño. Pero con la afluencia de lentes “embellecedoras” en las redes sociales, como las que añaden “maquillaje ligero”, la gente corriente se retoca más allá de lo que hemos visto antes. Esto nos lleva a creer que nos quedamos cortos con respecto a los estándares normales, lo que puede ser incluso más perjudicial que las comparaciones con las celebridades.
Mientras nuestros cerebros juzgan constantemente el aspecto, también hacen comparaciones. “Siempre que miramos imágenes de otros, tenemos una fuerte tendencia a compararnos con ellas”, sostuvo en diálogo con la revista británica The Face, la doctora Petya Eckler, profesora de imagen corporal y medios sociales de la Universidad de Strathclyde. “Si esas comparaciones son, como las llaman los académicos, ‘comparaciones ascendentes’, sentimos que somos menores que eso con lo que nos comparamos”, aseguró.
“Y con la abundancia de imágenes bonitas en las redes sociales -continuó Eckler-, es probable que las comparaciones sean ‘ascendentes’, en lugar de ‘descendentes’ o ‘laterales’ (en las que ambas partes se ven como iguales). Se ha comprobado que esto es bastante arriesgado para la autoestima, para la realización de la autoestima de los jóvenes, tanto hombres como mujeres”.
Por su parte, la doctora Nadia Craddock, investigadora de la imagen corporal en la University of the West of England (UWE Bristol), afirmó: “Los estudios han demostrado que en las redes sociales, compararnos con personas que consideramos iguales es más potente que las celebridades o las modelos en lo que respecta a la imagen corporal, porque podemos racionalizar mejor que no tenemos los mismos recursos, como un escuadrón de glamour”.
Otros estudios demuestran, según Craddock, “que cuanto más invertimos en editar nuestra propia imagen, peor nos sentimos con nuestro yo en la vida real”. “Esto es importante porque una mala imagen corporal puede afectar a todos los aspectos de nuestra vida: puede afectar a nuestra salud física y mental y afectar a cómo nos presentamos en el trabajo, en los eventos sociales y en las relaciones románticas”, dijo.
Como resultado directo de esta comparación y edición, los ideales de belleza se están homogeneizando. En 2019, Jia Tolentino acuñó el término “rostro de Instagram” en The New Yorker, donde describió un “rostro único y ciborgiano. Es un rostro joven, por supuesto, con piel sin poros y pómulos altos y regordetes. Tiene ojos de gato y pestañas largas y caricaturescas; tiene una nariz pequeña y limpia y unos labios carnosos y exuberantes”.
“Si tecleás ‘la cara más hermosa del mundo’ en el generador de imágenes de IA DALL-E, un grupo uniforme de humanoides te devuelve la mirada, todos con pelo largo y liso de color moreno, una mandíbula afilada y labios carnosos. Los nueve rostros son caucásicos, de piel bronceada y ojos azul eléctrico. Ninguno de ellos parece natural, sino más bien la imagen de una máquina de modelos de Victoria’s Secret de los años 00″, reza el artículo de The Face.
No es de extrañar que la inteligencia artificial parezca ajustarse a los ideales eurocéntricos de belleza. La IA aprende de la información que existe actualmente, de modo que los prejuicios de la sociedad se convierten en los que adoptan nuestros nuevos señores informáticos. En su boletín de noticias The Unpublishable, la experta en belleza Jessica DeFino ofrece una crítica mordaz de la industria cosmética: “Los productos de belleza sólo pueden sustituir la confianza que los estándares de belleza robaron”.
“Y estos estándares siempre cambian. Será interesante ver si el apetito por el lifting de glúteos brasileño cae en picada, dado que las Kardashian han sido vistas recientemente luciendo unos glúteos de menor tamaño. El hecho de que estos estándares cambien a lo largo del tiempo es importante porque significa que podríamos invertir un sinfín de tiempo, dinero y energía tratando de lograr una estética sólo para que esa estética pase de moda”, remarcó Craddock.
“No debemos olvidar que todas estas aplicaciones y filtros, son entidades comerciales: alguien está ganando dinero con nuestras inseguridades”, aseguró la doctora Eckler. “Las que nos llevan a cambiar los rasgos de nuestra cara y todo eso, existen para que los desarrolladores de esas apps puedan ganar dinero. Se benefician de hacernos sentir inseguros de nosotros mismos. Así que creo que tenemos que pararnos a pensar: ¿quién se beneficia de todo esto? Porque, obviamente, no somos nosotros como personas, ¿cierto?”.
¿No podemos simplemente borrar nuestras aplicaciones, desconectarnos y vivir una vida en paz? Para la generación Z y los millennials, no es tan fácil. Las redes sociales son importantes para estar al día, culturalmente y con nuestros compañeros y a menudo son necesarias para determinadas trayectorias profesionales. El consejo de Craddock es “tener estrategias para interrumpir el desplazamiento interminable en las redes sociales. Date cuenta de cuándo estás atrapado en una espiral negativa de compararte con las imágenes de otras personas, probablemente editadas, y tomalo como una señal para cerrar la aplicación y hacer algo bueno por vos mismo”.
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