Antigua sede de la Orden de los Templarios, Tomar es una ciudad con gran encanto, tanto por su riqueza artística como cultural. Durante casi 900 años, las altísimas agujas y los muros fortificados de la ciudadela del Convento de Cristo, en lo alto de una colina, han vigilado la tranquila ciudad portuguesa, en la región de Santarem.
Construido en 1160 como cuartel general del misterioso ejército católico de los Caballeros Templarios que servía al Papa, con el propósito de proteger las vidas de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén. Este extenso bastión románico, gótico y barroco sirvió como pieza central del poder de los Templarios en Portugal durante 400 años. El conjunto monumental perteneció a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, conocida popularmente como la Orden del Temple.
Se alza sobre la cima, dentro de las murallas del Castillo Templario, fue fundado por el Gran Maestre del Temple de Portugal, Gualdim Pais, en 1162 y se convirtió en la sede principal de su orden y posteriormente de la de los Caballeros de Cristo. Tanto el castillo como el convento fueron sede de la Orden de los Templarios hasta el año 1314, y de la Orden de Cristo a partir de 1357. El castillo actualmente está clasificado como Patrimonio Mundial por la UNESCO.
La construcción del Convento de Cristo, en la que el célebre arquitecto João de Castilho formó parte, se prolongó del siglo XII al XVII, y actualmente la propia edificación constituye un verdadero museo de la arquitectura portuguesa donde se mezclan los estilos románico, gótico, manuelino y renacentista.
Dos son las piezas destacadas en su estructura. La primera es la Charola dos Templários que fue construida en el siglo XII siguiendo el modelo del Santo Sepulcro de Jerusalén. La rotonda de los Templarios es una construcción octogonal de dos pisos sustentada por ocho pilares. Una girola con bóveda anular separa dicho octógono del polígono exterior de dieciséis lados.
El interior se encuentra adornado con pinturas de artistas portugueses, y con algunas tallas de madera policromada. El Claustro Principal es el más emblemático e importante de todos los claustros del Convento de Cristo. Fue construido en gran parte entre 1557 y 1566 por Diogo de Torralva. Es conocido como Claustro dos Felipes en homenaje a Felipe II, que se calzó allí la corona de Portugal en el año 1581. Este sitio está compuesto por dos pisos, con columnas toscanas en la planta baja, y jónicas en la superior.
Su decoración es escasa, lo que contrasta mucho con la decoración intensa de la nave central. Cuenta con tres ventanas, aunque sólo dos son visibles. La primera se encuentra a la derecha, al entrar. Para ver la ventana más célebre se debe bajar al claustro de Santa Bárbara. A dicha abertura se la conoce como la Ventana do Capítulo.
Se trata de la obra de decoración manuelina más asombrosa de todo Portugal. Este es un tipo de variación portuguesa del estilo gótico final, en combinación con el arte luso-morisco o Mudéjar. La ventana es obra del arquitecto Diogo de Arruda, y fue esculpida de 1510 a 1513 a partir de las raíces de un alcornoque, que se encuentran sostenidas por el busto de un capitán.
La decoración trepa a lo largo de dos mástiles con múltiples prolongaciones. Cuenta con motivos vegetales marinos entre los que se distinguen corales, maromas, algas, cabos y cadenas. El conjunto es rematado con los emblemas del Rey Manuel II y con la cruz de la Orden de Cristo, que también se encuentra en la balaustrada. La ventana se encuentra amarrada con unos cabos a dos torretas, una de ellas rodeada por una cadena que simboliza la Orden del Toisón de Oro; y la otra por una cinta, que representa la Orden de la Jarretera.
Una cápsula de protección
Los orígenes del Castillo de Tomar, en tanto, que completa el desarrollo arquitectónico templario de la región, se remonta al siglo XII. Su construcción responde a la necesidad de crear una línea de defensa a lo largo del Tajo para proteger la que era entonces capital del Reino de Portugal, Coímbra. Por entonces el rey Alfonso I de Portugal entregó a la Orden del Temple el Castillo de Cera, en la región de Santarém con este propósito. Sin embargo, los templarios decidieron construir uno nuevo en Tomar. La línea de defensa del Tajo se completaría posteriormente en 1170 con la construcción del Castillo de Almourol.
Este castillo, con sus murallas que rodean la cumbre, convirtieron en inexpugnable al Convento de Cristo, al que cobija. Apenas cruzado el primer murallón se accede a un espacio de jardines que compone el antiguo patio del castillo. Desde lejos se vislumbra el Convento en toda su magnitud.
Los detalles templarios son innumerables. En el centro del patio, por ejemplo, se eleva una fuente cuya base tiene la forma una cruz templaria. Las escaleras de mármol en formato caracol situadas en cada una de sus esquinas merecen ser subidas. Los jardines muestran expresiones geométricas conservadas desde los orígenes de la construcción general del recinto.
La visita es abierta y pueden recorrerse con libertad los diferentes claustros. El de da Lavagem en particular espera con una serie de cerámica portuguesa aplicada poco común en obras de esta antigüedad.
Una de las grandes sorpresas del conjunto arquitectónico es el del Acueducto dos Pegões. Se mandó construir por orden de Felipe II de España quien encargó su la tarea a Filippo Terzi. Esta magnífica obra de ingeniería se extiende a lo largo de 6 kilómetros y permitió abastecer al templo para los cultivos de su huerta, sembrada y mantenida por los monjes locales.
Si aún quedan ganas, hay un recóndito premio para encontrar. Mirando hacia abajo, siguiendo las murallas del convento, se esconde una pequeña iglesia al otro lado del río Nabão. Se trata de uno de los sitios considerados como más relevantes en la historia templaria: la Iglesia de Santa Maria do Olival.
Debido a que Tomar ayudó a lanzar la expansión marítima de Portugal en el siglo XV, encabezada por Enrique el Navegante, esta sencilla iglesia de piedra se convirtió en el centro espiritual de todas las iglesias portuguesas construidas en el extranjero, lo que llevó a algunos a declararla el “Vaticano” de los Templarios. Allí, además, se encuentran las tumbas de varios templarios, entre ellas la de Gualdim Pais, el primer maestro, que murió en 1195.
Una serie de detalles la delatan en sus orígenes: la estrella de cinco puntas sobre la entrada principal y el hecho de que está construida bajo tierra. Se cuenta entre los que saben que, además, hay un sistema de túneles laberínticos bajo tierra que permitían a la iglesia comunicarse con el castillo en un recorrido de cerca de 1,5 km. Se supone que fueron estos túneles los permitieron a los templarios locales evadir el asedio de los moros en 1190.
Muchas de las cámaras secretas que pertenecían a este recorrido emergen libremente en la campiña de los alrededores. Luego de los grandes recorridos místicos, aún queda Tomar. La zona urbana más antigua, que se remonta a la época medieval, está dispuesta en cruz, según los puntos cardinales, y cuenta con un convento en cada extremo.
La Praça da República, con la Iglesia Principal dedicada a San Juan Bautista marca el centro y, al oeste, se encuentran la colina del castillo y del Convento de Cristo. En las calles de alrededor se encuentra el área comercial tradicional y el café más antiguo en el que se pueden degustar las delicias de la pastelería local: queijadas de almendra y calabaza y las tradicionales fatias de Tomar, confeccionadas solo con yemas de huevos y cocinadas al baño María en una olla especial, inventada por un latonero de la ciudad a mediados del siglo pasado.
Al sur, el Convento de San Francisco, en el que se puede visitar el curioso Museo de los Fósforos y, al norte, el antiguo Convento de Anunciada. Al este, en el lugar del actual Museo de Levada, se pueden ver las antiguas moliendas y molinos que trabajaban con la fuerza del río Nabão que atraviesa la ciudad. En una de las orillas queda el Convento de Santa Iria y, algo más lejos en esa dirección, la mencionada Iglesia de Santa Maria del Olival.
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