Mucho cambió Codogno y sus habitantes en dos años. Gracias a su polo industrial, su importancia y crecimiento económico es muy notable, en medio de una pandemia en la que pocos lugares se dieron ese lujo.
A unos 60 kilómetros al sudeste de Milán, y con una población de 15.000 habitantes, Codogno cuenta con prácticamente toda la población vacunada y para entrar en cualquier local público se controla el pasaporte COVID.
“Codogno redescubrió la fuerza de la comunidad, la solidaridad, el sentido de ponerse a disposición de los demás, incluso con personas que quizás no se conocían, algo que parecía perdido en nuestro tiempo”. Las palabras pertenecen al alcalde Francesco Passerini, para quien la lección de Codogno durante la pandemia se resume en tres palabras que fueron escritas en el monumento dedicado a las víctimas, justo ante la sede de la Cruz Roja: Resiliencia, comunidad, reinicio.
En el hospital de Codogno, donde hace dos años se vivía el terror, desde la semana pasada no hay ni un solo enfermo de COVID.
Sin embargo, para todos la vida ya no es igual tras sufrir la enfermedad, como es el caso del doctor Francesco Tursi, que se desvive por sus pacientes: “El virus te deja dentro un sentimiento de precariedad, sobre todo entre los casos graves. Hoy soy una persona completamente diferente. El virus me enseñó a disfrutar la vida y apreciar las pequeñas cosas. Lo más bello que experimenté son los ojos felices de los pacientes recuperados. Un paciente que estuvo muy mal, al salir del peligro me miró y me dijo: ‘¡Doctor, tengo que abrazarlo!’”.
El sentimiento de humanidad reina en el hospital de Codogno y también se palpa en la ciudad, según una crónica que publicó el diario ABC.
El primer paciente de coronavirus en toda Europa fue diagnosticado en Italia, y fue un hombre de 38 años de la pequeña localidad cercana a Milán. Las autoridades creen que podría haber contraído el virus después de cenar con un amigo que había regresado de China.
“No lo olvidaré nunca. El día 20 de febrero de 2020 vino a la consulta una señora con fuerte tos y me preguntó: ‘¿Cree, doctor, que aquí vendrá el COVID?’ Para calmarla le respondí: Nooo… ¿Está bromeando? Los chinos lo controlarán. El sábado 22, el director sanitario me llamó para que viniera de guardia porque todos los médicos del departamento donde estuvo Mattia Maestri (el paciente número 1 de Italia) eran ya positivos. Estábamos aterrorizados. Yo también acabé contagiado muy gravemente y creí que moriría”. Francesco Tursi es el médico responsable de Neumología del hospital de Codogno, y contó que su experiencia con la enfermedad transformó su vida y la de toda la ciudad, donde la pandemia comenzó en la península europea.
En Codogno todos perdieron un ser querido, un amigo, un conocido. Según precisó el alcalde Passerini, “desde el 21 de febrero al 8 de mayo de 2020, murieron 242 personas. Lo peor fue en el mes de marzo donde se registraron 156 víctimas, frente a las 46 del año anterior, por ejemplo. Son números, pero para nosotros todos tienen nombre y apellidos”.
El origen de todo
En la tarde noche del 20 de febrero de 2020 se confirmó en el hospital de Codogno que Mattia Maestri era el paciente 1 de la pandemia en Europa. Es un dato estadístico, pero luego se supo que el virus corría desde hacía días por el norte de Italia. Mattia, un investigador de la multinacional Unilever, vive en Casalpusterlengo, a 5 kilómetros de Codogno. A sus 38 años, dueño de un estado atlético y con óptima salud, el 18 de febrero se había presentado a consultar al servicio de urgencias, sospechando que tenía una gripe.
Se le diagnosticó una ligera pulmonía y se marchó a su casa, pero al día siguiente por la noche regresó con una gravísima pulmonía. Lo salvó la intuición de la anestesista Annalisa Malara, coetánea suya, quien adoptó una decisión que obviaba los protocolos del Ministerio de Sanidad sobre las pruebas de COVID, que por esos días preveía testear a quienes cumplieran con las características de caso sospechoso: personas con infecciones respiratorias agudas procedentes de áreas de riesgo en China o que hubieran tenido contacto estrecho con un caso probable o confirmado de COVID.
Mattia no cumplía ninguna de esas condiciones, pero todas las terapias que le aplicaban resultaban inútiles y literalmente se estaba muriendo. “Así que pensé lo imposible: hacer el test. Informé a la dirección sanitaria y dije que asumía yo la responsabilidad”, recordó ahora Annalisa Malara. Y así fue que se descubrió la punta del iceberg que en poco tiempo desataría una tragedia en Codogno.
Ahora Mattia Maestri sólo quiere “vivir y olvidar”. Y es que pese a que hoy parezca lejana aquella avalancha de casos de COVID que vivieron por aquellos días, todos recuerdan que en la Cruz Roja local se recibían cientos de llamadas de personas que decían sentirse muy mal. Al punto que su responsable comunicó al alcalde que algo extraordinario estaba sucediendo.
Codogno, la primera localidad aislada de Europa
En la madrugada del 20 al 21, Passerini mantuvo innumerables conversaciones telefónicas y adoptó una decisión que sorprendió a propios y extraños: aislar completamente el municipio, el primero en Europa.
El pueblo siguió fielmente a su alcalde: Codogno era una ciudad fantasma el sábado 22 de febrero de 2020. En todo el municipio, el silencio permitía escuchar el sonido de cada paso. Solo se salía de la casa por una urgencia, a comprar productos de primera necesidad o a pasear el perro. Por la noche, la región de Lombardía decretó cerrar nueve municipios próximos a Codogno. El Ejército se ocupó de blindar esta primera zona roja de Europa, que afectó a 50.000 personas.
El terror de los médicos y el colapso del cementerio de Codogno
Mucho se comparó durante la pandemia a la situación sanitaria con la guerra. Para Tursi, era peor “porque se luchaba contra un enemigo invisible”. “Yo estaba aterrorizado. Tenía miedo de contraer la enfermedad y morir, porque vimos los primeros casos y claramente eran terribles. Además, no sabíamos nada, no teníamos ni idea de esta enfermedad y cómo tratarla -recordó el profesional-. Todos los médicos reaccionamos para dar una respuesta que no era fácil. Los pacientes llegaban a decenas al servicio de urgencias y no sabíamos dónde meterlos. Teníamos un sentimiento grande de impotencia, al ver que los pacientes se enfermaban gravemente y no podíamos ayudarles como hubiéramos querido. El ambiente era de miedo y dolor”.
Muy pronto las seis cámaras mortuorias de Codogno se llenaron. El alcalde Passerini recuerda hoy con emoción el dolor de muchas familias que no pudieron dar un adiós digno a sus seres queridos, ni celebrar el rito religioso. No había funerales. En esos días se temía que hasta los muertos pudieran ser contagiosos. Era incluso difícil encontrar crematorios en diversas ciudades, incluso en las alejadas de Codogno. “Con voluntarios de Protección Civil, quitamos los bancos de la iglesia del Cristo para convertirla en cámara mortuoria. Hay quien por desgracia perdió un familiar y lo supo por una llamada telefónica; cuando pudo fue a despedirlo ante una lápida de mármol”, rememoró el alcalde.
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