Tomamos agua fría y nos lavamos con agua caliente. Y por motivos de salud y belleza deberíamos empezar a hacer justo lo contrario. Como la hidroterapia ha demostrado, éste liquido puede tener innumerables beneficios que, entre otras cosas, dependen también de su temperatura.
Lavarse la cara a diario es un elemento fundamental de cualquier rutina de cuidado de la piel. Al hacerlo, se eliminan las impurezas como la suciedad, los desechos y las bacterias, dejando la piel limpia y fresca. La mayoría de los expertos coinciden en que hay que hacerlo siempre con agua fría e, incluso, muchas personas guardan algunos de sus cosméticos en refrigeradores.
El agua fría ayuda a bajar la hinchazón, atenúa las rojeces, activa la circulación y es aconsejable en casos de acné o cuando sale un grano, ya que elimina la inflamación y reduce el periodo de cura. Por supuesto, no serviría como sustituto a ningún tratamiento específico para el rostro, pero sí servirá de complemento para que estos funcionen de manera eficiente.
Su aplicación es de lo más sencilla, pero debemos tener en cuenta diferentes aspectos. Si nos lavamos la cara de forma aislada directamente mojamos la cara con agua fría, aplicamos el producto de limpieza y repetimos el proceso. Si optamos por lavamos la cara en la ducha, podemos aprovechar ese agua fría también para tratar la piel del cuerpo porque ayudará a reducir visiblemente las estrías y la celulitis –una afección de la piel de la que desconocemos muchos aspectos–.
El agua fría hace que se cree una vasoconstricción que protege al cuerpo de la pérdida de calor pero después esos vasos se dilatan y hacen que la sangre circule mejor, lo que purifica la piel y hace que se oxigene mejor. Gracias a una mejor circulación, la piel se verá más firme y elástica.
Además de mejorar la circulación sanguínea, activa la producción de la producción de elastina y de colágeno, una de las proteínas más abundantes del organismo que se va perdiendo con la edad y hace que se pierda la firmeza y la elasticidad de la piel.
Todo esto tiene como resultado que la piel se regenere y se vea más suave, firme y tonificada, de más hidratada. Y es que el frío se destaca, entre otras cosas, por tener un efecto tensor y por ayudar a combatir la flacidez y a eliminar las células muertas.
Aplicar agua fría de forma directa sobre la piel puede tener un efecto antiinflamatorio. La mejor circulación de la sangre consigue que la piel no se enrojezca ni inflame ni tampoco congestione, con lo que se desinflama sobre todo la zona de las ojeras. Esto mejora si utilizamos herramientas masajeadoras frías.
El agua fría también actúa como un tónico natural, al igual que el agua de rosas, y aumenta el flujo sanguíneo. De acuerdo a una investigación que llevó a cabo el JSS Institute of Naturopathy and Yogic Sciences acerca de los beneficios de la hidroterapia en varios sistemas del cuerpo, esto se debe a la exposición al frío que envía flujo de sangre al área expuesta. A su vez, el aumento del flujo sanguíneo brinda a la piel una mejor protección contra los radicales libres, como la contaminación, y puede darle a su piel un brillo más saludable.
Existen varios beneficios para la salud de las duchas frías, que es cualquier ducha con una temperatura del agua inferior a 70 °F (21 °C). Algunas de las ventajas de las duchas frías, y cualquier forma de hidroterapia, incluyen una mejor circulación, un aumento de las endorfinas y un metabolismo acelerado.
Mientras que el agua caliente abre los poros, el agua fría los cierra. Esto es beneficioso para la piel por varias razones, a saber, reducir la apariencia de los poros y deshinchar la cara. Las calefacciones salvajes y duchas muy caliente son otras practicas que no benefician en nada a nuestro cutis y que, a la larga, pueden producir la aparición de capilares o cuperosis, debido a los contrastes bruscos de temperatura.
En conclusión, salpicarte agua fría en la cara no solo te despertará por la mañana, sino que también puede actuar como un astringente y reducir la hinchazón y dejar tu piel con una sensación de frescura, advierte la Academia Estadounidense de Dermatología (AAD, por sus siglas en inglés).
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