Las fiestas pone en tensión las crisis familiares ya existentes. Problemas de antaño y otros nuevos se reactivan cuando hay que tomar la decisión de “voy o no voy”, imaginando los posibles escenarios que se podrían presentar alrededor de la mesa de Fin de Año. Y en caso de anunciar “no voy”, la prudencia que hay que tener para no herir sensibilidades.
Decir “no me reúno con la familia” o preferimos pasarla solos” es una postura que, por lo general, recibe críticas del resto o algún comentario suspicaz: “desde que está en pareja se alejó de nosotros”, “seguro que le meten ideas en la cabeza” o “prefiere a los amigos antes que a la familia”, etc.
Los grupos familiares de WhatsApp se preparan de antemano para organizar las reuniones dejando poco lugar a las decisiones personales. Sin embargo, en estos tiempos, recibir a los invitados que quieren cumplir con asistencia perfecta y brindar a las 12 todos juntos, requiere tener “una mente abierta” para aceptar disensos ideológicos, posturas de vida, y mucho más, si alrededor de la mesa están presentes las nuevas dinámicas vinculares: parejas o matrimonios del mismo sexo, personas transgénero, queer, familias monoparentales, relaciones poliamorosas, etc. Estas y otras formas de expresión de los vínculos sexo/afectivos hacen su irrupción en estos espacios simbólicos tradicionales, atravesados por pautas poco flexibles para lo diferente.
“Si van ellos nosotros no vamos”
Dejar de lado los prejuicios y potenciar el encuentro más allá de las diferencias y las oposiciones debería ser el espíritu de estas fiestas y hacerlo extensivo fuera de estos eventos especiales. No obstante, esto es mucho pedir cuando aún existen muchas críticas e intolerancia a la diversidad sexual y a las dinámicas parentales que salen de la norma. No todos los invitados están dispuestos a compartir la mesa no solo por rechazo a lo diferente, también por no saber qué decir, cómo comportarse, qué explicación dar a sus hijos, cuestiones que se podrían resolver hablando, tratando de entender de qué se trata lo nuevo, pero fundamentalmente, abrir la mente a que las nuevas relaciones, fuera de toda categoría sexual, celebran el encuentro entre personas, cada una con sus individualidades y formas de expresión.
Hoy en día, el closet está más abierto que antes y muchas familias saben de las orientaciones sexuales de sus miembros, sobre todo de los más jóvenes. Las familias monoparentales y las homoparentales también tienen mejor receptividad, sobre todo porque la idea de familia y de descendencia se mantiene, aunque no cumpla con las pautas de la “familia tradicional”. En este caso es notorio como la llegada del o de los hijxs calman los rechazos, las críticas y las dudas cuando se tiene un hijo sin pareja, con pareja homosexual o trans, o a los nacidos de vientres subrogados. La descendencia permite que muchas familias tradicionales se adapten a las nuevas dinámicas de unión, como si “nació mi nieto o nieta” les permitiera seguir con los roles preestablecidos.
Los que deciden no encontrase en la mesa con “los raros o diferentes” ponen muchas veces la excusa de la incomprensión de sus propios hijos: “qué le digo a Ignacio cuando vea a su tío con su novio”, o “cómo le explico que su abuela tiene una novia”, “que el padrino vive y ama a dos mujeres” o “la novia del primo es una chica trans”. Los niños no nacen con prejuicios, son los adultos los que los trasmiten limitando la percepción del mundo diverso y relacional.
Mentes abiertas, fiestas más felices
La presencia en los grupos familiares de lo diverso precisa de un ajuste necesario, de un lado para comprender y aceptar lo diferente y del otro entender que la recepción en la familia a dichos cambios no se da un momento para el otro, requiere de tiempo.
Se pide tolerancia de ambos lados. Quizá la expresión de amor (abrazos, besos) entre personas del mismo sexo o de parejas poliamorosas o el uso del lenguaje inclusivo choque con el desacuerdo o la dificultad para entenderlo. Y no estoy diciendo que se es hipócrita o “careta” por no demostrar la verdad, me refiero a que los otros hacen un esfuerzo en comprender lo diferente, pero aún les cuesta ver frente a sus ojos la expresión “en vivo y en directo” de las nuevas dinámicas.
Bajo la heteronorma existen variedad de relaciones que, aunque despierten suspicacias y comentarios son más toleradas: crisis de parejas, infidelidades, vínculos con diferencias de edad (un hombre maduro con una mujer más joven tiene más tolerancia que una relación entre una mujer madura y un joven), como si estar bajo las reglas de lo heteronormativo fuese garantía suficiente para aceptar las transgresiones de estas mismas reglas.
Por lo tanto, en los tiempos que vivimos no es nada extraño abrir el lugar real y simbólico de la mesa familiar a las diferentes orientaciones, géneros y modelos de familia que se visibilizan en la sociedad. Y como decía el gran actor Enrique Muiño a Felisa Mary en la película de Así es la Vida (1939): “hay que agrandar la mesa, vieja”.
Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo
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