El aire que se respira antes de un desfile es intoxicante. La urgencia se materializa en una coreografía de manos que colocan prendas, cabellos, labiales en su lugar y fotógrafos que corren buscando la imagen perfecta. Instantes antes del inicio, un silencio inunda la pasarela y así, sin aviso, la música empieza a sonar. La semana pasada, sin embargo, este formato fue la excepción.
La edición primavera/verano 2022 del BAFWEEK se basó en una serie de eventos experimentales que se desparramaron por diversas locaciones icónicas de la Ciudad de Buenos Aires, englobados bajo el concepto “La moda viste la ciudad”.
Desde una fiesta de FILA en el Palacio Barolo a un pseudo-happening organizado por Blackmamba en la mansión del hotel Four Seasons, las marcas se apropiaron de estos espacios para construir una fantasía escapista que, lejos de ser un mero ejercicio de frivolidad, nos brinda la oportunidad de repensar la creación de espacios comunes en un mundo digital.
Internet promete la posibilidad de presentar, observar y disfrutar una colección desde cualquier punto del planeta. En un desfile, la ropa es el elemento central pero no único de la puesta en escena: la ambientación, los invitados, lo fortuito, el clima del evento dan vida al espectáculo.
Sin esta conexión, esta oportunidad para construir un vínculo con otro dentro de un universo ficticio creado a imagen y semejanza de una marca, la pasarela no es más que la alternativa poco práctica y poco sustentable de un fashion film.
A su vez, no resulta extraño que el eje de esta semana haya sido Buenos Aires: hoy el escenario de la moda, ayer un campo de batalla contra aquel enemigo invisible que nos asedió por más de un año. El encierro, el aislamiento y nuestra transición a una existencia puramente digital crearon un punto de partida para la resignificación de lo urbano y para replantear las metodologías de apropiación de dicho espacio.
Un acercamiento tímido pero significativo, BAFWEEK marcó la cancha para la industria local, y por qué no federal, planteando cómo la moda puede construir nuevos sentidos sobre los espacios públicos en el momento que estamos atravesando.
Este mismo entorno presenta, por otro lado, un desafío a la misma retórica del evento: ¿qué implica escribir sobre la semana de la moda en un escenario en el que la información está al alcance de la mano en tiempo real? Sin ir más lejos, un análisis de tendencias logra abarcar únicamente un fragmento de todo el espectro de influencias que contamina nuestro estilo y una simple descripción no logra materializar lo que tan sencillamente comunica lo visual.
Tal vez lo único que escape a esa cobertura exhaustiva e instantánea es un contexto, un sentido que la ubique en mundo real: las sensaciones, los silencios, aquellos momentos que la cámara no alcanza a capturar.
Detalles como la fragancia del jardín del Museo Fernández Blanco, la euforia tangible que lo atravesaba y los gritos y aplausos que lo colmaron al finalizar el desfile de Mishka. El parecido entre el almuerzo de Furzai en Atte Pizza y cualquier escena de la película Mamma Mia y las conversaciones entre periodistas, estilistas y diseñadores que adornaron esa misma mesa.
También sorprende el parecido entre la presentación de Vanesa Krongold y una obra de Marta Minujín o la impresión de encontrarse en una novela de Fitzgerald (o una partida del juego Clue) que generaba el evento de Blackmamba. Son las sutilezas las que se ausentan en la pantalla y se vislumbran en la palabra. Tal vez, hablar de BAFWEEK hoy sea, más que la construcción de una antología de colecciones, el desarrollo de un ejercicio de tinte antropológico.
La última edición de la semana de la moda fue tanto una bocanada de aire fresco como un alentador indicio de novedad en la escena local. Desde una nueva forma de comunicar la moda a, quizá, una nueva función que esta puede cumplir, el BAFWEEK redobló la apuesta y nos permitió, en simultáneo, festejar.
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