El imperio Inca, el más extenso y mítico de la América precolombina, solo extendió su frontera sur sobre el actual territorio argentino en un breve lapso de 50 años desde el inicio del siglo XV, en una expansión que comenzó en Jujuy y terminó en Mendoza.
Así lo determinó un nuevo estudio de investigadores argentinos que realizaron un relevamiento exhaustivo de todas las dataciones por radiocarbono en 76 sitios arqueológicos de ese origen en siete provincias del país.
El estudio termina por desbaratar el “dogma” propuesto hace casi 80 años por el arqueólogo y antropólogo estadounidense John Howland Rowe (1918-2004), quien afirmaba que los Incas habían entrado por la provincia de Jujuy hacia 1471 durante el reinado de Túpac Yupanqui, el décimo soberano del Imperio, considerado como una especie de Alejandro Magno del Nuevo Mundo. Esa cronología ya había empezado a ser cuestionada en la década del ‘90.
El nuevo análisis también respaldó la idea de que, por distintas razones, la expansión se produjo en tres pulsos u oleadas con una separación en el tiempo. “No fue un avance monolítico. De Jujuy a Mendoza hay 1300 km… ¡Es imposible que un proceso imperialista en esa época fuera instantáneo!”, dijo a Infobae el primer autor del estudio, Alejandro García, investigador del CONICET en el Centro de Investigaciones de la Geósfera y la Biósfera (CIGEOBIO), que depende de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ).
Según García, los fechados más confiables mostraron un avance incaico que empezó en Jujuy hacia 1420 y una vez asegurado el dominio en la zona, continuó unos 10 a 30 años después en Salta, pocos años más tarde, se proyectó hacia Catamarca y Tucumán.
El avance de los Incas habría culminado de manera más tardía en Mendoza y San Juan, aunque en este último caso quizás entrando desde Chile, que por esa época ya tenía varias décadas de ocupación.
El trabajo fue publicado en Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología y utilizó una metodología novedosa: revisó todos los registros publicados de dataciones con radiocarbono en sitios arqueológicos atribuidos a los Incas en territorio argentino y clasificó las fechas determinadas según la cantidad y calidad de la información contextual. Algo así como un rompecabezas donde se examinó críticamente el origen de cada pieza.
“Si digo que estoy brindando un fechado incaico, no tengo que esperar que me crean por un principio de autoridad, sino que debería presentar las pruebas de que ese fechado está asociado a materiales incas. Por eso es importante la calidad de los contextos. Si los artículos científicos no muestran bien la estratigrafía (capas de terreno del yacimiento arqueológico), cómo se hizo la excavación o cómo se tomó la muestra, no es posible descartar que ese material datado provenga en realidad, por ejemplo, de un sitio de ocupación preincaica”, señaló García.
¿Resistencia de grupos locales?
El análisis de 176 dataciones procedentes de los 76 sitios, desde Cerro Colorado en el límite jujeño con Bolivia hasta el Alero Ernesto, en el centro sur de Mendoza, reveló que solo el 16% de los datos tenían el máximo nivel de confianza (la mayoría de ellos, procedentes de Jujuy). El 20% tenía una calidad intermedia y el resto, baja.
“En muchos casos, no se consignaba si el material datado era, por ejemplo, un hueso o un fragmento de madera”, puntualizó otro de los coautores, Pablo Ochoa, investigador del Instituto Interdisciplinario Tilcara, que depende de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
De todos modos, haciendo un análisis global de la información, los investigadores reconstruyeron lo que consideran la cronología más probable de la expansión incaica en Argentina según los datos disponibles, tomando en cuenta los promedios de las dataciones para cada zona. Y también especularon en el trabajo sobre las causas que explican el lento avance incaico desde que pusieron un pie en Jujuy.
Ochoa enfatizó en que las estrategias de dominación de un imperio son variadas. Una posibilidad es que hubieran enfrentado la resistencia de grupos locales, como sugieren la construcción de pucarás (estructuras defensivas) en territorio argentino y otros signos de destrucción en algunas locaciones.
“En el norte había poblaciones más grandes, con sus conflictos previos. Y aunque no hay evidencias claras, lo más probable es que no les hayan abierto los brazos a los Incas”, opinó García. Pero tampoco es una cuestión saldada. “En la Quebrada de Humahuaca hay muchos pucarás, y la mayoría no han sido fechados. Pero no sabemos si esos conflictos son por la llegada de los Incas o si la Quebrada fue un sitio de resistencia (incaica) a la llegada de los españoles”, sugirió Ochoa.
Otro de los autores, Reinaldo Moralejo, investigador del CONICET en la División Arqueología del Museo de La Plata, que depende de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), sostuvo que no hay claros indicios de un conflicto bélico entre los incas y los grupos locales, sino que hubo más bien negociaciones intensas, incluyendo ejemplos de dominación a través de la violencia simbólica, como puede ser la remoción de tumbas para construir un sitio.
“Los Incas eran muy estratégicos. Sabían que no era muy conveniente ir a la confrontación directa con tantos grupos. Por eso su expansión fue progresiva, de a poco, mediante negociaciones y alianzas y el avance de grupos reducidos que se iban instalando y movilizando gente”, resumió Moralejo, quien realiza investigaciones en el sitio El Shincal de Quimivil, en Londres, Catamarca, considerado una representación simbólica del Cusco y uno de los emplazamientos incaicos más importantes en la Argentina.
Más al sur, los arqueólogos creen que la principal barrera para la anexión de una mayor porción del actual territorio argentino al Collasuyo (la porción más austral del imperio incaico o “Tawantinsuyo”) fue la baja densidad demográfica de los grupos de cazadores-recolectores que habitaban la zona, como los comechingones, los pampas y los puelches.
“Uno de los elementos principales en el mundo incaico es la fuerza de trabajo. ¿Pero cómo se agrupa y domina a poblaciones nómades y dispersas cuya organización no está centralizada? De no haber llegado los españoles, habría sido interesante ver qué hubieran hecho los Incas”, reflexionó García.
Con respecto a la anexión incaica de Mendoza y San Juan desde Chile, las evidencias parecen mostrar que lo hicieron mediante una de las poblaciones dominadas, los llamados diaguitas chilenos, lo cual García definió como una estrategia inteligente: “Si Cuzco está a 3.000 km, ¿qué mejor que apoyarse en un grupo súbdito en el centro de Chile?”, se preguntó. Pero la presencia allí habría terminado siendo mucho más efímera de lo que imaginaban.
“Del tiempo de ñaupa”
Una de las principales dificultades para establecer la cronología de la expansión imperial es que los Incas, al igual que el resto de los grupos prehispánicos, no usaban un calendario lineal para contar los años.
El cronista español Bernabé Cobos lo describió en su libro Historia del nuevo mundo, de 1653: “Porque [los incas] ni contaban por años sus edades ni la duración de sus hechos, como contamos nosotros desde el Nacimiento del Señor Jesucristo, ni jamás hubo un indio, ni apenas se halla hoy, que sepa los años que tiene. Lo que suelen responder cuando se les pregunta de cosas pasadas, es que aquello acaeció ñaupapacha, que quiere decir antiguamente”. De allí viene la expresión coloquial “del tiempo de ñaupa”.
Para Erik Marsh, antropólogo y arqueólogo nacido, graduado y doctorado en Estados Unidos y radicado en Mendoza desde 2009, donde es investigador del CONICET en el Laboratorio de Paleoecología Humana de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo, el principal aporte del trabajo de García y sus colegas es la compilación de fechados de los sitios incaicos en el país, “una excelente base de datos para ser analizada con métodos adecuados”.
También celebró que se haya roto la inercia académica que basaba la expansión de los incas en la cronología que proponía Rowe desde la década del ‘40. “El consenso respecto de que esas fechas etnohistóricas no son útiles creció mucho en los últimos 10 años”, dijo a Infobae. “Es una novedad para la arqueología”.
Sin embargo, Marsh cree que los incas llegaron incluso antes al país, quizás tan temprano como fines del siglo XIV, aunque inicialmente con un impacto tenue. Para afirmarlo, se basa en un estudio que lideró y publicó en 2017 y que recurre a una herramienta crecientemente utilizada por los arqueólogos, la estadística bayesiana, que permite combinar y cruzar probabilidades respecto de la antigüedad precisa de la muestra con otra información de manera cuantitativa en lugar de analizar los fechados de manera individual. Según sus cálculos, los incas pudieron haber pisado Mendoza por primera vez en cualquier momento entre 1380 y 1430.
“Las conquistas eran parte de su desarrollo, no esperaban a tener un estado consolidado”, señaló Marsh. “Existe una visión tradicional de que el imperio incaico incorporó territorios sucesivamente, agregando pedazos del mapa en su administración. Pero la visión actual en la arqueología es que los imperios premodernos se expandían por islas de influencia: los avances militares saltaban de ciudad en ciudad, dejando pueblos y espacios enormes entre sí sin tocar, como el imperio mongol. Era más como un archipiélago disperso y no un área contigua”.
Incursiones “invisibles”
Un aspecto que complejiza el escenario es que no necesariamente el arribo inicial de los incas dejó huellas. Marsh consideró probable que el primer contacto haya sido breve, “quizás dentro de una generación o pocas campañas militares sucesivas, dado que era normal para los generales incas hacer campañas de varios años”, y que luego de un lapso hayan regresado para administrar y consolidar el territorio, dejando, ahí sí, restos arqueológicos más claros pero más tardíos respecto de su primera incursión.
“Las dataciones de radiocarbono todavía no pueden resolver esto por los rangos de error”, manifestó Marsh, “aunque con mejores fechas, excavaciones y modelos bayesianos lo vamos a poder ver”.
Otros interrogantes quizás nunca se terminen de develar. En el momento de máxima expansión, algunos investigadores estiman que habitaban el imperio incaico de 6 a 12 millones de personas, pero es imposible inferir cuántos incas ingresaron y se radicaron en el actual territorio argentino. Tampoco se sabe si hubo Incas importantes que hubieran visitado emplazamientos como El Shincal.
De todos modos, por la llegada de los españoles, su permanencia fue breve, tal vez cercana al siglo. Frente al poder europeo, la mayor parte de los Incas se replegaron rápidamente y volvieron al Perú. “La principal resistencia la opusieron los grupos locales”, dijo Moralejo. “Sin embargo, lo incaico quedó muy impregnado en esas poblaciones. Hubo un sincretismo de saberes e ideología”. Dejaron una lengua, una impronta y también un mito.
En su libro “El imperio de los incas”, el etnólogo checo Miroslav Stingl, aseguró que el experimento de los incas no tenía parangón en las antiguas civilizaciones del Viejo Mundo. “Ni en Asia, ni en Europa ni en África surgió jamás una cultura de tal importancia en semejantes condiciones naturales”, escribió.
Hay más detalles de su expresión de conquista, progreso, retirada y legado en el actual territorio argentino que todavía quedan por ser contados.
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