Sin dudas la pandemia por COVID-19 se convirtió en una situación de quiebre en la humanidad. Un antes y un después para todos los que habitan el mundo en este tiempo. Y una circunstancia de extremo estrés social, de la que casi nadie salió -o saldrá- ileso.
Datos de estudios, aunque muy preliminares, tienden a sugerir que la pandemia tiene un efecto pernicioso sobre el bienestar emocional de las personas, en todas las etapas del ciclo vital, y que está generando un impacto sobre los niveles de ansiedad, estrés postraumático, preocupación patológica, y problemas de sueño.
Y si bien los especialistas destacan que también el confinamiento fue capaz de favorecer algunas experiencias personales positivas, a grandes rasgos no fue eso lo que ocurrió.
“La pandemia y el confinamiento se convirtieron en un factor de adversidad psicosocial que afecta a las familias en su totalidad. Lo que puede verse en los resultados de las investigaciones y en la clínica es que los miedos más comunes en este tiempo están vinculados al contagio de la enfermedad o la muerte, y el aislamiento social, que se suman a los problemas de trabajo e ingresos que afectan a la familia” sostuvo Mariam Holmes quien es doctora en Psicología, especialista en clínica, docencia e Investigación en Psicoterapia orientada en Mindfulness (MP 20463).
Ante la consulta de Infobae precisó que “en algunos casos se observan niveles elevados de impacto emocional reflejado en los miedos al coronavirus, problemas de sueño, y síntomas emocionales (preocupación, estrés, desesperanza, depresión, ansiedad, nerviosismo, e inquietud)”.
“En los niños las dimensiones predominantes son la ansiedad por separación, ansiedad y la fobia social, de todos modos, los datos han indicado que afortunadamente la población infantojuvenil está en el límite de lo normal y lo subclínico”, detalló la especialista.
En opinión de la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), “luego de haber estado tanto tiempo con las salidas, la vida social, y las actividades limitadas, pueden observarse el incremento de algunas ‘fobias’ en esta etapa de la pandemia”.
“Quizá no llegan a ser una fobia propiamente dicha, pero sí conductas que de alguna manera limitan la vuelta a la vida normal. Muchos chicos y adolescentes han padecido síntomas de ansiedad y/o depresión durante el aislamiento y eso sin duda deja secuelas. De pronto volver a tener contacto con otras personas se volvió un riesgo”, consideró la especialista en maternidad y crianza.
En el mismo sentido, la psicóloga, psicoanalista, especialista en psicosomática y especializada en niños Claudia Galante (MN 26257), opinó que “los efectos que tuvo la pandemia en la salud mental tanto en chicos como en adultos son estrés, decaimiento, ansiedad, depresión, ingesta incrementada, y fastidio, entre otros”. Para ella, “el alcance de esas consecuencias dependerá de la elaboración psíquica que pueda hacer cada uno en compañía de sus padres o de un psicoterapeuta”.
Y tras asegurar que “la fobia es un miedo exagerado a algo, que puede ser en principio a un animal determinado y puede desplazarse a otras situaciones”, la especialista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) consideró que “si los padres observan conductas antisociales en sus hijos u otro tipo de anomalías, deben hacer una consulta psicoterapéutica”.
Consultada acerca de a qué adjudica en muchos casos el desgano a la hora de asistir a clase o no querer salir de la casa, principalmente en los chicos más grandes, Holmes evaluó que “el distanciamiento de los grupos de pares y el aumento de indicadores de depresión, ansiedad y dificultades en la captación del sentido de vida desmotivó muchísimo a los adolescentes, por lo que resulta que puedan recuperar espacios de interacción social educativos, de ocio y deportivos”. “Ser capaces de captar el sentido de la situación adversa que les toca vivir y de su misión es clave”, apuntó.
Al respecto, Ruda observó que “muchos chicos aún evitan el contacto con sus pares por fuera del colegio, o están tan asustados con el posible contagio que empezaron a tomar extremas medidas de higiene, como cambiarse el barbijo varias veces en el día o el uso compulsivo del alcohol en gel”.
“La pregunta sobre ‘¿me contagiaré si hago tal cosa?’ ocurre quizá en niñas y niños pequeños a los que se les hizo mucho hincapié sobre los cuidados y protocolos -señaló la especialista-. Muchos chicos que concurren al colegio tienen la fantasía de ser los responsables de llevar el virus a sus casas y que alguien se enferme o muera a causa del COVID contagiado por ellos quizá siendo asintomáticos. Es muy difícil explicarles que es un riesgo con el que estamos aprendiendo a convivir y que no es responsabilidad suya si alguien de la familia se contagia. Pero es cierto que por ese motivo a muchos les costó retomar las actividades y la vida social”.
- ¿A qué señales de alarma deben estar alerta los padres?
- Holmes: Es vital estar atentos a todos los factores que afectan la rutina normal de los niños y sus relaciones académicas y sociales, sobre todo aquellas conductas que impliquen evitar situaciones o ámbitos que habitualmente frecuentaban, dificultades para conciliar el sueño o para estar solos y otras señales de ansiedad en los niños, como pueden ser cambios en su conducta alimentaria o enuresis.
Además, es importante estar especialmente atentos a los niños y adolescentes con un trastorno psiquiátrico ya que podrían presentar exacerbación de sus síntomas. Sin embargo, se conoce poco al respecto, dado que los estudios sobre esta población durante la pandemia lamentablemente son escasos. En este sentido los niños y jóvenes con trastornos psiquiátricos son una población vulnerable que requiere de una atención especializada.
- Ruda: Todos estos miedos y temores también se manifiestan a la hora de dormir. Quizá el miedo a la oscuridad retornó como algo habitual cuando ya había dejado de serlo. La necesidad de estar con los adultos corroborando que todo está bien, buscando tranquilidad y certeza de que hay salud. En la oscuridad dejamos de ver lo que pasa, se nos va un poco el control, al igual que cuando dormimos, y el miedo a la muerte acecha en estos momentos con mayor intensidad. A veces así de explícito, otras más disfrazado, pero el COVID nos ha dejado en claro que un día estamos y al otro quizá no, y esto angustia mucho a todos y a todas las edades.
A su vez, el hecho de haber estado un año en la escuela virtual, para muchos jugó en contra en cuanto a la actitud y la voluntad. Hay niños que están más desganados, que perdieron el hábito de estudiar, que ir al colegio les pesa y que prefieren quedarse en sus casas.
Cuando notamos un desgano extremo, niños a quienes se les ofrece hacer un plan y siempre prefieren quedarse haciendo nada pero en las casas, o cambios en las conductas alimenticias o el sueño, síntomas como el exceso de preocupación por el posible contagio, miedos a la hora de encontrarse con otras personas o de pronto estar en lugares con mucha gente (cuando antes esto no les sucedía) no estaría de más hacer una consulta.
- ¿Cómo influye la manera en que las familias atravesaron la pandemia durante 2020?
- Galante: Los niños son absolutamente dependientes de sus padres, por lo tanto, el impacto que la pandemia tendrá en los menores va a depender mucho de cómo los padres vivieron esta situación traumática y de lo que le pudieron transmitir al hijo.
La función de todo padre es preservar al niño, por lo tanto es necesario que la información de la realidad objetiva que reciba el niño sea lo más atenuada posible y de acuerdo a su edad. Si los padres son muy fóbicos, los niños serán muy fóbicos. Lo que más se ha visto en adultos, adolescentes y niños es un miedo exagerado a salir a la calle y miedo a interactuar con otras personas sin importar la edad.
Que esta situación varíe va a llevar un tiempo, no se sabe cuánto. Toda situación traumática es difícil de elaborar, pero no nos olvidemos que mucho depende de cómo los padres digieran esta situación.
- Holmes: El modo particular en que los padres se relacionan con la situación desafiante es un predictor bastante importante del impacto que esta va a tener en los hijos. Aparte de los posibles efectos psicológicos negativos debidos directamente a las condiciones del propio confinamiento, las características de la propia pandemia y los múltiples factores asociados hacen del confinamiento que hemos experimentado una adversidad de elevado estrés psicosocial, en principio de mayor impacto psicológico que los sucesos vitales normativos.
Algunos aspectos, como el modo en que los adultos nos vinculamos con la ambigüedad e incontrolabilidad de la amenaza, su carácter invisible e impredecible, la letalidad del invasor, o la posible falta de rigor de la información aportada por los medios de comunicación, son factores de impacto que pueden generar alteraciones psicológicas relacionadas con la percepción de amenaza de la salud personal y en consecuencia transformar el modo en que la familia en su totalidad hace frente a los desafíos.
Las preocupaciones, miedos y/o ansiedad de los adultos también se asocian a otros factores secundarios, como la salud de las personas queridas, el posible colapso de la sanidad, los problemas laborales y las pérdidas de ingresos, la expansión mundial del virus y sus consecuencias económicas y sociales, etc. En este sentido se observaron dos variables importantes de impacto, por un lado, la intolerancia a la incertidumbre y por otro la exposición a los medios de comunicación como poderosos predictores del impacto de esta situación adversa en los adultos y como consecuencia en los niños.
Mientras que adecuados estilos de afrontamiento de los padres, el nivel de resiliencia familiar y un vínculo positivo funcionan siempre como factores protectores, permitiendo que la familia pueda salir transformada positivamente de la situación adversa, así es que la situación de adversidad generada por la pandemia puede también hacer que algunas personas vivan experiencias enriquecedoras, y que sean más conscientes o valoren aspectos de la vida que anteriormente le resultaban inadvertidos.
De hecho muchas personas señalan haber aprendido a valorar más las actividades al aire libre, haberse interesado más por otras personas, haber aprendido a valorar más las relaciones personales, interesarse más por el futuro y disfrutar pasando más tiempo con la familia junto a otras experiencias positivas.
- Ruda: Depende cómo se haya transitado la pandemia en cada casa también va a influir en qué huellas ha dejado en cada niño. Si la familia estuvo muy aislada, con muchos miedos y restricciones. Si ha fallecido algún familiar por COVID, si se contagió o no alguien de la familia. Lo que se ha dicho sobre la pandemia en cada casa y cómo se manejaron con los protocolos, entre otras cosas, también va a influir en las huellas que está pandemia nos ha dejado.
¿La punta del iceberg?
Suele decirse que en situaciones de mucho estrés, las consecuencias pueden aparecer en el mediano o largo plazo. ¿Son acaso las actuales manifestaciones el comienzo de muchas más? ¿Cuándo terminaremos de ver los efectos en la salud mental que la pandemia dejó en los más chicos?
Según Holmes, “los miedos al coronavirus se han hecho extremadamente frecuentes en este tiempo”. “Las investigaciones señalan haber identificado fundamentalmente cuatro tipos o categorías de miedos al coronavirus relacionados con el contagio, la enfermedad y la muerte, la carencia de productos de consumo básicos o bienes de primera necesidad, el aislamiento social, y el trabajo y la pérdida de ingresos”, señaló la especialista.
Para Ruda, “ante la pregunta sobre cuándo dejaremos de ver efectos de la pandemia en la salud mental, sobre todo de los más chicos, lo que más angustia es que no hay respuesta posible. Quizá esta situación dejó algunos nuevos hábitos que se incorporaron por el solo hecho de haber vivido en pandemia y de los cuales nos daremos cuenta en unos años -pensó-. Así como se dice que personas que vivieron durante la guerra solían acopiar comida y sostuvieron este hábito aún luego de superada la guerra”.
Tras asegurar que “los niños son más flexibles y con mayor capacidad de adaptación”, Ruda consideró que “es probable que la pandemia forme parte de su historia, pero que logren aprender a convivir con esta realidad y se vayan acomodando a ‘las nuevas normalidades’, aunque siempre atravesándolo y vivenciando según cada quien, con los tiempos subjetivos con los que cada uno realiza sus procesos”.
Holmes, en tanto, agregó que “los adultos deben procurar generar en casa un ambiente seguro en donde el niño pueda experimentar calma y tranquilidad”. Sin embargo, para la profesional, “es importante que los adultos desde los distintos roles ya sea padres, educadores, profesionales o figuras de cuidado recuerden que también están bajo tensión emocional, para así generar espacios de autocuidado que permitan brindarles el apoyo necesario a los más chicos”.
Así, a la difícil misión de mantener el equilibrio emocional por sí mismos, a quienes son padres se les suma la nada sencilla tarea de “sostener a otro”. “Generar espacios de encuentro y diálogo en donde se pueda hablar de manera sencilla y sin rodeos, sin presionarlos ni agobiarlos con explicaciones complejas. Haciéndoles saber que es normal que sienta tristeza, pena, o que extrañe lo que ha cambiado o perdido en el caso de aquellos niños que hayan experimentado la muerte de un ser querido que lo extrañe, sienta tristeza y lo desee ver -manifestó Holmes-. Es vital facilitar la expresión de las emociones, dándole a entender que, si lo desea, puede hablar y recordar lo que ha perdido”.
“Es importante hacerles saber que sus preguntas o comentarios son importantes, que son tenidos en cuenta y que sus emociones son recibidas con aceptación incondicional por sus figuras de cuidado”, finalizó.
Como en casi todos los aspectos de esta pandemia, sólo el tiempo será capaz de mostrar el alcance de las secuelas en las generaciones que nacieron y crecieron en este contexto de crisis global. Que no son ni más ni menos que la generaciones que tendrán la misión de construir su futuro en un mundo, que ya no volverá a ser el mismo.
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