Cuando Gustave Eiffel terminó la torre en 1889, el asombro y admiración cayeron sobre el diseñador. Aún con cierta reticencia por algunos parisinos que veían en ella a un alado monstruo metálico que venía a cruzar los cielos de la ciudad luz para siempre, el monumento se convertiría en el emblema de París. El mítico forjador de hierros dejó sorprendidos a todos cuando reveló que había construido, para disfrutar él mismo, un pequeño departamento ubicado justo debajo de la aguja, un sitio que acaricia las nubes desde la más selecta construcción de la ciudad. Gustave Eiffel en sí mismo se convirtió en la envidia de la élite.
En la época de Eiffel, la pequeña habitación del lugar estaba llena de muebles de madera, papel tapiz con dibujos coloridos y un piano de cola. El apartamento también tenía una pequeña área de laboratorio, donde el diseñador instaló el equipo científico de más alta tecnología de la época. La propiedad no era grande, pero sí acogedora. En contraste con las vigas industriales de acero del resto de la torre, la estancia estaba amoblada con simpleza.
La venganza del constructor
Cuando la alta sociedad parisina, la misma que puso en duda la belleza y significado de la torre, se enteró del escondite privado de Eiffel, empezaron a rogarle por la oportunidad de alquilarlo, aunque fuera por un día. Sin suerte: no permitió que nadie más usara el espacio. Incluso hoy, casi 100 años después de su muerte, la tradición continúa, y el apartamento rara vez se abre a la vista del público.
Eiffel rechazó exorbitantes ofertas de decenas de millonarios que intentaron experimentar unas vacaciones con las vistas más soñadas de París. En cambio, lo usó para recibir a invitados ilustres como Thomas Edison , quien le regaló un fonógrafo, o como un espacio tranquilo para la reflexión solitaria.
Un escrito de la autora Jill Jonnes ofrece una gran imagen visual de cómo fue una noche en el apartamento privado de Eiffel. Ella describió una noche en la que Edison, y otras mentes luminarias, se alojaron en el nido de Eiffel: “los huéspedes se acomodaron en los sofás de terciopelo oscuro adornados con flecos. Las paredes, de un amarillo cálido, ya estaban cubiertas de recuerdos artísticos enmarcados: fotografías, dibujos, pinturas. Charles François Gounod, el compositor de la ópera Fausto, tocaba y cantaba, y lo hacía espléndidamente, a pesar de sus más de 80 años. Muy por encima de París, la música de Gounod flotaba mientras los invitados fumaban puros, bebían brandy, hablaban e incluso cantaban, un mágico interludio de finales de verano. Trabajando silenciosamente en segundo plano estaba el artista estadounidense A.A. Anderson, mejor conocido por sus retratos al óleo, pero invitado por Eiffel para tratar de capturar la imagen de Edison lo mejor que pudiera en un busto esculpido que conmemoraría esta ocasión de genio honrando al genio”.
Hoy cualquier ciudadano puede visitar el apartamento, ya que está abierto al público. Los visitantes pueden recorrer la zona con gran parte de sus instalaciones originales intactas, a razón de unos 30 dólares por persona.
Gran parte de los muebles siguen siendo los mismos y hay un par de maniquíes de Eiffel y Edison algo envecejidos. Una curiosidad arquitectónica que aún hoy podría inspirar tanta envidia como lo hizo cuando fue construido. Si bien algunos pueden creer que el apartamento de la torre Eiffel puede ser una hermosa oficina o casa, ofreciendo la mejor vista de todo París y rodeado por un balcón al aire libre, es preciso recordar que la torre es uno de los pararrayos más grandes de la ciudad. Dormir allí supone un gran riesgo en caso de tormentas.
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