La pandemia por COVID-19 dejó expuesta más que nunca la crisis de los cuidados que atraviesa a las familias. ¿De qué se trata? Madres -mayoritariamente- y padres de entre 40 y 65 años que dedican horas de sus días a sus hijos y al mismo tiempo a sus progenitores, adultos mayores. A estas personas, se las encuadra dentro de la denominada Generación Sándwich, término introducido por la trabajadora social Dorothy Miller en 1981, que refería a mujeres entre 30 y 40 años que se encontraban ‘atrapadas’, como el jamón y el queso entre los panes de un emparedado, abocados a las tareas diarias focalizadas en sus hijos y también en sus padres, mayores.
El fenómeno afecta sobre todo a mujeres que trabajan en algunos casos más de 15 horas a la semana y cuidan de sus hijos y padres mayores más de tres horas a la semana. El aplazamiento de la maternidad y el aumento de la esperanza de vida, son algunos de los factores que explican esta realidad, resaltan los expertos.
En diálogo con Infobae, Silvia Justo, psicoanalista especialista en Psicología Clínica y directora de Cesamende (M.N. 9656) desmenuzó la tendencia: “La familia ha pasado por diferentes momentos históricos pero en definitiva es una realización de la relación entre las personas que la constituyen en tanto aquello que los hace parientes. Se es padre en relación con el hijo o hijo en relación con la madre. Está lo propio en cada familia que puede estar representado no sólo por el apellido sino también por un sentimiento de unicidad que los marca: si alguien agrede a uno de los miembros está agrediendo a todos”.
“La transmisión generacional es un proceso construido entre las generaciones que se da por identificación con los propios padres y que se transmite a los hijos ya que se es un eslabón dentro de la cadena generacional, se es parte de un árbol genealógico, y lo que se transmite es un proceso inevitable en todas la familias que se va construyendo entre generaciones. Toda familia contiene lo mejor y por esto mismo la total capacidad de hacer surgir lo peor: si los padres alojaron a sus hijos en el amor y el amparo, que se expresa no sólo en palabras sino también en la materialización de los cuidados, esos hijos que son o serán padres en el mejor de los casos harán lo mismo con sus padres y sus hijos, formando parte de esa generación intermedia que cuida tanto a su ascendencia como a su descendencia. Si por el contrario hubo desamparo psíquico, raquítico de amores y aceptaciones, esos hijos cuando sean padres no podrán hacerse cargo ni de sus hijos ni de sus padres formando parte de esa Generación Sándwich en dónde el desamparo y el desamor es lo que va a primar”, añadió.
De acuerdo a la experta, “la pandemia sacó a la luz y agigantó lo que ya existía de antemano: la sobreexigencia a la que está expuesta esta generación que funciona de brújula para los niños tanto como para los ancianos siendo las mujeres las más expuestas debido a que en lo imaginario están asociadas a la maternidad, fuente de protección y amparo”.
“La sobreexigencia no es sin consecuencias para quienes encarnan ese lugar, el estrés es un factor importante que se gesta en ese “tironeo” de estar en el medio por ser el receptor de las demandas de dos generaciones”, precisó Justo.
También consultada por Infobae, la doctora en Ciencias Antropológicas María Cecilia Scaglia, especialista en políticas de cuidados sociales, explicó: “Cuando hablamos de Generación Sándwich estamos haciendo referencia a la crisis de los cuidados de la que tanto se habló desde el año pasado, sobre todo desde el empuje del movimiento feminista en la Argentina”.
“Tiene que ver con la confluencia de varios procesos, algunos estructurales y de larga data y otros más coyunturales. Es un término que se empezó a usar en Europa a partir de, por un lado la incorporación masiva de mujeres en el mercado de trabajo después de mediados del siglo pasado, y por el otro lado, para el mismo período la expansión de la biomedicina que generó un aumento en la expectativa de vida y eso se transformó en un envejecimiento en la pirámide poblacional. Esto hizo que muchas mujeres empezaran a verse sometidas a dobles jornadas de trabajo: la salarial sumada a la de trabajo en el hogar, vinculada con el cuidado de menores y de adultos mayores”, advirtió.
Según advirtió a este medio la antropóloga, “fue a partir de la segunda ola del movimiento feminista en Europa que se empezó a reclamar por la desgenerización de estas tareas, es decir que no debían ser feminizadas y debían ser consideradas un trabajo. Es más, se comenzó a reclamar por un salario por trabajo doméstico, con el supuesto que esa remuneración iba a ser que dejara de ser una labor exclusiva para mujeres”.
“A esto se agrega que en sociedades estratificadas y con el desarrollo y consolidación de la mujer en el mercado de trabajo, todas estas tareas de cuidado empezaron a ser mercantilizadas, por diferentes instituciones. Por ejemplo, esto sucedió con el trabajo doméstico en el hogar, de personas que cuidaban a los niños y a los ancianos y lugares físicos que empezaron a ocuparse de estas tareas. Todo esto volvió a ser cuestionado a partir de la pandemia y las medidas de aislamiento que se dispusieron en casi todo el planeta el año pasado. Con el cierre de las escuelas, las personas se vieron obligadas -mujeres en general- a encargarse tanto del cuidado de los adultos mayores, como de las tareas de cuidado y educación de los menores de las familias”, opinó.
Sin embargo, resaltó: “Ahora bien, estas tareas siempre han tenido que ver con la reproducción de la vida. Para la antropología y en particular para la antropología económica es lo que llamamos ‘componentes de la reproducción de la fuerza de trabajo’, es decir que es trabajo que siempre ha existido en las unidades domésticas y siempre ha sido sostenido por la labor de las mismas. El asunto es que nunca fueron consideradas en el capitalismo como relaciones de producción, el trabajo que implica el mantenimiento y la reproducción de la fuerza de trabajo. Lo mismo sucede con el cuidado de los enfermos”.
“Toda esta invisibilización del trabajo, que no estaba comprendido dentro de las relaciones salariales, fue puesto a la luz a partir del movimiento feminista, cuando empieza a señalar que estas actividades también implican trabajo y que se suponen parte del proceso de valorización capitalista. Hay un trabajo no pago, que estaría siendo regalado por parte de las unidades domésticas a la valoración capitalista”, detalló.
María Cecilia Scaglia, quien ha integrado y dirige diferentes proyectos de investigación y de extensión en ambas universidades, relacionados con antropología económica y con la antropología de la salud, considera que a partir de estas demandas y volviendo a la actualidad, “se empezó a hablar de la socialización de los cuidados y se empezó a pensar un modelo de organización social de estos cuidados donde ya sea si pensamos en términos de los cuatro principales actores que pueden estar involucrados en este campo -es decir la familia, la comunidad, el mercado y el Estado- que se organicen estos cuatro estamentos, los que algunos llaman ‘Diamante de Cuidados’, para que estas tareas empiecen a democratizarse y a desgenerizarse”.
“Los reclamos del movimiento feminismo tenían que ver con el reconocimiento, la valorización y la visibilización de estas tareas al mismo tiempo que se reclamaba la democratización o más justa distribución de las tareas de cuidado tanto al interior de la familia como en el marco de la sociedad. Cabe destacarse que apunta a la organización social de las tareas de cuidado y a intentar evitar que se siga sobrecargando a las mujeres y a las familias con las tareas de reproducción, lo que se ha hecho actualmente -a nivel local en la Argentina- con el mapa de los cuidados que publicó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, en donde en todo el país se señala la distribución de instituciones públicas y comunitarias de cuidados de adultos mayores y de niños (jardines de infantes, centros de desarrollo infantil, residencias geriátricas, centros de jubilados). Todo esto apunta a transformar los cuidados o las tareas de mantenimiento y reproducción como una preocupación del conjunto de la sociedad para evitar que se sigan feminizando”, concluyó.
Por su parte, Pedro Horvat, médico psiquiatra y psicoanalista, ex miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), precisó a Infobae: “En relación al cuidado de los padres, lo que sucede con los adultos mayores tiene una explicación socioeconómica que psicológica. La situación en la que están es un ejemplo de lo que ha sido el deterioro económico de la Argentina, en donde cada vez más las personas han visto mermada su capacidad de ahorro, de generar un patrimonio y todo esto de la mano del derrumbe del sistema previsional. Es decir, adultos mayores que llegan a cierta edad ya sin trabajo, sin un patrimonio importante, sin ahorros y sin una jubilación. Esto se traduce en hijos entre 45 y 60 que se ven en la necesidad de apoyarlos y sostenerlos económicamente”.
“También es cierto que existe una cultura de mucho más contacto entre padres e hijos en esta generación, mucho más de lo que hubiera sido en generaciones anteriores y por lo tanto las relaciones entre padres e hijos, el cuidado y la comunicación, en esta misma pandemia esto se ha multiplicado, fue muy evidente que en muchos casos les tocaba a los hijos cuidar de los padres, independientemente de la situación económica. Eran los padres los más vulnerables y muchos hijos descubrieron que tienen la posibilidad de cuidarlos, ya no solo en términos económicos, sino también en términos de sostén emocional, como fue necesario en muchos casos”, ejemplificó e insistió: “El problema hacia arriba, en los adultos mayores, tiene que ver con el factor socioeconómico”.
Para Horvat, “en cuanto a los hijos, hay factores socioeconómicos, entran a jugar factores psicológicos. El primero, tiene que ver con que esta generación entre 45 y 60 años ha generado una cultura muy ‘niñocéntrica’. Son parejas que en buena medida han organizado un proyecto que está organizado alrededor del desarrollo y felicidad de sus hijos, ha sido su objetivo de vida. Es natural para estas personas, cuidar de sus niños, al ayudarlos y sostenerlos. No se cuestionan esto y no existe el argumento que prevalecía hace cincuenta años atrás de ‘ya tenés tantos años, tenés que arreglarte solo’, ese no es el planteo de esta generación de papás”.
El especialista sintetizó: “Por otro lado, ha habido un corrimiento de la maduración y de las edades de los jóvenes. Hoy, un joven de 23, 24 años, no es un adulto. Es un adolescente tardío, lejos de poder bastarse a sí mismo, porque los tiempos de madurez emocional son diferentes y los de formación también son distintos. Acá también comienza a intervenir lo socioeconómico, en donde un joven que madura mucho más tardíamente, termina su capacitación ‘a su tiempo’, se encuentra con una realidad socioeconómica donde es muy difícil ganar dinero para ser independiente. Entonces aparece aquí nuevamente la necesidad de los padres de 40 a 60 de ayudarlos, sostenerlos, acompañarlos, a lo largo del crecimiento”.
Para profundizar más el concepto, Mariano Ramos, doctor en Arqueología y licenciado en Ciencias Antropológicas (UBA), máster y especialista en Epistemología e Historia de la Ciencia (UNTREF), docente e Investigador UNLu, amplió a Infobae: “La humanidad atravesó varias –quizás muchas- pestes y pandemias a lo largo de unos 4.000.000 de años cuando nuestros ancestros comenzaron el camino del proceso de hominización o de humanización. Luego, hace 2.500.000 años que nuestros ancestros comenzaron a generar cultura material y simbólica, lo que está demostrado arqueológicamente en sitios del África oriental, de donde todos provenimos. No hay registros escritos desde esos tiempos porque sencillamente no había escritura como la conocemos hoy en día. Si hubo, muchos miles de años después, otras manifestaciones culturales y mensajes, por ejemplo el arte rupestre hace pocos miles de años o también guardas en las vasijas de cerámica desde hace pocos milenios y esos también son códigos de mensajes. En síntesis, partimos de seres en el camino a la humanización que llegaron/llegamos hasta ser homo sapiens –desde hace unos 40.000- como lo somos en la actualidad. Para serlo, no solamente creamos la cultura material y simbólica, sino que desarrollamos mecanismos sociales de cooperación que nos destacan conjuntamente con otras especies que también los desarrollaron”.
“Como humanidad pasamos por varias pestes como la peste negra, la fiebre amarilla y otras como la gripe de Boston, mal llamada por los estadounidenses como “gripe española” (para echarle la culpa al otro, como siempre). La del COVID-19 llegó hace casi dos años. Esto potenció lo mejor y lo peor de los seres humanos, sus sistemas económico-políticos y sus instituciones, comenzando por la familia”, reflexionó.
Según Ramos, en este contexto de nuestra evolución como especie y en el marco de la pandemia, se destacan personas que tienen, en general, entre 40 y 65 años y cuidan tanto de sus padres como de sus hijos han sido denominados –por algunos- como la “Generación Sándwich”. Se trataría de personas que cuidan de sus familiares mayores o menores casi a tiempo completo. Se cuidan y cuidan. Pero esto no es novedoso en la historia de la humanidad. Me refiero a la solidaridad social. El fenómeno de la “Generación Sándwich” no nos debe llamar la atención. Los egoístas y meritócratas –minoritarios en nuestras sociedades humanas- nunca tuvieron lugar ya que nuestra especie fue y es solidaria. Los millones de años de evolución nos demuestran esos comportamientos que hoy en día se siguen viendo.
“Reitero, que si bien la pandemia potenció lo mejor y lo peor de los seres humanos, sus sistemas económico-políticos y sus instituciones, la solidaridad y la cooperación mutua siguen siendo una de nuestras virtudes como especie”, concluyó a este medio.
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