Los Wunderkammern o cabinetes de curiosidad europeos, precursores de índole colonial y exotista de los museos modernos, eran espacios en los que se almacenaba y exhibía repertorios de objetos extraños, maravillosos o sencillamente ajenos, una especie de sinécdoque en la representación de otras culturas o regiones. Esta misma forma de mirar, con asombro y con distancia, con el interés y el aprecio de un coleccionista, es la que aplica la diseñadora Anushka Elliot a lo propio, a los símbolos de lo latinoamericano, entreverando y recuperando la identidad local en una especie de lenguaje universal.
En ocasión de su reciente incursión en los Estados Unidos, en el Faena Hotel de Miami Beach, Infobae dialogó con Anushka Elliot sobre aquello que la inspira a la hora de crear, con el objetivo de delimitar, aunque sea de manera parcial, la elusiva identidad de la marca cuya esencia latina escapa la obviedad. “El mar de Los Roques en Venezuela, los médanos de José Ignacio y las sierras de Córdoba son mi principal fuente de inspiración”, revela la diseñadora. “Los artistas y artesanos que he conocido y sus técnicas y tradiciones se reflejan en mis prendas... el encuentro entre las costumbres gauchescas del sur y el ritmo caribeño de Venezuela construyeron mi universo personal”, agrega.
Sus diseños parecen provenir de esos breves instantes de ausencia, aquellos segundos que dura el rumoroso silencio de un oleaje leve o el sacudir de los árboles en el viento. Y su inspiración, lejos de ser un mero préstamo frío e indiferente, nace en aquellos destinos que resuenan con su historia, con sus deseos, con sus fantasías, aquellos lugares que alimentan su universo repleto de referencias sueltas y desprovistas de jerarquía. Entrar al mundo de Anushka Elliot implica iniciar un viaje que va del norte al sur del continente, del calor del Caribe y la humedad de la selva venezolana, con un mar turquesa que sereno arropa las fértiles costas que alardean su color, a las toscas ondulaciones de la sierra cordobesa, con sus suelos desgastados por el eterno galopar de caballos sobre los que flamean, como banderas de lo argentino, los tejidos de la tradición.
“Para mí Venezuela es la selva, el calor, es su ritmo y sus colores, las sonrisas, la relajación…”, inicia mientras se transporta mentalmente al archipiélago Los Roques, un conjunto de islas ubicadas a 160 km de Caracas en pleno mar Caribe. Una ligereza alegre y tropical se vislumbra en sus diseños, con detalles de color y volúmenes que hacen eco de la abundancia de la selva, del repicar de los sonidos de la naturaleza. Según Anushka, la conexión con lo primario es orgánica en su vida, “me es fácil crear porque todo lo que necesito está, en algún punto, adentro mío”.
La leitmotiv del mar se replica sobre la arena de José Ignacio, el pueblo pesquero devenido balneario de lujo vecino a Punta del Este en Uruguay. Fue allí donde inició su carrera como diseñadora, anclada en Sentido, el local de decoración de su familia. “Es la calma, el mar, los tonos neutros, el detalle”, relata sobre las silenciosas y extensas playas de la pequeña península. Recuerdos de la moda de los ’60 y los ‘70, el famoso “hippie chic” que es espíritu de aquellas costas, con sus sombreros y sus túnicas, sus camisas y sus flecos, el costado glam de la espiritualidad.
Y finalmente, luego de un extenso recorrido por América Latina, Anushka se aleja de la costa y asciende a las alturas de Córdoba para bañarse en el limpio aire de montaña: “Argentina y sus sierras para mí son la inmensidad... con sus caballos, sus tejidos y su tradición”, explica la diseñadora. Aquí es donde condensa los recuerdos de todos los relieves de Latinoamérica con sus ponchos, emblema último de lo propio, sus entramados y sus sombreros andinos, sus boinas y sus bombachas de campo, el espíritu rural, primigenio, trashumante y sin embargo antiguo y quieto, del ser en nuestra tierra.
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