Facundo Manes siempre fue un ser distinto. Y lo más importante es que supo irradiar esa condición de ser humano único e irrepetible. ¿Quién es hoy aquel neurocientífico argentino, recibido en la Universidad de Buenos Aires, destacado en todo el mundo y que dejó boquiabiertas a diversas audiencias en foros académicos y programas de televisión enseñando los misterios aún irresueltos que se esconden debajo de la corteza cerebral?
Hoy, este fascinante neurólogo, fundador del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) además decidió involucrarse en política. Para esto probablemente la pandemia terminó de dar el empujón que faltaba para lanzarse de lleno desde la Unión Cívica Radical (UCR) que lo enamoró ya en su ciudad natal de Salto, provincia de Buenos Aires. Manes logró lo que pocos en su disciplina, que la gente comprendiera algo revelador y que sonaba complejo: cómo impactan las neurociencias en la vida cotidiana y por qué es importante entrenar al cerebro.
Con sus habilidades multitasking a cuestas no está dispuesto a dejar su rol de científico y menos de eficaz divulgador. En este tiempo disruptivo que instaló la pandemia por el coronavirus SARS-CoV-2 lo obsesiona no ser un propalador solo de malas noticias, sino por el contrario proponer un “kit de herramientas” sociales y emocionales para que las personas puedan sobreponerse a este trauma colectivo. En un diálogo extenso, franco y exclusivo con Infobae Facundo Manes adelantó y ahondó en su quinto libro que escribió junto a Mateo Niro.
-Doctor Manes, usted acuñó a mediados del 2020 en una entrevista con Infobae el concepto de trauma global para definir una de las primeras consecuencias tangibles del orden emocional que generó esta pandemia por el virus SARS-CoV-2 y que instalaba la idea de que iba a durar bastante tiempo, una especie de “long COVID anímico” ¿Cómo evolucionó hoy este trauma?
-Seguimos sufriendo un trauma global, es un gran dolor el que enfrentamos. Y lamentablemente todavía no llegamos a su fin. Lo importante que tenemos que asegurarnos es que este trauma no nos deje consecuencias en el largo plazo, es decir, que la angustia, la ansiedad y la tristeza que hoy sentimos no se vuelvan crónicas. Por ello, es tan necesario que no se subestime la salud mental.
Ahora bien, no todas deben ser necesariamente malas noticias. Tenemos ya un aprendizaje, podemos ver el futuro con un poco más de optimismo. Y, más importante aún, sabemos que el COVID-19 se supera de manera colectiva. Estoy convencido que necesitamos unirnos y hacer a un lado las mezquindades por nuestro futuro y el de las próximas generaciones.
Hay dos conceptos que son clave para salir fortalecidos de esta experiencia tan traumática: la resiliencia y la empatía. La primera es la cualidad que nos da a las personas la fortaleza psicológica para lidiar con el estrés y las dificultades. Quienes son altamente resilientes logran encontrar la forma de cambiar de rumbo, sanar emocionalmente y continuar avanzando hacia sus objetivos. Las personas resilientes, una vez que superan el shock inicial y el dolor de una situación traumática, experimentan nuevos sentidos de significado y propósito en la vida, nueva fuerza y confianza internas, mayor apreciación de sus vínculos y relaciones.
¿Por qué es tan importante aprender sobre la resiliencia? Porque, gracias a la ciencia, hoy sabemos que la resiliencia también puede generarse a nivel comunitario. Cuando esto pasa, nace un sentido común de propósito y un espíritu de cooperación que conduce a un nivel más alto de integración.
Necesitamos también de la empatía, esa capacidad humana tan fundamental que nos permite comprender los sentimientos y los pensamientos de los demás y actuar en consecuencia. Es la que hace posible que “nos duela” el dolor ajeno.
Gracias a la resiliencia colectiva y a la empatía, vamos a poder advertir y ser conscientes de que nuestra supervivencia está indefectiblemente ligada a la de los demás. Por lo tanto, no existe el “sálvese quien pueda”, si no que necesitamos desarrollar estrategias comunitarias y colectivas de afrontamiento de este trauma que vivimos.
-¿Cómo interpreta usted algunos de los impactos que provocó y dejó la disrupción social y sanitaria por el COVID-19, a casi 2 años del inicio de la pandemia, en la lejana ciudad china de Wuhan?
-Lo más notable -y lo pudimos acompañar con estudios poblacionales que hicimos desde la Fundación INECO, en diferentes momentos de la pandemia- es que desde los primeros días de la cuarentena -a comienzos del año pasado- se observó que la fatiga mental era el factor más importante para explicar sentimientos de ansiedad y síntomas de depresión de las personas. Este cansancio tiene y tuvo efectos en cómo pensamos, cómo tomamos decisiones, o cómo nos cuidamos.
Existen, además, grupos que son especialmente vulnerables a los efectos psicológicos de la cuarentena, como las personas mayores, los niños y adolescentes, las personas con una función inmune comprometida y aquellas que viven en entornos congregados. También las mujeres, ya que se vieron más expuestas a la violencia de género y a la sobrecarga resultante de la distribución inequitativa de tareas domésticas y de crianza.
La pandemia nos enfrentó también a tener que manejar altos niveles de incertidumbre, que tienen que ver con no saber cómo, cuándo y de qué forma retomaremos nuestras vidas habituales. Entonces, las personas que presentan más intolerancia a la incertidumbre presentan mayores niveles de ansiedad. Para lidiar mejor con esto, debemos lograr un difícil equilibrio entre resolver los problemas reales que van apareciendo y aceptar otras dificultades que están fuera de nuestro alcance.
Tenemos que ser comprensivos con nosotros mismos, porque no podemos esperar tener el nivel de rendimiento habitual, ni la concentración y energía de siempre después de tantos meses de estar enfrentando la pandemia. Nadie está rindiendo como antes. Ahora bien, es importante, evitar que esto tenga consecuencias que se extiendan en el largo plazo y se tornen crónicas. La salud mental no puede separarse de la salud física. Se trata de un todo integral y debe atenderse como tal.
-El planteo existencial de su nuevo libro “reconocer qué es aquello que nos hace humanos…” sugiere la idea de restituir una trama social que hoy por efectos de esta pandemia global -y por muchas otras cosas que impone el estilo de vida actual- está rota. ¿Cuáles son aquellos mojones, temas, prioridades para restablecer esa trama y volverla fuerte y tensa, sobre todo de cara a las futuras generaciones?
-Exactamente, la idea es invitar a las personas a pensar y conocer sobre qué es lo que nos hace humanos para poder reinventarnos. La pandemia está reconfigurando las relaciones de las sociedades con sus gobiernos, con la ciencia, con la tecnología, con el ambiente, con el mundo exterior, con los demás... No vamos a poder retomar nuestra vida anterior a la pandemia tal cual era. Por eso, tenemos que reconsiderar quiénes somos y qué valoramos en verdad. En relación con esto, son fundamentales todas las habilidades que forman parte de nuestro cerebro social. Además de que serán claves la empatía y la resiliencia, como ya dijimos, también lo serán otras como la inteligencia colectiva, la capacidad de manejar equipos y de interactuar con otras personas, de comprender cómo se sienten y qué es lo que saben los demás.
Se va a poner en juego también nuestra capacidad de adaptarnos a contextos cambiantes y la creatividad que nos sirve para encontrar respuestas novedosas a problemas complejos. Otra de las habilidades imprescindibles será la capacidad de pensar críticamente, de observar y reflexionar. Por eso se vuelve fundamental, como dice la tapa del libro, saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos.
-¿Por qué el riesgo de la fragmentación social y el individualismo son los caminos que nos pueden llevar al desastre colectivo?
-Es una gran pregunta y, de hecho, es otro de los ejes que tratamos en el libro. Las crisis requieren de la voluntad colectiva, de ayudarnos unos a otros. Así como pudimos ver de manera muy cruda la vulnerabilidad de nuestra especie, tenemos hoy la oportunidad de generar un espíritu cooperativo que nos permitirá salir adelante. La pandemia nos hizo ver que dependemos de las actitudes responsables de los demás y, al mismo tiempo, nos hizo dar cuenta de la fuerza que tiene la acción colectiva organizada. Entonces, este momento histórico y excepcional que estamos atravesando debe ayudarnos a trazar un camino común. Tenemos que decidir lo que es importante para nosotros, no solo individualmente sino, sobre todo, como sociedad. Retomo la idea de la resiliencia colectiva y la capacidad de confiar en los demás para realizar grandes acuerdos. No hay otra salida que esa.
-Las sociedades pospandémicas ya venía arrastrando problemas de “capilaridad social” y ahora se agrega el desafío de crear sociedades modernas con capacidad de discernimiento... ¿Cómo será finalmente el mundo que viene?
-La pandemia mostró de una manera cruel las desigualdades entre los países y las inequidades dentro de los mismos. Tenemos que trabajar para que ese mundo que viene sea lo más equitativo posible. Por eso mismo, tenemos que advertir que, así como las sociedades luego de las crisis pueden volverse más resilientes y altruistas, es también verdad que pueden tener el efecto contrario y hacer que las personas se vuelvan más egoístas e individualistas. Es decir, las crisis pueden también sacar lo peor de la especie humana: el individualismo, el totalitarismo, la restricción de libertades. Ante esto, debemos advertir que tenemos que trabajar y proponernos desarrollar un espíritu colectivo.
También tenemos que comprender que es necesario cambiar nuestra relación con el medio ambiente. De lo contrario, si continuamos con las viejas prácticas y políticas, podemos anticipar que esta no será ni la última, ni quizás la peor pandemia que vivamos. Tenemos que formular un nuevo paradigma de producción y consumo que garantice el uso sostenible de los recursos para las nuevas generaciones. Problemas como este no pueden ser abordados de manera aislada por los países, sino que se resuelven de manera conjunta. Esta crisis puede sacar lo mejor o lo peor de nuestra especie y dependerá de nosotros elegir qué camino vamos a tomar.
-Qué opina de la tesis de algunos autores como Nicholas Christakis, ¿cree usted que una vez superado el shock psicológico, social y económico de esta pandemia por COVID-19, vendrá algo así como “Los nuevos años locos” : mayor liberación sexual, una explosión del consumo y la búsqueda del bienestar?
-No lo creo tan así para el caso argentino, si consideramos que más de la mitad de las niñas y los niños de nuestro país crecen en la pobreza. No hay nada más urgente que revertir esto. No hay tiempo para otra búsqueda de bienestar que no sea enfocarse en quienes más sufrieron y siguen sufriendo la pandemia. En ese sentido, no hay posibilidad de “años locos” para nuestro país si las personas a nuestro alrededor pasan hambre. Como también planteamos con Mateo Niro en el libro, nuestro compromiso como comunidad tiene que ser ocuparnos de que nadie tenga menos oportunidades que otros de comer bien, de cuidar su salud, de educarse y de trabajar para alcanzar todo su potencial. Esos son los años que tenemos que buscar y por los que tenemos que trabajar de manera conjunta.
SEGUIR LEYENDO