Pasado más de un año de pandemia, a lo largo de los últimos meses han sido numerosos los cambios que se han producido en la legislación con el propósito de intentar reducir la tendencia ascendente de contagios y fallecimientos por coronavirus.
Pese a la dureza de estas normas, los confinamientos, el aislamiento social y el teletrabajo se han mostrado como medidas eficaces para prevenir la expansión de la enfermedad. Sin embargo, el cierre de los centros deportivos, los gimnasios, las restricciones para hacer ejercicio en grupo, la limitación de actividad física en los recreos de los colegios, la distancia social en las clases de Educación Física o el cierre de parques públicos han sido o son actualmente algunas de las resoluciones decretadas desde el comienzo del estado de alarma.
Debido a estas limitaciones, se ha producido un fenómeno sin precedentes, como es la actividad física en el hogar. Los gimnasios, por ejemplo, han lanzado apps con entrenamientos personalizados con el propósito de seguir ofreciendo servicios a sus clientes, y la etiqueta #YoMeMuevoEnCasa ha circulado, y circula, por las redes sociales como iniciativa de distintos entrenadores personales.
Las consecuencias negativas de la inactividad física no han tardado en llegar. Diversos grupos de investigación de diferentes universidades han realizado estudios en el último año tratando de obtener nueva información relativa al sedentarismo ocasionado por el confinamiento y las restricciones, especialmente en la población infantil y juvenil.
Estos problemas relacionados con la falta de actividad física han afectado al ámbito físico y psicológico. En relación con el primero de ellos, se pueden destacar problemas cardiovasculares y de obesidad, mientras que, relacionados con los segundos, se destaca por encima del resto la depresión, agravándose esta situación en las niñas.
La salud mental ha sido, por tanto, el aspecto que más se ha visto perjudicado con el confinamiento. En un estudio ralizado por la Universidad de Oviedo, en España, en el que participaron 595 niños confinados se observó una relación inversa entre el incremento de los síntomas depresivos y los niveles de actividad física semanal.
Otro estudio sobre 4.811 participantes concluyó que la práctica de actividad física moderada durante el confinamiento se asoció con una disminución del 47 % en las probabilidades de padecer síntomas depresivos. Para aquellos que realizaron 10 horas de práctica semanal, las probabilidades de padecer síntomas depresivos fueron un 39 % más bajas.
En el caso particular de los niños y adolescentes, se han producido problemas relacionados con los síntomas de estrés postraumático, agresividad, rebeldía, obesidad, regulación emocional y conductual, provocando enfados, llantos, miedos, trastornos alimentarios y cierta hiperactividad.
El hecho de no poder practicar deporte con sus amigos, la suspensión de las competiciones o el cierre de los parques públicos conlleva consecuencias negativas mentales. En este sentido, desde el ámbito escolar se están utilizando plataformas en línea que ofrecen también recursos para seguir manteniendo relaciones sociales.
Otro estudio reciente en el que participaron sujetos de entre 3 y 12 años alertó de que el 69,6% de los padres y madres informaron de que, durante el confinamiento, sus hijos presentaron reacciones emocionales negativas, el 31,3% problemas en el sueño y el 24,1% problemas de conducta.
Los niños que invertían menos tiempo en el ejercicio físico y hacían mayor uso de pantallas presentaron un mayor número de reacciones negativas. Los datos sugieren, por tanto, que realizar ejercicio físico regular y limitar el uso diario de pantallas puede beneficiar a la salud mental infantil en situaciones de aislamiento.
“El confinamiento ha agravado la falta de actividad física de los niños, y los padres han visto y comprobado la enorme necesidad que tienen sus hijos de actividad en el exterior, han constatado como la falta de juego al aire libre durante las semanas de reclusión incrementaba la sensación de inquietud en sus hijos”, afirma María Costa, directora de investigación AIJU, el Instituto Tecnológico de Productos Infantiles y Ocio de España.
Otro de los rasgos que ha cambiado en el ocio infantil con la pandemia. Los niños juegan más solos (59%) o con adultos (67% con sus padres o madres), y menos con sus iguales. Eso, sumado a otros condicionantes impuestos por la pandemia, hace que las criaturas estén madurando más rápido, según los autores del estudio.
“El confinamiento ha provocado que los niños tengan más contacto con los adultos de la casa pero también que hayan tenido que aprender a jugar ellos solos y a veces a ocuparse ellos solitos de cosas de casa porque los padres estaban trabajando y no les podían prestar atención; y que hayan tenido que aprender a hacer videollamadas para relacionarse con amigos y otros miembros de la familia, para seguir sus clases...y eso ha sido un paso adelante a nivel madurativo, pero también han reducido sus relaciones sociales, han tenido menos contacto con sus amigos, menos actividad física y más juego con adultos”, concluye Costa.
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