Si bien en la Argentina y varios países de la región las campañas de vacunación para prevenir el COVID-19 avanzan más lento de lo previsto, en muchos países donde las tasas de inmunización son elevadas las personas comienzan a dudar si efectivamente están protegidas contra el SARS-CoV-2.
Es que en plenas segundas y terceras olas de la pandemia que tiene al mundo en vilo desde hace un año y medio, y sin resultados de estudios a largo plazo de las vacunas autorizadas de emergencia, no son pocos los que aun vacunados dudan de la inmunidad con la que cuentan de cara a enfrentarse con el virus.
Y si bien los especialistas se esfuerzan en aclarar que para la gran mayoría de las personas, la respuesta es “sí, estás protegido”, eso no impide que hordas acudan a los laboratorios para hacerse las pruebas de anticuerpos. Pero para obtener una respuesta confiable de las pruebas, las personas vacunadas tienen que hacerse un tipo específico de prueba, y en el momento adecuado. Y eso es lo que la mayoría -incluso de los médicos que indican el análisis- desconoce.
Es que si la prueba se hace demasiado pronto después de vacunarse, o se realiza una que detecta los anticuerpos equivocados —algo que es muy fácil que suceda, dada la desconcertante variedad de pruebas disponibles en la actualidad—, puede creerse que la persona sigue siendo vulnerable cuando no es así.
En realidad, los científicos preferirían que la persona vacunada promedio no se sometiera a ninguna prueba de anticuerpos, por considerarla innecesaria -publicó The New York Times-. En los ensayos clínicos, las vacunas autorizadas en los Estados Unidos provocaron una fuerte respuesta de anticuerpos en prácticamente todos los participantes.
“La mayoría de la gente no debería preocuparse por esto”, dijo Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale.
Sin embargo, las pruebas de anticuerpos pueden ser cruciales para las personas con sistemas inmunitarios débiles o que toman ciertas medicinas, una categoría amplia que abarca a millones de personas que son receptoras de donaciones de órganos, que tienen ciertos cánceres de sangre o que toman esteroides u otros fármacos que suprimen el sistema inmunitario. Cada vez hay más pruebas que sugieren que una proporción significativa de estas personas no produce una respuesta de anticuerpos suficiente tras la vacunación.
Para Iwasaki, “si alguien tiene que hacerse la prueba, o simplemente quiere hacerlo, es indispensable que se haga el tipo de prueba correcto”. Y agregó: “Me siento un poco indecisa a la hora de recomendar a todo el mundo que se haga la prueba, porque a menos que entienda realmente lo que hace la prueba, la gente podría tener la sensación errónea de no haber desarrollado ningún anticuerpo”.
La confusión entre los propios médicos radica en que al principio de la pandemia se diseñaron muchas pruebas comerciales para buscar anticuerpos contra una proteína del coronavirus llamada nucleocápside, o simplemente N, porque después de la infección, estos son los anticuerpos que abundaban en la sangre.
Pero ocurre que estos anticuerpos no son tan potentes como los necesarios para prevenir la infección del virus, ni duran tanto. Y lo que es más importante, los anticuerpos contra la proteína N no son producidos por las vacunas autorizadas en los Estados Unidos; en cambio, esas vacunas provocan anticuerpos contra otra proteína que se encuentra en la superficie del virus, llamada espiga (S).
Así es que si las personas que nunca estuvieron infectadas se vacunan y luego se hacen prueba de anticuerpos contra la proteína N en lugar de contra la de espiga, podrían creer falsamente que no tienen protección.
En mayo, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) desaconsejó el uso de pruebas de anticuerpos para evaluar la inmunidad y sólo proporcionó información escueta sobre las pruebas a los proveedores de atención a la salud. Muchos médicos aún desconocen las diferencias entre las pruebas de anticuerpos, o el hecho de que las pruebas miden sólo una forma de inmunidad al virus.
Las pruebas rápidas que suelen estar disponibles ofrecen un resultado afirmativo o negativo y pueden pasar por alto niveles bajos de anticuerpos. Un determinado tipo de prueba de laboratorio, denominada prueba Elisa, puede ofrecer una estimación semicuantitativa de los anticuerpos contra la proteína de la espiga.
Además, en el caso de querer realizarse la prueba luego de la vacunación, es importante esperar al menos dos semanas después de la segunda dosis para que los niveles de anticuerpos hayan aumentado lo suficiente como para ser detectables. En algunas vacunas ese periodo puede ser de hasta cuatro semanas.
“El momento, el antígeno y la sensibilidad del ensayo son muy importantes”, dijo Iwasaki.
Dorry Segev es cirujano de trasplantes e investigador de la Universidad Johns Hopkins y apuntó que los anticuerpos son sólo un aspecto de la inmunidad. “Hay muchas cosas que ocurren bajo la superficie que las pruebas de anticuerpos no miden directamente -explicó-. El cuerpo también mantiene la llamada inmunidad celular, una compleja red de defensas que también responde a los invasores”.
Así las cosas, la confianza en las vacunas también incluye el fiarse de que son eficaces, y dejar que el propio sistema inmune haga su trabajo en caso de tener que enfrentarse con el patógeno en cuestión.
Para los expertos, sólo para alguien inmunodeprimido que esté vacunado puede ser útil saber que la protección contra el virus no es la que debería. “Por ejemplo, un paciente trasplantado con bajos niveles de anticuerpos podría utilizar los resultados de la prueba para convencer a un empleador de que debe seguir trabajando a distancia”, finalizó Segev.
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