Los médicos lo han visto antes: después de una epidemia viral, los sobrevivientes se quejan de un letargo aplastante, confusión mental, dificultad para dormir y dolor muscular. Muchos son finalmente diagnosticados con encefalomielitis miálgica, también llamado síndrome de fatiga crónica (ME/CFS), una condición poco conocida que no tiene un tratamiento aprobado por la FDA y que a menudo deja a las personas debilitadas de por vida. Ha ocurrido después de brotes de SARS, MERS, fiebre del Nilo Occidental, infecciones virales de Epstein-Barr y Ébola. Y ahora, temen los expertos, podría volver a suceder a una escala mucho mayor con COVID-19.
“Muchas personas que han tenido COVID-19 y se han recuperado de sus síntomas respiratorios ahora están experimentando problemas de salud que a menudo vemos en las primeras etapas de EM/ SFC”, dice Mady Hornig, inmunóloga de Columbia y experta en la enfermedad neurológica. La profesional tuvo COVID-19 a principios de la pandemia. Ha tenido una continuidad de síntomas y problemas de salud varios meses después de haber tenido fiebre por primera vez, y se ha caracterizado por ser uno de los ya muchos casos detectados con COVID de larga duración.
Este subconjunto de pacientes informa haber tenido una serie de problemas de salud después de su ataque inicial con COVID-19, incluida la pérdida del gusto y el olfato, fatiga severa o problemas neurológicos. Al igual que con otros virus, existe una preocupación a largo plazo con el coronavirus. Cada vez son más las alertas sobre algunos efectos persistentes en la salud posteriores al virus y se teme que puedan transformarse en afecciones más graves. Por ejemplo, el Síndrome Post Ébola ilustra que algunas personas que vencieron al virus terminan teniendo otros problemas de salud, incluidos oculares y hasta ceguera, complicaciones neurológicos, así como dolor muscular y articular. El síndrome puede ser bastante debilitante hasta el punto de dejar a las personas sin trabajo.
Hornig y su equipo se han asociado con Solve ME, que es una organización sin fines de lucro dedicada a acelerar el descubrimiento de tratamientos, expandir los fondos para la investigación de curaciones e involucrar a la comunidad en la investigación, la defensa y el apoyo al paciente. Solve ME ha desarrollado un rastreador para ayudar a informar los casos de fatiga prolongada y COVID-19. El equipo de Hornig está buscando recopilar datos clínicos y muestras biológicas para comprender mejor la situación en la población participante.
Se encuentran estudiando más áreas relacionadas con los síntomas del síndrome de fatiga crónica y la superposición con el fenómeno de la experiencia de una enfermedad larga. Ella señala que “entre el 10% y el 12% de los que sufren mononucleosis infecciosa, por ejemplo, son diagnosticados con síndrome de fatiga crónica”.
“Habíamos planeado hacer estos estudios mucho antes de que tuviera alguna evidencia de la enfermedad -comentó Hornig.- La situación de larga data fue una que anticipamos que podría ocurrir debido al conocimiento de otros síndromes posvirales”.Hornig ha experimentado una serie de síntomas que normalmente no estarían relacionados con COVID, que incluyen fiebre en los dedos de los pies e hipertensión. Si bien ha mantenido una batalla con una fatiga abrumadora, gradualmente se ha ido sintiendo mejor.
Si bien es demasiado pronto para saber cuántos pacientes con COVID-19 pueden desarrollar fatiga crónica, estudios anteriores indican que el 10 por ciento o más de las personas que se enferman gravemente como resultado de una infección viral pueden ser posteriormente diagnosticadas con la afección. “Si esos números se mantienen para COVID-19 -explica Hornig- millones de personas en todo el mundo podrían estar en riesgo. Podríamos estar ante una ola sin precedentes de fatiga crónica en los próximos años, con profundos costos sociales”. Según los datos que manejan en el relevamiento se estima que tres millones de estadounidenses ya padecen el trastorno.
Sin embargo, con esta crisis llega una oportunidad: Hornig y otros expertos en ven la pandemia como su mejor ocasión hasta la fecha para investigar las raíces fisiológicas de la fatiga crónica y desarrollar tratamientos. Su aparición generalmente ocurre cuando una infección viral, bacteriana o fúngica causa un daño duradero a los sistemas inmunológico, nervioso y metabólico, a menudo se diagnostica años después de la infección original, lo que limita la capacidad de los investigadores para reconstruir cómo se desarrolla y evoluciona. Pero ahora que una infección viral sospechosa de desencadenarla se está propagando de manera tan agresiva, los científicos dicen que tienen la oportunidad de realizar estudios más grandes y estadísticamente más poderosos.
“Esto podría ayudarnos a determinar exactamente qué es diferente entre las personas que se recuperan completamente de una infección como COVID-19 y las que sufren problemas persistentes”, dice Hornig, profesor asociado de epidemiología en la Escuela de Salud Pública Mailman.
Hornig junto a su equipo está llevando a cabo varios estudios que tienen como objetivo identificar los factores de riesgo de la fatiga crónica entre los pacientes con COVID-19 y sentar las bases para nuevas estrategias de prevención y tratamiento. En colaboración con científicos de Solve ME, por ejemplo, planea seguir a un gran número de personas que se han recuperado del COVID-19 para averiguar cuántas desarrollan el síndrome y, con qué suerte, por qué.
“Una de las cosas interesantes que hemos visto hasta ahora es que algunos pacientes con COVID-19 que inicialmente parecen estar en camino de desarrollar fatiga crónica, pero comienzan a sentirse mejor después de cuatro o cinco meses -explica la especialista-. Creemos que observar de cerca a estas personas y compararlas con otras que eventualmente son diagnosticadas con fatiga de largo alcance podría generar información valiosa. ¿Podría haber algo distinto en su sistema inmunológico que los haga más resistentes? Ese podría ser el tipo de descubrimiento que abre nuevas posibilidades de tratamiento”.
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