Finalmente, luego de un año de ausencia, en septiembre de 2021 regresa la Met Gala. El evento organizado por Anna Wintour, la directora de la edición estadounidense de Vogue, con la finalidad de recaudar fondos para el Instituto del Traje del Museo Metropolitano de Nueva York, tendrá un código de vestimenta basado en la temática “América”. Las dos exposiciones que lo acompañarán estarán orientadas a explorar el desarrollo de la moda estadounidense y descubrir el lenguaje que la caracteriza en la actualidad. Con una idea elusiva y un término controversial —de hecho, su uso fue desalentado por la RAE para definir a los Estados Unidos—, la pregunta de qué es lo “americano” se vuelve, entonces, inevitable.
Casi de manera automática, este concepto desencadena una serie de asociaciones obvias. La bandera de los Estados Unidos y el verde cobre de la estatua de la libertad, los Hells Angels y sus Harley-Davidson, el estilo rockabilly de los años 50 y el gótico rural, el arte pop, Barbie y Britney Spears, Mickey Mouse y la llegada a la luna, Vietnam y la parafernalia militar son algunos ejemplos entre un sinfín de símbolos arraigados en una cultura que logra extenderse más allá de las fronteras de su país de origen. Pero, al hablar de moda, este universo de lugares comunes se vuelve más difuso: el grunge de Marc Jacobs; la estética de Michael Kors y Ralph Lauren; el minimalismo de Calvin Klein y el wrap dress de Diane Von Furstenberg son íconos aislados de una impronta indefinida.
Las reglas del juego están cambiando gracias al poder de Internet y nuevas realidades se erigen como portavoces del diseño estadounidense. Atravesadas por inquietudes políticas y sociales, estas pequeñas marcas explotan la posibilidad de crear su propia narrativa. Tal es el caso de Pyer Moss, la etiqueta del haitiano-estadounidense Kerby Jean-Raymond, que, en 2015, presentó un desfile protestando por la brutalidad policial y la violencia racialmente motivada, o los bolsos diseñados por el americano-liberiano Telfar Clemens, que con su trabajo busca democratizar el lujo a través de precios considerablemente inferiores al de cualquier propuesta de diseñador.
Esta nueva postura se condice con un período turbulento en el escenario estadounidense en lo vinculado a los movimientos sociales. Desde el Black Lives Matter, que recorrió el mundo y logró inscribirse como un heredero del movimiento por los derechos civiles de los 60, y el más reciente Stop Asian Hate, que nace en respuesta a la discriminación a la comunidad asiática tras la aparición del COVID-19, el caos impera en un contexto político y social en el que las voces más débiles empiezan a ser oídas.
Embajadoras de estas causas, personajes como Alexandria Ocasio-Cortez, la mujer más joven en ser elegida en el Congreso de los Estados Unidos, y Kamala Harris, vicepresidenta de los Estados Unidos, encontraron en la moda una forma de afirmar su postura.
Por su poder inmediato en un mundo dominado por lo visual, la vestimenta es una herramienta invencible. Sobre ella gotean la efervescencia y el desorden del contexto actual. Con pautas estéticas difusas y fragmentadas, partes de un caleidoscopio digital, nace una postura aparentemente antisistema que se inscribe en las entrañas de la industria. Eco del activismo histórico, hoy, en Instagram, el estilo se asemeja más al del movimiento hippie de los 60 y 70 que a la moda del cambio de milenio.
Un quiebre se genera, además, en los estándares tradicionales de belleza. Marcas como No Sesso, de Pierre Davis, la primera mujer trans negra en presentar su colección en el calendario oficial de la New York Fashion Week, y AREA trabajan con modelos diversas y, además de crear moda, buscan convertirse en una plataforma para aquellos tradicionalmente postergados del “sueño americano”.
Esta gran celebración del diseño estadounidense es, también, un disparador para una revisión del concepto de lo “americano”. Con la mitad de los adultos vacunados contra el COVID-19, Estados Unidos avanza en la redefinición del mundo de la pospandemia, y sus diseñadores, con una moda cada vez más abierta y más política, acompañan.
La Met Gala, lejos de ser un evento artificial, se presenta como una oportunidad para consolidar a la moda norteamericana que se presenta renovada como la impulsora de un nuevo paradigma estético, político y social.
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