Sin dudas, la pandemia por COVID-19 que irrumpió en el mundo hace casi un año y medio y que todavía continúa, ha provocado una enorme crisis mundial en distintos aspectos, como el sanitario, económico y social en general, con múltiples restricciones, confinamientos y cambios de vida obligados, sin mencionar por supuesto, los millones de infectados (172 millones de personas) y fallecidos (3,7 millones de personas).
Pero respeto a la cuestión medioambiental, hay distintas miradas que muchas veces son antagónicas. Desde los informes más optimistas que afirman que el confinamiento ha logrado disminuir el consumo y se perciben mejoras temporales en la calidad del aire, hasta los más pesimistas que sostienen que nada positivo puede emerger de esta situación y subrayan que ha habido consecuencias negativas como el aumento de la utilización de plásticos de un solo uso.
Hoy, 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medioambiente, fecha establecida por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1974, con el fin de promover un momento de inflexión en el desarrollo de la política internacional con respecto a la problemática ambiental. Se trata de una fecha ideal para reflexionar sobre el impacto que el virus SARS-CoV-2 ha tenido en todos los países del mundo y los diversos ecosistemas terrestres y marítimos.
Un informe reciente de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) expone una mirada mixta del impacto de la enfermedad en el mundo. Según el informe “COVID-19 y el medio ambiente de Europa: impactos de una pandemia mundial”, la crisis de la COVID ha puesto de relieve la urgente necesidad de abordar los desafíos ambientales que afronta Europa y el mundo. Las principales conclusiones de la investigación fueron las siguientes:
- La pandemia de la COVID-19 pone de relieve las interrelaciones entre nuestros sistemas naturales y sociales: la resistencia de la sociedad depende de un sistema de apoyo ambiental resistente.
- La pérdida de biodiversidad y los sistemas alimentarios intensivos aumentan las probabilidades de que se produzcan enfermedades zoonóticas. Las pruebas apuntan a que la COVID-19 es una enfermedad zoonótica, es decir, una que saltó de los animales a los humanos
- A menudo relacionados con las desigualdades sociales, los factores ambientales como la calidad del aire parecen influir en los efectos que provoca la COVID-19 en las personas.
- La mayor dependencia de los plásticos de un solo uso y los bajos precios del petróleo resultantes de los cierres tienen consecuencias negativas.
- Los cierres provocados por los confinamientos durante la pandemia pueden tener algunos impactos positivos directos y a corto plazo en nuestro medio ambiente, especialmente en lo que respecta a las emisiones y la calidad del aire, aunque es probable que sean temporales.
El informe europeo expone un dato realmente asombroso: alrededor del 60% de las enfermedades infecciosas humanas son de origen animal, mientras que las tres cuartas partes de las enfermedades infecciosas nuevas y emergentes se transmiten a los seres humanos a través de los animales. Entre ellas figuran los virus responsables de una importante mortalidad mundial que han surgido de sistemas intensivos de cría de ganado doméstico. “La producción intensiva de proteína animal implica la cría de poblaciones concentradas de animales genéticamente similares en estrecha proximidad, a menudo en condiciones deficientes, lo que fomenta la vulnerabilidad a la infección”, destaca el informe.
Respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), la pandemia también generó un fuerte impacto a corto plazo. Estas emisiones en los operadores pertenecientes al Régimen de comercio de derechos de emisión de la UE (RCDE UE) descendieron un 13,3 % en 2020, debido principalmente a la pandemia, según especificó la Comisión Europea, debido al descenso “extraordinario”, del 64,1 %, de las emisiones en el sector de las aerolíneas, con respecto a 2019. La emisión de gases invernaderos a la atmósfera también descendió entre los operadores del RCDE pertenecientes al sector de las instalaciones fijas, un 11,2 %, así como en los del sector energético, cuya bajada fue del 14,9 %. La reducción en la energía se debió principalmente, aparte de a la caída del consumo eléctrico por la pandemia, a la transición del carbón al gas natural para la producción eléctrica, así como la sustitución de los combustibles fósiles por la energía renovable.
Otro aspecto relevante que aborda la investigación es el consumo, ya que la pandemia ha causado cambios significativos en la producción y el consumo de plásticos, y en los residuos plásticos. La crisis sanitaria mundial generó un aumento mundial en los equipos de protección personal (EPP) descartables y de un solo uso, como barbijos, máscaras, guantes, batas, desinfectante de manos embotellado, etc. Inclusive, la cantidad de plástico generada se vio aumentada con la proliferación de servicios de comida a domicilio, debido al confinamiento y las restricciones para la apertura de restaurantes o casas de comida. Los productos envasados entregados muchas veces son elaborados con plásticos de un solo uso.
Las principales conclusiones del estudio proponen que, aunque se ha reanudado cierta actividad económica desde los cierres europeos de la primavera de 2020, “A pesar de las aperturas parciales, las economías siguen viéndose afectadas por las restricciones relacionadas con el virus, por lo que es preciso centrarse en la reconfiguración de nuestros sistemas de producción y consumo insostenibles”, concluye el informe.
Restaurar el planeta
Como modo de concientización por el Día Mundial del Medio Ambiente, el lema propuesto por la ONU este año es “Reimaginar, recrear, restaurar”: una propuesta que pone foco en la restauración, porque por ejemplo se pierden 10 millones de hectáreas de bosques cada año. También se busca detener y revertir los daños para migrar hacia un nuevo paradigma, fomentando acciones transformativas que permitan alcanzar una relación positiva entre las personas y la naturaleza.
Para conseguirlo, este 5 de junio comienza el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de Ecosistemas (2021-2030), una misión global para revivir miles de millones de hectáreas, desde bosques hasta tierras de cultivo, desde la cima de las montañas hasta las profundidades del mar.
“Es importante abarcar múltiples áreas y trabajar en cada una de ellas para revertir la curva de pérdida de biodiversidad que hemos generado durante todos estos años. Ahora es el momento de detener y revertir la degradación de nuestro planeta a partir de la restauración de ecosistemas y la modificación de nuestros hábitos, porque estamos ante la última oportunidad de prevenir un cambio climático catastrófico. Son objetivos ambiciosos, pero es una oportunidad única, convertirnos en la Generación de la Restauración” señaló Manuel Jaramillo, Director General de Fundación Vida Silvestre.
¿Cuál es el valor de los ecosistemas?
- La mitad del PBI mundial depende de la naturaleza y cada dólar invertido en restauración genera hasta U$D30 en beneficios económicos.
- Los bosques proporcionan agua potable a un tercio de las ciudades más grandes del mundo; también albergan el 80% de los anfibios, 75% de las aves y 68% de mamíferos.
- Al menos 2 mil millones de personas dependen del sector agrícola para su sustento, en particular las poblaciones de escasos recursos y rurales.
- Los humedales almacenan casi el 30% del carbono global del suelo.
- Los árboles en la vía pública proporcionan una reducción de alrededor de 0,5°C a 2,0°C en las temperaturas máximas del aire en verano, beneficiando al menos a 68 millones de personas.
- Alrededor de 53 millones de personas en la región se benefician de los servicios ambientales que se generan en el hábitat del yaguareté en toda América. Además, la conservación del hábitat del yaguareté contribuye significativamente a la mitigación del cambio climático, ya que abarca bosques que cubren más de 4.80 millones de km2 y capturan importantes cantidades de carbono estimadas en 125.90 gigatoneladas.
- La degradación de los suelos podría reducir la productividad mundial de alimentos en un 12%, provocando que los precios de los alimentos aumenten un 30% para 2040.
Los expertos sostienen que solo con ecosistemas saludables podemos mejorar los medios de vida de las personas, contrarrestar el cambio climático y detener el colapso de la biodiversidad. Es una oportunidad e iniciativa a nivel global para detener, reducir y revertir la degradación de los ecosistemas y así garantizar un futuro sustentable para todas las personas.
2020, el año de la gran toma de conciencia
La amenaza impuesta por el COVID-19, puso en evidencia la necesidad de preservación de nuestro bienestar. 2020 fue sin dudas un año de una gran toma de consciencia socio-ambiental, si bien aún resta espacio para un cambio radical de hábitos.
“La pausa obligada en muchas actividades humanas invitaron a revisar nuestras conductas. A la mayor consciencia que se venía dando por el cuidado del Medioambiente, la preocupación por los envases y por los desechos por ejemplo, se sumó también la responsabilidad de un consumo responsable en un sentido más amplio”, explica Mariela Mociulsky, CEO de la consultora Trendsity, que agrega que además, al asociarse la ingesta de animales al origen del COVID-19, para algunos perfiles surge también un replanteo y cambios en la alimentación.
Una nueva investigación regional de la consultora realizada a 1000 personas de 16 a 65 años en 5 países de la región (Argentina, Chile, México, Colombia y Perú), buscó profundizar en los cambios que operaron en los hábitos, intereses y preocupaciones vinculados al impacto socio-ambiental en este contexto y comparar su evolución con la primera investigación realizada en 2016.
Un interesante hallazgo es que los segmentos más comprometidos con el cambio muestran un interesante crecimiento de cantidad de personas y quienes eran reticentes, se muestran paulatinamente más involucrados. La crisis global ayudó a revisar comportamientos y supuestos. La invitación es o bien hacia a una simplificación (consumir menos) o a resolver nuestras necesidades de una manera diferente. “Lo que también quedó en evidencia es la necesidad de una relación más igualitaria con nuestros pares, crece la familiaridad con conceptos como participación ciudadana, impacto e inclusión social”, apunta Mociulsky.
De acuerdo con el informe, actualmente hay una mayor preocupación por necesidades básicas (el sistema de salud, 73%), y se revalorizan aquellas que estaban relegadas o eran impulsadas sólo por un segmento de la sociedad (desigualdad social, 66%). Un hallazgo relevante para el accionar de las marcas es que continúa creciendo la proporción de quienes describen un mundo “hipócrita”, donde ellos mismos también se consideran insertos. Actualmente un 83% reconoce que tanto la sociedad como ellos mismos hacen poco por la sociedad y el medioambiente (mientras que en 2016 alcanzaba un 76%) y 84% denunció que se “habla mucho y se hace poco” en pos de combatir el impacto socio-ambiental.
Se confirma de esta manera que son tiempos donde se demanda transparencia, acción y compromiso genuino, de hecho, se reafirma el rol crucial que tienen las empresas: 76% considera que las compañías son las primeras que deberían cambiar su forma de hacer negocios en pos del medio ambiente.
Para materializar este cambio, necesitan sentirse acompañados y guiados, en un accionar colectivo. 58% sostuvo no sabe dónde o cómo colaborar con el cambio y creció de 29% a un 36% en cuatro años quienes aseguran que si el resto de la sociedad no acompaña, no tiene sentido el esfuerzo individual. A su vez, el 78% sostiene que el cambio se produce si todos los actores de la sociedad actúan de la misma manera (gobierno, sociedad civil, empresas). Se observa claramente un pedido de responsabilidad y de acción hacia las marcas, que incluye desde los consumidores, una mayor disponibilidad para considerarlas y generar lealtad.
“La capacidad de las marcas de marcar tendencia e inspirar cambios en la sociedad, de influenciar positivamente en nuestros vínculos como sociedad y con el medioambiente construyendo comunidad, requiere de empresas comprometidas, con conciencia de su responsabilidad como actores sociales y agentes de cambio. Esto requiere por parte de las empresas ejercer su liderazgo desde un espacio de escucha activa de las demandas que nos están planteando los desafíos actuales y las nuevas generaciones. Estamos ante una oportunidad histórica: hoy podemos dar un salto hacia un nuevo paradigma, de la creación de una nueva agenda política y económica global para reconfigurarnos y construir con responsabilidad económica, social y ambiental el mundo que viene”, concluye Mociulsky.
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