Seguramente, nunca mencionamos con tanta frecuencia las palabras “inmunidad”, “inoculación” y, sobre todo, “vacuna”. Es que desde que la pandemia de coronavirus golpea al mundo, tener inyectada -al menos- alguna de las dosis de las vacunas que ya están aprobadas contra el COVID-19, es hoy la mayor garantía de que, al menos, no nos vamos a morir por este virus.
Otra cuestión recurrente: seguramente nunca antes como en el 2020 pensamos tanto en la muerte. O por los menos, en la posibilidad de que nuestra salud se vea afectada por este virus que tiene los condimentos “ideales” para atemorizar: además de matar, es invisible y no se sabe todo acerca de él.
Argentina, y varios países de Sudamérica, atraviesan hoy la segunda ola con un escenario poco alentador. En nuestro país, en medio de una crecida de contagios -el jueves fue el récord con 41.080 reportados en 24 horas- el sistema de sanitario se encuentra cada vez más saturado, cerca del colapaso. La dramática foto se completa con un personal de salud agotado y una variable que hace todo aún más complejo: la escasez de vacunas y el ritmo lento de vacunación.
La “película” del COVID-19 lleva más de un año. Desde hace unos días, como si fuera una deja vú, se volvió a una restricción estricta en Argentina, muy similar a la fase uno del año pasado. Y con estas nueva medidas, que terminan hoy, vino otra vez el encierro y la prohibición de varia actividades. Y aún falta mucho. El glosario pandémico lo dice por si solo: la nueva normalidad tendrá más cuarentena, la llamada “Cuarentena intermitente”, esa que se dará por espacios intercalados.
En este contexto, las prioridades que existen para la elección de quienes se pueden dar la vacuna y quienes no, ya sea por la edad o comorbilidad, o dependiendo de cuán expuesta esté la actividad que cada persona realiza, se presenta como un tablero en un juego de mesa complejo y no tan divertido de participar.
La gente se va haciendo sus ilusiones. Cada uno mantiene la esperanza mientras se cuida con las medidas básicas como el lavado de manos, el distanciamiento social y el tapaboca. Según un informe del Barómetro COVID-19 de Kantar, el 32% de los latinoamericanos piensa que recibirá la vacuna dentro de un año. De acuerdo a este estudio, que recoge la opinión de más de 11.000 entrevistas en 21 países acerca de sentimientos, preocupaciones, actitudes y comportamientos de compra, consumo de medios, expectativas respecto a empresas y marcas y aprendizajes de otros países, “la población espera con ansias la vacuna, por ejemplo: el 86% de los brasileños dicen que sí están seguros de vacunarse, al igual que el 83% de los mexicanos y el 80 % de los colombianos y el 72% de los argentinos espera recibirla. A nivel global los jóvenes son los menos comprometidos en cuanto a este tema, mientras que los mayores de 65 años son los más positivos y muchos de ellos incluso ya lo han hecho”.
De acuerdo con el estudio, el 81% en Latinoamérica tiene intención de vacunarse y de este grupo de personas, el 24% desea obtener más información antes de decidirse. Por otro lado, los latinoamericanos que no desean vacunarse, se encontró que el 19% no confía en los fabricantes de las vacunas, mientras que el 21% cree que la vacuna no será eficaz para acabar con el COVID-19 y el 34% no se sienten seguros al vacunarse.
Aunque una gran parte de la población en Latinoamérica está decidida a recibir la vacuna y es consciente de que es la única forma de reducir el contagio y las muertes, la distribución de las vacunas sigue siendo desigual entre países. De acuerdo con el Barómetro COVID-19, menciona que el 12% de los latinoamericanos tienen acceso a la vacuna, mientras que el 27% cree que se vacunará dentro de tres meses y solo el 18% considera que será después de uno a dos años. Entre los países de la región, el 38% de los mexicanos son los que más largo ven el plazo de vacunación.
“La vacunación es fundamental para combatir el COVID-19 y restaurar la confianza para que las personas interactúen entre si, además permitirá que más personas puedan volver a viajar y se reactive la conectividad entre los países, sin embargo, se necesitará un tiempo considerable para vacunar a toda la población y que estas tengan un efecto significativo, por ejemplo: el 32% de los latinoamericanos piensa que lo hará dentro de un año” comentó Ana Valdespino, Marketing Director LATAM en Kantar.
Vacunarse para prevenir otras enfermedades antes de viajar es común, además de ser necesario para asegurar la salud pública y ayudar a las personas a estar sanas durante y después de sus viajes, con la llegada del COVID-19; el pasaporte de vacunas cobra mayor relevancia, el 70% apoya este pasaporte para viajes internacionales este año. Si hablamos por países, por ejemplo: en India, China y Brasil, el 80% están a favor, al igual que el 70% en Singapur y Reino Unido, mientras que para los Estados Unidos, Alemania y Francia hay más resistencia a la requisición de este documento.
En busca de la “inmunidad mental”
“Estamos viviendo en incertidumbre hace más de un año, el virus se propaga y deja severas consecuencias que son sabidas. La muerte es compleja de representar aunque los números sean alarmantes. La vacuna es una herramienta que genera reaseguros y es necesario que toda la población tenga alcance”, dice a Infobae la psicóloga y profesora, Gisela Lado.
La doctora, Mirta Goldstein, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) e Internacional (IPA), la vida misma es incertidumbre, “solo que la pandemia nos hizo tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad. Teníamos la ilusión de dominar la naturaleza y nos dimos cuenta que hay muchas cosas que aun no sabemos”.
Dice Goldstein a Infobae: “La pandemia trajo temor a la enfermedad, a la soledad y a la muerte, tres situaciones que constatan nuestra vulnerabilidad como seres humanos. La vacuna apareció como una solución mágica en pocos meses, tiempo récord para una vacuna, y pensamos que también mágicamente habría vacunas para todos. Nos olvidamos que no solo hacen falta científicos que la descubran, sino quienes la fabriquen, la embotellen, la distribuyan, la compren. Largo proceso que para algunos países fue más fácil y para otros más difícil. Cuando el ser humano enfrenta situaciones de peligro, un recurso es la esperanza ilusoria o sea sin criterio de realidad, y la magia”
Juan Eduardo Tesone, médico psiquiatra de la Universidad de París XII, doctor en Psicología de la Universidad de París- Nanterre y miembro de APA, sostiene que la pandemia y las medidas de protección aconsejadas, ya largamente conocidas, como el barbijo, el lavado de manos y el aislamiento, han creado y agravado un sentimiento de inseguridad e incertidumbre respecto al futuro. “La pandemia se vive como una espada de Damocles que puede caer sobre nuestras cabezas en cualquier momento. La finitud se hace consciente y el temor a la enfermedad y la muerte adquieren un valor extenuante. Ahora bien, si la muerte puede sorprendernos…es quizá porque no tenemos consciencia que la muerte siempre acecha, que la vida misma es incierta, y que la espada de Damocles está siempre presente, con o sin pandemia. Uno de los efectos interesantes de esta pandemia, es que mucha gente tomó consciencia de su finitud, y los ha llevado a tomar decisiones, que implican elecciones, más próximas de su deseo”, analiza a Infobae.
La ilusión de que la vacuna seria accesible rápidamente para todos, chocó con la realidad de la desigualdad y de la lenta reacción de algunos gobiernos. “Por ello, más frustrante es la realidad, más la gente se aferra a la ilusión y necesita creer en las promesas o todo lo contrario, se desilusiona y se deprime. Luego las reacciones son diversas: de pánico, de depresión, de transgresión y de cumplimiento extremo. ¿Qué quiero decir de cumplimiento extremo? Hay personas que se obsesivizaron y no salieron en 10 meses a la calle ni siquiera a dar una vuelta manzana. Estas personas tuvieron un sufrimiento por demás producto del miedo. Hay que encontrar un equilibrio entre cuidado y obsesión justamente para no deprimirse”, dice Goldstein
“Actualmente, por suerte y gracias al esfuerzo de la ciencia, han aparecido en tiempo récord las vacunas, la medida de protección de mayor eficacia. El problema que las mismas no están a la disposición de cada uno de los habitantes de esta aldea global que es el mundo, dependiendo en gran parte de las posibilidades económicas de cada país y de la gestión que, de la obtención de las mismas, han desarrollado con mayor o menos responsabilidad los gobiernos de cada país. No disponer de vacunas, sabiendo que otros han tenido dicha oportunidad puede ser injusto, y la toma de consciencia de esta desigualdad, es fuente de un sentimiento de desprotección y eventualmente de enojo y desesperanza”, dice Tesone.
Y amplía: “Esto implica mantener los cuidados limitados que disponemos, como única medida provisoria, exigiendo a nuestros representantes, la gestión eficaz de la obtención de vacunas reconocidas por la comunidad internacional. No se puede mantener la calma frente a la escasez de vacunas y, por lo tanto, a la exposición primaria de una defensa ineficaz hacia a la virulencia del virus. La escasez de vacunas es disruptiva del psiquismo de cada ciudadano, y sus efectos potencialmente traumáticos, en un plano físico y psíquico, no se podrán medir sino luego de pasada la pandemia. La misma pasará, como ha sido el caso de otras pandemias, pero esta última, como ninguna otra, ha puesto de relieve la desigualdad de medios de los países ricos y pobres, así como la eficacia de gobiernos responsables de la equidad para con sus ciudadanos”.
Esto también pasará
“Hay estar absolutamente seguro, no dudar de que esta epidemia, esta catástrofe natural, va a ser vencida. Va a ser desplazada. Vamos a franquear esta etapa”, decía a Infobae en una entrevista reciente el reconocido psiquiatra argentino radicado en Francia, Juan Nasio.
Y seguía: “Como la humanidad ha franqueado millares de catástrofes mucho más graves que la del COVID-19. Lo que tiene esta de particular, lo que la hace grave, es que es planetaria. Pero la tierra y el hombre, desde la época prehistórica, ha podido pasar miles de catástrofes mucho más graves que la que estamos viviendo ahora. Lo segundo es que para que no tenga un terreno favorable a la depresión, lo más importante, es que usted tenga confianza en sí mismo. Tener confianza en uno mismo es no pensar en uno, no juzgarse. Haga lo que tiene que hacer sin pensar, sin juzgar lo que está haciendo. Es olvidarse y no pensar. Eso ayuda mucho a estar bien contra la depresión”.
Tal vez haya que aplicar esta filosofía mientras se espera la vacuna. La psicóloga Lado propone: “Es dable destacar la importancia de las medidas de cuidado que dependen de cada uno de nosotros antes y luego de estar vacunados. Pensar que ese accionar es propio hace disminuir la ansiedad permitiendo transitar la espera desde un lugar de cuidado activo”.
“Una recomendación es no confundir distanciamiento con aislamiento. El aislamiento perturba y angustia, el distanciamiento puede ser compartido si se saben bien usar los protocolos”, dice por su parte Goldstein.
Tesone concluye: “Por ahora, en nuestro país, no disponemos de otros medios que los que se disponía en la edad media: el confinamiento. Respetemos su relativa contundencia, en espera de vacunas eficaces, exigiendo a nuestros representantes que gestionan su distribución de manera igualitaria y sin elitismos. Nuestra esperanza, es que dada la variabilidad del virus en la medida que continúe a circular en diferentes poblaciones, la lucha contra el virus no será eficaz sino en la medida que la mayor parte de la población de este planeta esté vacunada. La responsabilidad de esta pandemia no es de un solo Gobierno, sino de todos los habitantes y sus representantes del planeta”.
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