En la década del 50, la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil de Estados Unidos, con dinero recaudado a través de su campaña anual March of Dimes, había patrocinado estudios de campo para una vacuna desarrollada por Jonas Salk, que prometía dar alivio a la epidemia de polio.
La organización sin fines de lucro había adquirido dosis suficientes para vacunar a todos los estudiantes de primer y segundo grado de aquel país a través de implementaciones simultáneas administradas en sus escuelas primarias. El objetivo era aplicar 30 millones de vacunas en tres meses.
Ese fue el primer paso, hasta que, unos años más tarde, Albert Sabin desarrolló su vacuna oral contra la polio, aprobada en 1962. Desde entonces, la incidencia de esta enfermedad se redujo en un 99% con la vacuna y evitó que más de 16 millones de personas quedaran paralíticas; aunque la enfermedad sigue siendo endémica en Afganistán y Pakistán, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero los tiempos tiempos no fueron fáciles y pueden dejar varias enseñanzas.
Ahora, más de seis décadas después, la atención se centra en el lanzamiento de vacunas contra el COVID-19. Desde fin de 2020, los países comenzaron a administrarlas en un proceso de entrega complejo y lento, mientras que cientos de miles de casos nuevos continúan siendo diagnosticados diariamente.
“Si bien no es necesariamente reconfortante, es útil reconocer que los primeros días y semanas de distribución masiva de un nuevo medicamento, particularmente uno que está destinado a abordar una terrible epidemia, seguramente serán frustrantes”, sugiere Bert Spector, profesor asociado de estrategia y negocios internacionales en Northeastern University, quien presenta un estudio pormenorizado de experiencias pasadas sobre la distribución de vacunas y, además, fue uno de aquellos 30 millones de niños vacunados. “Después de recibir la vacuna contra la polio, recuerdo el alivio de mis padres”, sostiene.
El virus de la polio causa síntomas similares a los de la gripe en la mayoría de las personas que la contraen. Pero, en una minoría de los infectados, el cerebro y la médula espinal se ven afectados; la polio puede causar parálisis e incluso la muerte.
Con la distribución de la vacuna de Salk, el temido acosador de niños y adultos jóvenes aparentemente había sido domesticado. En abril de 1955 se dio a conocer que aquella vacuna contra la poliomielitis contaba con una eficacia de entre el 80% y e el 90% y seis laboratorios obtuvieron la licencia para producirla. En cuestión de días, sin embargo, el programa inicial de la inoculación masiva se salió de control. Solo dos semanas después de que se administraran las primeras dosis, el Servicio de Salud Pública informó que seis niños vacunados habían contraído poliomielitis.
A medida que aumentaba el número de incidentes de este tipo, quedó claro que algunas de las inyecciones estaban causando la enfermedad que debían prevenir. Un laboratorio, Cutter, había liberado inadvertidamente dosis adulteradas.
Al principio, se decidió retirar del mercado todas las vacunas contaminadas. Pero luego, a menos de un mes de iniciada la campaña de vacunación, Estados Unidos cerró la distribución por completo. No fue hasta la introducción de una nueva vacuna contra la polio en 1960, creada por Albert Sabin, que la confianza del público volvió.
Un mapa de prueba para el COVID-19
Esta historia ofrece varias lecciones relevantes para la distribución de la vacuna contra el COVID-19. Primero, que la coordinación de un producto médico emergente que salva vidas es fundamental.
“Los gobiernos se habían negado a desempeñar un papel activo de supervisión y coordinación de la vacuna contra la polio, pero querían el crédito -explica el especialista-. El Departamento Federal de Salud, Educación y Bienestar (ahora Salud y Servicios Humanos) de Estados Unidos, ante este cuadro, no ofreció ningún plan de distribución, más allá del programa escolar financiado con fondos privados”.
La entidad esperó un mes completo después de que se administró la vacuna por primera vez antes de reunir un panel de autorización científica permanente. Ese retraso tuvo menos que ver con trámites formales que con la oposición ideológica de la secretaria de Salud, Educación y Bienestar, Oveta Culp Hobby, quien había asumido el cargo unos meses antes de que se aprobara la vacuna. Su renuencia a involucrar al gobierno federal en asuntos que ella creía que era mejor dejar en manos privadas, y su miedo a la “medicina socializada” significó que los controles de seguridad quedaron en manos de los laboratorios privados que producían la vacuna. Los resultados provocaron de inmediato graves problemas.
En segundo lugar, el proceso de distribución de la vacuna contra la polio demostró cuán vital es para los gobiernos actuar de manera de generar confianza en la población.
“En esas esperanzadoras primeras semanas de distribución de la vacuna contra la polio -recuerda Spector-, quienes hacíamos la fila para recibir las vacunas teníamos poco que temer, más allá del pinchazo. Pero eso cambió rápidamente”.
El daño que sufrieron algunos niños a pesar de haber sido vacunados, la falta de explicaciones sólidas y la demora en las respuestas llenaron de confusión todo el proceso de producción y distribución. La confianza en el gobierno y la vacuna se erosionaron. En junio de 1955, de acuerdo a una encuesta realizada por Gallup, casi la mitad de los padres dijo que aceptaría no recibir más vacunas para sus hijos, aunque el régimen completo de inoculación contra la poliomielitis incluyera tres dosis. En 1958, incluso, algunas compañías farmacéuticas detuvieron la producción. “No fue sorprendente ver un aumento exponencial de la poliomielitis en 1959, duplicando los casos del año anterior”, dice Spector.
Hoy en día, es fundamental llevar adelante un programa eficaz de administración de manera que genere confianza en la población en lugar de socavarla.
“Los informes dispersos de reacciones alérgicas a la vacuna COVID-19 no han generado las negaciones de la administración de Eisenhower, sino respuestas honestas y realistas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades -afirma Spector-. Particularmente, para las vacunas que requieren múltiples dosis, las inoculaciones masivas requerirán no solo una disposición inicial para obtener la primera dosis, sino también el mantenimiento de la confianza suficiente para lograr que las personas regresen para el seguimiento”.
Existen diferencias significativas en los contextos sociopolíticos de la época en que se distribuyó la vacuna contra la poliomielitis y la actualidad, incluida la naturaleza y amenaza de las dos enfermedades y las tecnologías de las vacunas. “Pero una y otra vez, la pandemia de COVID-19 ha revelado paralelos desconcertantes con los errores cometidos en el pasado. La buena noticia es que la vacunación funciona: ningún caso de poliomielitis se ha originado en Estados Unidos desde 1979”, concluye el investigador.
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