A fin del siglo XVIII, durante la primera revolución industrial, la industria textil sufrió una disrupción profunda. La invención de la máquina de hilar marcó el inicio de una transformación tecnológica y económica que modificó por completo las formas de producción. Fast forward al presente, en donde nos encontramos transitando la revolución industrial 4.0, signada por la automatización y digitalización de las fábricas, la pregunta de hacia dónde se dirige el desarrollo de textiles es más importante que nunca.
La innovación textil, por fuera de las razones obvias vinculadas a la productividad y a la funcionalidad, es una condición sine qua non para reducir el impacto ambiental de la industria de la moda. Según el Foro Económico Mundial, la producción de moda está vinculada al 10% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono y es la segunda mayor consumidora de agua a nivel mundial, debido al teñido de los géneros y al cultivo de algodón. A la vez, desde el año 2000, la producción de indumentaria se duplicó y los consumidores, hoy en día, compran un 60% más de prendas aunque las conserven la mitad del tiempo. ¿El resultado? El equivalente a un camión de basura lleno de ropa es quemado o desechado cada segundo en el mundo.
Sin embargo, comienzan a trazarse posibilidades con grandes avances en el campo de la innovación textil centrados en el desarrollo de materiales con un gran potencial de escalabilidad. Impulsados por un cambio en los intereses de los consumidores, un incremento en la regulación y una mayor inversión en investigación y desarrollo, según una investigación conjunta de The Business of Fashion y la consultora McKinsey, estos nuevos desarrollos están pasando de ser la excepción a convertirse en la norma. Desde telas fabricadas con desechos de la industria alimentaria a alternativas al cuero y a la seda hechas en laboratorio, los horizontes de la moda se expanden en busca de reducir su impacto ambiental e incrementar la funcionalidad de sus géneros de manera sostenible.
Desechos orgánicos
Una de las innovaciones textiles a partir de desechos orgánicos de mayor renombre pertenece a la compañía italiana Orange Fiber, que fabrica tela a partir de los derivados de la producción de jugos cítricos. El género, que se mezcla con seda, algodón y elastano para brindar las propiedades del twill, el poplin y el jersey, fue empleado en una colaboración con la tradicional casa de moda Salvatore Ferragamo y en la “Conscious Exclusive Collection 2019” de H&M.
Una alternativa similar a esta propuesta es la de Nanollose, una empresa australiana de biotecnología que desarrolló un sustituto del rayón a partir de celulosa generada con la fermentación de residuos orgánicos líquidos y, con un enfoque basado en la funcionalidad, la compañía taiwanesa Singtex lanzó S-Cafe, un textil que se produce con la combinación de poliester y aceite de café, que se extrae del café molido desechado, y que cuenta con propiedades de secado, protección UV y control de olores.
Dentro de este modelo de producción, uno de los materiales más populares es el biocuero vegano. Entre las compañías que trabajan esta alternativa se encuentran Vegea, con un textil fabricado a partir del bagazo de uva, un excedente de la industria vinícola, que fue empleado por firmas como Serapian, Le Coq Sportif y & Other Stories en zapatos y carteras; Frumat, la desarrolladora de Pellemela, un textil que se fabrica con la fibra, celulosa y azúcares de la piel de manzana desechada tras la producción de jugos y compotas, y Ananas Anam, la empresa de Piñatex, un género realizado a partir de hojas de piña.
Hongos y bacterias
El micelio, la red de hifas que compone la parte vegetativa del hongo, es uno de los materiales más frecuentemente utilizados en el desarrollo de alternativas al cuero, mejor conocidas como “cuero de hongos”. Entre los géneros ofrecidos en el mercado se encuentran el Reishi de MycoWorks, personalizable a través de modificaciones hechas en el hongo durante su proceso de crecimiento y popularizado por un bolso realizado en colaboración con la casa francesa Hermès, y Mylo de Bolt Threads, recientemente empleado en una nueva edición de las populares Stan Smith, de Adidas, y en prendas de la diseñadora inglesa Stella McCartney. Un material de características similares es el biocuero Zoa, desarrollado por Modern Meadow, que se fabrica a partir de colágeno de levadura fermentada.
Arañas, leche, estiércol y pétalos de flores
Entre los materiales más novedosos empleados para el desarrollo de biotextiles se encuentran aquellos descubiertos por la investigadora inglesa Alice Potts, quien utilizó pétalos de flores para crear lentejuelas y sudor y lágrimas humanas cristalizadas en accesorios en colaboración con la marca australiana Mimco y en ornamentos para sus prendas.
Quizá con una alternativa más escalable pero aún fuera del mercado, Mestic, el bioplástico que la diseñadora Jalila Essaïdi utilizó en el desarrollo de viscosa y demás géneros que, por lo general, emplean derivados del petróleo, se realiza con estiércol de vaca. A su vez, Essaïdi también se encuentra experimentando con la creación de un textil a prueba de balas combinando la estructura de la piel humana con seda de arañas.
Si bien estos experimentos textiles todavía se encuentran en su etapa de prototipo, marcan un precedente a la hora de evaluar el universo de alternativas posibles en el desarrollo de XX. En cuanto a los géneros comercializados en el mercado y provenientes de materiales inesperados, se encuentran la seda biosintética de la compañía estadounidense Bolt Threads, hecha a partir de proteínas de seda de araña, famosa por su aparición en la colaboración de Adidas y Stella McCartney y el fieltro de 10% leche de vaca y 80% lana de oveja de Q Milk.
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