Suele decirse que el miedo paraliza. Pocas sensaciones tan displacenteras como la de verse inmovilizado por algo que atemoriza. Y la posibilidad de que un ser querido o uno mismo enferme y muera vaya si lo es.
Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró pandemia al COVID-19 el miedo se adueñó de gran parte de la población. El miedo a un virus desconocido, el miedo a enfermar, el miedo a contagiar a un padre o abuelo, el miedo a morir.
“El miedo produce un gran sesgo en la forma en que interpretamos las cosas. Un claro ejemplo que les sucede a menudo a muchas personas es que cuando somos niños y tenemos miedo a que alguien entre a nuestra casa, cualquier ruido nos parecen pisadas o la puerta abriéndose”. Julián Pessio es médico psiquiatra (MN 126916) y ante la consulta de Infobae consideró que “lo mismo puede ocurrir con las enfermedades. Se puede estar muy atento al cuerpo e interpretar cualquier cambio normal en la frecuencia cardíaca, respiratoria, o de cualquier sistema, como signos de la enfermedad temida y eso dispara una reacción de ansiedad que aumenta los síntomas y termina convenciendo a cualquiera de que está enfermo”.
Para el profesor doctor Alejandro Malpartida, especialista en Inmunología (MN MD 168444), “el estado de alerta, temor y de amenaza podría quizá englobarse como una situación de estrés. Esos estados conforman situaciones comunes del hecho normal de vivir y generan respuesta a favor de resistirlas conservando el estado de salud”.
Y tras reconocer que “esto es normalmente así cuando ocurren en forma aguda o de situaciones de corto tiempo”, señaló que “sin embargo, cuando los estados de alerta o temor son permanentes, como una forma de estrés crónico, se perjudica la capacidad del organismo para montar o sostener una fuerte respuesta (entre ellas la inmunitaria), con el consiguiente aumento de la posibilidad a enfermarse”.
“Esta situación no sólo ocurre en los humanos que, con variaciones individuales, mostramos una gran capacidad adaptativa e incluso de resiliencia a esos estados -sostuvo el especialista de Inmunogenesis-. Todos los organismos son susceptibles al estrés crónico y su instalación los lleva por lo general a la enfermedad. Por otro lado es bien conocido que el estrés aumenta los procesos que conducen a la inflamación”.
En la misma línea, la médica especialista en Clínica Médica e Inmunología Hebe Casado (MN 7990) apuntó que “al tener miedo específico hacia una enfermedad en particular es probable que el paciente esté más atento a ciertos síntomas que se relacionan con la misma y los sienta con mayor intensidad en caso de padecerlos. Eso genera estrés y produce una activación del eje y la liberación de glucocorticoides que en dosis altas genera inmunosupresión”.
Consultado acerca de cuáles son las consecuencias en la salud de vivir en constante estado de alerta y temor, Pessio, quien es coordinador médico de la Clínica de Ansiedad y Trauma de Ineco, consideró que “el estrés es una reacción psicológica y física normal a distintas situaciones de la vida, ya sean positivas o negativas, como un trabajo nuevo, la muerte de un ser querido, o la posibilidad de que uno mismo o algún allegado se contagien de una enfermedad”.
“El estrés en sí no es anormal ni malo sino una reacción adaptativa -amplió-. Cuando el estrés se transforma en crónico, puede llevar a un agotamiento del organismo y producir distintas alteraciones, tanto físicas como psicológicas y de la conducta. Son comunes los dolores musculares o de cabeza, los problemas gastrointestinales (dolor, náuseas e incluso vómitos), temblor, aumento de la frecuencia cardíaca, palpitaciones, problemas para respirar. Algo que merece ser destacado, es que el estrés crónico puede empeorar una enfermedad previa de la persona, por ejemplo producir aumento de la presión arterial en alguien hipertenso que antes estaba controlado”.
- ¿De qué manera esto puede impactar en nuestro sistema de defensas?
- Malpartida: El estrés agudo induce un aumento y liberación de sustancias que aumentan la atracción de células del sistema inmune (quimiotaxis) y de la expresión de las moléculas que favorecen la migración de células a diferentes sitios. Además, el sistema nervioso (sistema nervioso autónomo simpático) lleva a la secreción de adrenalina, lo que favorece la migración de las células inmunitarias a los focos de infección y/o inflamación.
Por el contrario, el estrés crónico deteriora este mecanismo. Las condiciones estresantes prolongadas disminuyen la capacidad de las células del sistema inmune a destruir agentes infecciosos. El proceso de movilización celular del sistema inmune se ve atenuado durante el estrés crónico, todo lo cual hace que el organismo sea más vulnerable a las infecciones.
- Casado: Los estudios sobre los efectos del estrés sugieren que éste puede alterar el sistema inmunitario, dando lugar a la aparición de procesos infecciosos, oncológicos o autoinmunitarios, procesos que son debidos a una inhibición de la respuesta inmunitaria. La capacidad de adaptación del organismo frente al estímulo afecta a la respuesta inmunitaria, condicionando de este modo la respuesta individual frente a la infección, el cáncer, etc. Conviene recordar que en determinadas etapas de la vida (fetal, perinatal y senescencia), la interacción estrés-inmunidad adquiere una mayor importancia.
Por otra parte, durante el estrés se liberan neurotransmisores y hormonas que en su mayoría tienen receptores y actividad sobre las células inmunitarias. Así por ejemplo, los corticoides inhiben a un gran número de citoquinas proinflamatorias.
- Una persona que vive con miedo, ¿es más propensa a enfermar?
- Malpartida: El miedo, temor o sensación de amenaza permanente, agota los recursos disponibles para atender las demandas cotidianas del sistema inmunitario y termina atenuándolas. Por consiguiente, una persona en esas circunstancias es más propensa a enfermar más allá de las características individuales y condición de base que siempre está entre ellas la nutrición, su situación de salud y edad. Es necesario recordar que estas situaciones no pueden considerarse de manera como si una persona estuviera aislada.
Por otro lado, una situación amenazante, como el miedo (a algo conocido o desconocido) se percibe no sólo individualmente sino comunitariamente y desvía la energía para mantener la función inmunitaria óptima. En este sentido frente a una amenaza, toda la energía está puesta en alejarse de ella y la energía para el mantenimiento inmunitario tiene a ser irrelevante, el problema surge cuando la amenaza es permanente y genera estrés crónico, en definitiva, si tenemos una situación ecológica de amenaza, la relación de costos y oportunidades de mantener la vida esta favor de alejarse del percepción de amenaza y el miedo, no del mantenimiento del óptimo inmunitario.
- Casado: En general puede decirse que un hecho estresante afecta al sistema inmunitario de dos formas: causando cambios en la distribución de células en el organismo, lo que influye en la respuesta local frente a un agente patógeno, y alterando la propia respuesta celular.
En este sentido, se ha demostrado que éste puede influir tanto en el origen como en el curso de la enfermedad. Del mismo modo, se ha demostrado que las personas que padecen depresión presentan una debilitación del sistema inmunológico o de defensa, con lo que pueden enfermar con más facilidad o bien les puede ser más difícil recuperarse de ciertas enfermedades.
La salud física y la mental, dos caras de la misma moneda
Mucho se habló desde el inicio de la pandemia de los efectos de las cuarentenas o medidas como la suspensión de clases presenciales en el ánimo y la salud mental de grandes y chicos. Pues el miedo y el estrés permanentes tampoco pasan inadvertidos para la mente humana, que más tarde o más temprano, acusará recibo de este tiempo vivido.
Consultado al respecto, Pessio consideró que “los efectos en la salud mental pueden ser múltiples, pero lo más común es que genere cambios en las emociones, como irritabilidad, disminución de la capacidad para disfrutar, falta de motivación, estado de ánimo depresivo”.
“Muchas veces el estrés es el puntapié inicial de una serie de factores que terminan empeorando la salud mental -señaló-. Por ejemplo, el estrés puede producir insomnio y éste empeora los desórdenes del ánimo, aumenta la ansiedad y disminuye las herramientas cognitivas que tiene la persona para contrarrestar los efectos del mismo. Por otra parte, en aquellas personas que tienen problemas de salud mental, el estrés puede generar recaídas o hacer que la recuperación sea más difícil”.
- ¿Hay personas más propensas que otras a ver desequilibrada su salud mental en una situación como la actual, o a un año de pandemia todos estamos igual de expuestos a ese riesgo?
- Pessio: Hay personas que tienen más riesgo de tener problemas de salud mental. Un grupo definido son las personas con problemas previos de ansiedad o trastornos del ánimo. También personas con baja resiliencia, poca capacidad para adaptarse a la incertidumbre. Otro grupo siguen siendo los más expuestos al virus, como los trabajadores de la salud.
- ¿El miedo por sí mismo puede generar síntomas de la enfermedad a la que se teme?
- Malpartida: Bueno aquí ingresamos a esferas que agregan complejidad, las emociones, así como funciones nerviosas superiores e intelectuales, están fuertemente integradas en todo el organismo y sobre todo con el sistema inmunitario y endocrino.
La búsqueda de un objetivo conductual exige energía y mejora de las oportunidades para vivir mejor. Sin embargo, los aspectos psicológicos emergentes pueden generar la sensación (síntoma) ilusorio o real de enfermedad, aunque en general estos aspectos se dan de forma aguda, las amenaza o el miedo permanente puede llevar a que se instale una afección crónica que de otra forma no lo hubiera hecho, entorpeciendo muchas veces su resolución.
- ¿Puede el miedo a una enfermedad como el COVID cambiar nuestra manera de ver el mundo y concebir los vínculos más allá del fin de la pandemia?
- Pessio: Sí, puede, como cualquier situación traumática. Hay muchas teorías e incertidumbre sobre cómo nos va a cambiar esta pandemia. Una buena noticia es que desde mi punto de vista, el intervalo entre la primera y segunda ola nos orienta a pensar que la mayoría de las personas tienen una gran capacidad de adaptación y estarán bien al finalizar esta situación.
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