A lo largo de la historia, los seres humanos han desarrollado con éxito vacunas para una serie de enfermedades potencialmente mortales, como la meningitis, el tétanos, el sarampión y la poliomielitis. Sin embargo, diferentes movimientos en el mundo buscan desprestigiar la vacunación.
“El COVID-19 muestra cómo el movimiento anticiencia causa muertes en el mundo”, decía a Infobae Peter Hotez, pediatra y especialista en enfermedades infecciosas desatendidas de Estados Unidos, a la vez que advertía que “el auge de la anticiencia crea una atmósfera de intimidación, especialmente para los científicos jóvenes”.
En los últimos cinco años se vio un regreso significativo de las enfermedades infecciosas epidémicas, que culminaron en COVID-19. En nuestro nuevo mundo posterior al coronavirus, el autor se preguntó cómo podemos prevenir enfermedades futuras mediante la expansión de la diplomacia, la cooperación científica y de vacunas, especialmente para combatir los problemas que los humanos nos hemos causado tales como los movimientos anticiencia que propagan fake news y tergiversan hechos.
En Estados Unidos y Europa, el movimiento anticiencia y antivacunas es extremadamente preocupante. Como explicaba hace unos meses Chelsea Clinton, “el movimiento antivacuna pre COVID-19 capitalizó los traumas de este momento histórico que generó la pandemia con sus esquemas de confinamiento y creó alianzas con los movimientos antimascarillas y otros grupos de personas anticiencia”.
En España, una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) aseguraba que solo el 6,5 % de la sociedad española no estaba dispuesta a vacunarse contra el coronavirus, y que otro 5% tenía dudas y aún no estaba decidido. Sin embargo, hoy esos porcentajes podrían haberse visto incrementados debido a las cambiantes decisiones políticas sobre para quién es adecuada o no cada tipo de vacuna.
Los científicos de todo el mundo se encuentran en este momento tratando de mostrar, a través de cifras, estudios y evidencia irrefutable, que la vacuna es imprescindible. “Las vacunas funcionan. Las vacunas funcionan”, repitió en un tweet una y otra vez Eric J. Topol, profesor de medicina molecular en el Instituto Scripps Research que formó parte del consejo asesor del Proyecto de rastreo COVID. Hacía referencia a los alentadores datos de Eran Segal, uno de los científicos más prestigiosos de Israel, que mostraba los números que probaban el éxito de la vacunación en su país.
Para hacerles frente a los más dubitativos o escépticos, investigadores de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) elaboraron un decálogo con argumentos científicos a favor de la vacunación contra el COVID-19:
1.- Todos los medicamentos tienen efectos secundarios, pero sus beneficios son muy superiores a los riesgos que se asumen.
2.- Desde el comienzo de la vacunación, los fallecimientos en residencias de ancianos se han reducido drásticamente.
3.- Las vacunas son las terapias más seguras y los posibles riesgos de las vacunas son poco probables.
4.- Las vacunas basadas en ARN se llevan estudiando desde hace veinte años.
5.- Los riesgos derivados de la COVID-19 son muy superiores, con riesgo de muerte, a las poco frecuentes trombosis derivadas de las vacunas.
6.- No hacer una vacunación masiva prolongará la pandemia durante mucho más tiempo. No existen certezas, pero no hacer nada no va a mejorar la situación.
7.- La vacunación masiva permite la vuelta a la normalidad y la recuperación paulatina de la normalidad.
8.- Si ante una primera dosis no ha habido reacción, el riesgo de sufrir algún tipo de efecto secundario con la segunda dosis es mínimo.
9.- Los profesionales sanitarios y el personal de residencias han sido los primeros colectivos en vacunarse y los efectos secundarios graves apenas han existido.
10.- Vacunarse es un acto altruista: no solo se protege uno mismo, también contribuye a la protección de toda la sociedad, especialmente de aquellas personas inmunodeprimidas que no pueden optar a este tipo de terapias.
¿Cómo funciona una vacuna?
Los virus, bacterias y gérmenes nos rodean, tanto en nuestro entorno como en nuestro cuerpo. Cuando una persona es susceptible y se encuentra con un organismo dañino, el mismo puede provocar enfermedades y en algunos casos la muerte. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), si un patógeno infecta el cuerpo, las defensas, llamadas sistema inmunológico, se activan y el patógeno es atacado y destruido o superado.
Para la doctora en virología Laura Palermo, “las vacunas lo que hacen es mentirle al sistema inmunológico, ya que se parecen al virus pero no lo son, entonces cuando recibimos una vacuna, el sistema inmune produce la misma respuesta específica, con lo cual se activan los linfocitos T, los B. El cuerpo va a producir anticuerpos específicos, guarda las células de memoria y está preparado para cuando se exponga al virus real por primera vez. El proceso de vacunación deja el cuerpo preparado para que cuando la persona se exponga a ese mismo virus, la respuesta inmune sea rápida y efectiva. Lo que hace es prevenir la infección en su totalidad o reduce la reproducción del virus en el cuerpo, reduciendo así los síntomas, la cantidad de días en que el paciente se siente mal y los días en los que la persona puede transmitir el virus a otros”.
Este es el punto de partida. Una vez que se producen los anticuerpos específicos del antígeno, trabajan con el resto del sistema inmunológico para destruir el patógeno y detener la enfermedad. Los anticuerpos contra un patógeno generalmente no protegen contra otro patógeno, excepto cuando dos patógenos son muy similares entre sí, como primos. Una vez que el cuerpo produce anticuerpos en su respuesta primaria a un antígeno, también crea células de memoria productoras de anticuerpos, que permanecen vivas incluso después de que el patógeno es derrotado por los anticuerpos.
Lautaro de Vedia, médico infectólogo y ex presidente de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), explicó a Infobae que “todas las vacunas intentan reproducir de alguna manera y de forma segura una determinada enfermedad, de forma de generar una respuesta inmunológica equivalente, para que el organismo ya tenga los anticuerpos y todos los mecanismos inmunológicos preparados por si luego viene la enfermedad en serio”.
Las vacunas contienen partes debilitadas o inactivas de un organismo en particular (antígeno) que desencadena una respuesta inmune dentro del cuerpo. Las más nuevas contienen el modelo para producir antígenos en lugar del antígeno en sí, como por ejemplo las candidatas de Moderna y Pfizer. Independientemente de si la vacuna está compuesta por el antígeno en sí o por el modelo para que el cuerpo produzca el antígeno y de acuerdo a la OMS, “esta versión debilitada no causará la enfermedad en la persona que recibe la vacuna, pero hará que su sistema inmunológico responda tanto como sea posible, tendría su primera reacción al patógeno real”.
Algunas requieren múltiples dosis, administradas con semanas o meses de diferencia. A veces, esto es necesario para permitir la producción de anticuerpos de larga duración y el desarrollo de células de memoria. De esta manera, el cuerpo está capacitado para combatir el organismo específico que causa la enfermedad, acumulando memoria del patógeno para combatirlo rápidamente si se expone en el futuro.
La inmunidad de rebaño
Cuando alguien se vacuna, es muy probable que esté protegido contra la enfermedad. Pero no todo el mundo puede vacunarse. Es posible que las personas con problemas de salud subyacentes que debiliten su sistema inmunológico, como cáncer o VIH, o que tengan alergias graves a algunos componentes de la vacuna, no puedan vacunarse con ciertas vacunas. Estas personas aún pueden estar protegidas si viven en y entre otras personas que están vacunadas. Cuando se vacuna a muchas personas en una comunidad, el patógeno tiene dificultades para circular porque la mayoría de las personas que encuentra son inmunes. Por lo tanto, cuanto más se vacunen los demás, es menos probable que las personas que no pueden protegerse con las vacunas corran el riesgo de estar expuestas a los patógenos dañinos. Este fenómeno se conoce como inmunidad colectiva.
Esto es especialmente importante para aquellas personas que no solo no pueden vacunarse, sino que pueden ser más susceptibles a las enfermedades contra las que nos vacunamos. Ninguna vacuna ofrece una protección del 100% y la inmunidad colectiva no ofrece una protección total a quienes no pueden vacunarse de forma segura. Pero con la inmunidad colectiva, estas personas tendrán una protección sustancial, gracias a que quienes los rodean están vacunados.
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