La enigmática “pandemia de los durmientes” podría dar pistas sobre las secuelas de COVID-19 en la salud mental

Es la encefalitis letárgica que fue popularizada por la película “Despertares”. Se trató de la primera pandemia psiquiátrica de la historia que habría afectado a un millón de personas entre 1917 y 1933 y sus efectos se prolongaron durante décadas. Ahora, historiadores de la medicina, neurólogos y psiquiatras proponen volver a examinarla a la luz del nuevo coronavirus

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Imagen histórica relacionada a los
Imagen histórica relacionada a los efectos de la encefalitis letárgica.

A la sombra de la pandemia de influenza de 1918-1919, que afectó a un tercio de la población del planeta y mató a 50 millones de personas, se desarrolló otra pandemia devastadora: la encefalitis letárgica, que habría matado a un millón de personas entre 1917 y comienzos de la década de 1930. Nunca se supo la causa, que todavía hoy sigue siendo un misterio. Los sobrevivientes podían quedar aletargados, temblando, rígidos y desvariados a lo largo de décadas.

Alrededor de un siglo después, un puñado de historiadores de la medicina, neurólogos y psiquiatras proponen revisitar esa pandemia olvidada y extraer lecciones que podrían aplicarse al diagnóstico y tratamiento de eventuales secuelas de COVID-19 sobre la salud mental.

“La historia de la encefalitis letárgica nos alerta de que hay ciertos síntomas que habría que buscar en pacientes recuperados de COVID-19 y que de otra forma pasarían inadvertidos. Si no buscas algo, no lo vas a ver”, dice a Infobae Edward Shorter, profesor de historia de la medicina y de psiquiatría en la Universidad de Toronto, Canadá.

Shorter, quien se doctoró en historia social moderna en la Universidad de Harvard y escribió dos decenas de libros, incluyendo Historia de la psiquiatría: desde la época del manicomio a la era de la fluoxetina (1998), sostiene que la encefalitis letárgica fue la primera pandemia psiquiátrica de la historia. “Nunca hubo otra antes que tuviera el cerebro como órgano blanco”, explica.

Robin Williams y Robert De
Robin Williams y Robert De Niro en la película "Despertares" (Photo by Moviestore/Shutterstock)

La enfermedad fue descrita y bautizada en 1917 por el barón Constantin von Economo, médico de la Clínica de Psiquiatría y Enfermedades Nerviosas de la Universidad de Viena, Austria, y precursor de la aeronavegación, después de observar algunos pacientes con cefalea y otros síntomas gripales inespecíficos que luego presentaban agitación, somnolencia y trastornos oculares.

Dos años después, la epidemia ya se había diseminado de Europa a Estados Unidos, Canadá y la India. El pico de casos se produjo en 1924, aunque para 1933 había desaparecido casi por completo de manera tan intrigante como llegó. La página web del Instituto FLENI de Buenos Aires afirma que “hoy se observan casos esporádicos similares con gran rareza”.

La fase aguda solía cursar con malestar, visión doble, fiebre y un fuerte estado de somnolencia, muy parecida al sueño fisiológico. “Entraban en un estado de mínima consciencia y podían estar así semanas hasta que despertaban. Pero muchos (quizás un tercio) seguían igual hasta que morían”, explicó en el diario El País Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología.

Pero, tras el despertar y la aparente curación temporaria, alrededor de dos tercios de los sobrevivientes de la “pandemia de los durmientes” desarrollaban después de semanas o meses efectos residuales que los médicos de la época definían como “calamitosos”, en particular, síntomas de parkinsonismo, psicosis y catatonía. “Una prueba clásica para detectar catatonía consiste en levantar un brazo del paciente… y ver que se queda arriba”, señala Shorter. A menudo abandonados por sus familias, los pacientes podían pasar décadas en esa condición en asilos, hospitales de enfermos crónicos y colonias.

La enfermedad fue descrita y
La enfermedad fue descrita y bautizada en 1917 por el barón Constantin von Economo, médico de la Clínica de Psiquiatría y Enfermedades Nerviosas de la Universidad de Viena, Austria

El neurólogo y escritor Oliver Sacks atendió a fines de la década de 1960 a pacientes con secuelas de la encefalitis letárgica. “No era sólo una inmovilidad física, sino también una inmovilidad mental. Esa suerte de congelamiento de la percepción y de la conciencia probablemente no ocurre de esa manera en ninguna otra enfermedad y es muy difícil de imaginar”, recordó en un artículo que publicó en 2010. En 1973, Sacks publicó su experiencia en el libro Despertares, llevado al cine en 1990, “con el talento literario para crear una historia dramática”, opina Shorter.

Los niños afectados tampoco lo pasaban mejor, aunque, en ese caso, la principal consecuencia eran los cambios de conducta. Los pacientes “esconden detrás de un brillante intelecto la cicatriz de una transformación de carácter producida por una lesión cerebral”, escribió el psiquiatra estadounidense Earl Bond en 1926. Niños y adolescentes, que antes de la encefalitis eran el orgullo de sus padres y maestros, se convertían en rapaces que robaban, golpeaban, violaban y hasta se automutilaban. Uno de ellos se sacó los ojos. Era común que terminaran en reformatorios. Otras veces, su carrera terminaba cuando aparecía el parkinsonismo.

Una tesis escrita en 1932 por un médico de la Universidad de Nebraska, Estados Unidos, reconocía que el tratamiento de la “pos-encefalitis” era decepcionantes. En el caso de los niños, se recomendaba un régimen que los mantuviera ocupados durante todo el día. “Algunos parecen ajustarse mejor en el grupo, pero, cuando se los deja ir de la institución, parecen tener una inmediata recaída”, señalaba.

El enigma de la causa

Desde los comienzos de la enfermedad se especuló que un virus o bacteria podía ser responsable de los casos de encefalitis letárgica, incluyendo el virus de la influenza, pero nunca se lo pudo aislar con métodos de laboratorio de la época y tampoco modernos. Muchos sospechan hoy que el cuadro refleja una posible reacción inmunitaria al microorganismo causal, lo que puede plantear un punto de contacto con la actual pandemia.

“Una de las tesis dominantes para explicar los trastornos neurológicos asociados a COVID-19 es que la respuesta del sistema inmunitario es tal que acaba dañando al cerebro, con la encefalitis letárgica pudo pasar algo similar. La autopsia de los fallecidos mostraba serias lesiones cerebrales, en especial en la sustancia nigra, la zona que concentra las neuronas que generan la dopamina (un neurotransmisor que participa del control de los movimientos). Precisamente, las principales secuelas que tenían los recuperados asemejaban a las manifestaciones típicas de la enfermedad de Parkinson. Solo que aquí eran demasiado jóvenes para tenerlo”, explica a Infobae el neurólogo Lisandro Olmos, director médico del Centro de Rehabilitación Libertador y director de la Diplomatura en Rehabilitación Neurológica de la Fundación Barceló, en Buenos Aires.

Edward Shorter, profesor de historia
Edward Shorter, profesor de historia de la medicina y de psiquiatría en la Universidad de Toronto, Canadá

En un artículo que publicó en enero en la revista Medical Hypothesis, Shorter suscribe que un virus causó esa antigua pandemia. “Muchos neurólogos estarían sorprendidos con la historia. ¿Síntomas de Parkinson causados por un virus? Está completamente fuera de su radar”, dice a Infobae.

En cambio, desde el comienzo de la pandemia de COVID-19 se describieron distintos cuadros neurológicos en pacientes críticos, incluyendo encefalitis. Y un estudio reciente en The Lancet Psychiatry sostiene que, en los seis meses posteriores a la recuperación de la infección aguda por SARS-CoV-2, un tercio de los pacientes es diagnosticado con alguna enfermedad psiquiátrica o neurológica de una lista de 14 en un lapso de seis meses.

En junio de 2020, neurólogos italianos escribieron un breve texto de The Lancet Neurology en el que invitan a tomar ventaja de las enseñanzas de la historia de la encefalitis letárgica y de las nuevas evidencias. Afirman que la posible invasión del cerebro por SARS-CoV-2 a través del bulbo olfatorio recuerda las hipótesis de Von Economo y que “no habría que subestimar” las posibles secuelas neurológicas de COVID-19 en el largo plazo.

En los casos graves, el deterioro cognitivo por COVID-19 podría ser consecuencia también de la pérdida de oxigenación de los tejidos por el compromiso respiratorio, así como el impacto del uso de respiradores y de períodos prolongados de inmovilización y reposo en cama, por lo que habría que empezar la rehabilitación desde la misma terapia intensiva, puntualiza Olmos.

Por supuesto, las repercusiones descritas de COVID-19 en la salud mental son muy distintas a las que producía la encefalitis letárgica. “Nadie detectó nunca Parkinson o catatonía en adultos que enfermaron o trastornos de conducta en los niños. Puede ser que esos síntomas todavía no se hayan desarrollado y lo hagan cuando pase el tiempo, o puede significar que es una clase de infección muy diferente. Pero, por lo menos, convendría estar atentos, sobre todo teniendo en cuenta que hoy existen tratamientos mucho más efectivos de los que existían en la década de 1920”, sostiene Shorter.

Otros expertos coinciden en la observación, aunque también advierten que hay que utilizar una metodología rigurosa para distinguir cualquier patología neurológica o psiquiátrica atribuible a COVID-19 de las que podrían esperarse naturalmente en la población según sus características demográficas. No hace falta general pánico innecesario.

La epidemia del olvido

Fatih Artvinly, profesor de Historia
Fatih Artvinly, profesor de Historia de la Medicina y Ética de la Universidad Acibadem, en Estambul, Turquía

Fatih Artvinly, profesor de Historia de la Medicina y Ética de la Universidad Acibadem, en Estambul, Turquía, quien trabajó como enfermero en hospitales de su país y fue investigador posdoctoral en la Universidad de Harvard, señala que todavía no se sabe si COVID-19 dará lugar a escenas clínicas similares a las de encefalitis letárgica en los próximos años. Espera que no.

“Sin embargo, en comparación con la situación de hace un siglo, podemos aprovechar la evidencia histórica y los hallazgos neuropsiquiátricos de la pandemia actual para saber que se requerirá un seguimiento a largo plazo de los pacientes, incluso después de la recuperación”, escribió en un artículo enviado al Turkish Journal of Psychiatry.

“No es que necesariamente haya una conexión directa entre las dos pandemias, pero debemos estar atentos”, señala Artvinly a Infobae. Y añade que la historia general de la medicina muestra que el siglo XX bien puede ser llamado el siglo del “olvido”, especialmente desde el punto de vista de las epidemias.

“Ya nos olvidamos una vez de lo que pasó en la década de 1920, y el COVID-19 podría conducirnos a otra amnesia histórica en nuestras sociedades”, alerta.

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