“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma”, escribió Jorge Luis Borges en El Tamaño de mi Esperanza (1927).
Juan Hernández Daels y Hernán Corera toman café de una prensa francesa dentro de un amplio departamento en el Palacio Devoto. Los rodean percheros con ropa y, sobre la mesa, un híbrido entre una cartera y una boleadora.
La primera colaboración entre Sadaels, la marca de indumentaria belga-argentina de Hernández Daels, que estudió en la Academia de Amberes y volvió al país en el 2014, y Hernán, director de cine autodidacta, se grabó en ese mismo espacio. Con motivo de su segundo corto, Paraíso, que fue lanzado en la última edición de Paris Fashion Week, se reúnen con Infobae a hablar del vínculo entre el cine y la moda y de cómo buscan llevar lo criollo al mundo.
En un mundo aislado por la pandemia, los fashion films se convirtieron en uno de los pocos medios lo suficientemente poderosos como para llamar la atención de un público aturdido por el exceso de contenido y, en simultáneo, exhibir una nueva colección. Para Juan, “el vínculo entre cine y moda era casi publicidad hasta hace unos años, la magia de trabajar con Corera fue sacar la prenda del foco y crear un mundo, un universo, a través de un guión”.
Balancear lo comercial y lo creativo siempre fue un desafío para las casas de moda pero, para ambos, el trabajo siempre surgió de lo segundo, “creo que a los dos nos une esta inquietud por tratar de rescatar algo argentino dentro de lo que hacemos y a partir de ahí fuimos creando estos universos y encontrando la mejor manera de transmitir la identidad de la marca”, recuerda Corera.
Tampoco es sencilla la colaboración artística; atenta directamente contra el ego del creador y requiere de una sincronía que, como en cualquier relación humana, puede ser elusiva. Para ambos la evolución entre Un Amor Verdadero, su primer corto en conjunto, y Paraíso fue muy evidente: “En la primera colaboración había una distancia que era una marcada de territorio y también tuvimos que adaptar adaptar una colección que lo teníamos a una historia, ya para el segundo empezamos de cero a trabajar el guión en función de lo que estoy haciendo”, dice Hernández Daels. Para Corera, inicialmente el desafío estuvo en adaptarse al universo de la moda y en encontrar los puntos en común con el diseñador, en cambio, para Paraíso el objetivo estuvo en ”trabajar más el concepto de la moda, que no sea tan hermética, y tener un poquito de humor, que no sea algo tan oscuro”.
A nivel creativo, el lugar de encuentro se ubica en el realismo mágico criollo, en la riqueza del folklore local. Tanto desde lo estético como desde lo simbólico, su trabajo busca condensar el inconsciente colectivo argentino de una manera poderosa y sin caer en lo común. Al mencionar este concepto, Corera recuerda a Borges: “Lo que hizo en la literatura fue justamente eso, encontrar la arquitectura criolla y llevarla a lo universal. Nuestro trabajo, si bien es incomparable, está en poder traer lo universal de lo criollo y contarlo desde algo no literal”.
Parte de este relato se refleja en los elementos del corto filmado en Pardo, un pueblo de la provincia de Buenos Aires que era frecuentado por Bioy Casares y Silvina Ocampo, en el que están presentes Fabián Serna, el campeón nacional de malambo, y María Elena Walsh, a través de versos cantados hacia el final del film por Virginia Correa Dupuy y Vida Spinetta. Sentadas debajo de un árbol, acompañadas por un laúd y con la llanura pampeana de fondo, nos despiden al sumergirse en un mundo onírico, lejano y tan propio como el recuerdo que nace del suelo, de lo ancestral.
El cine y la moda tienen el poder de sacar a la luz prácticas olvidadas, tesoros escondidos, manifestaciones postergadas de argentinidad. El misticismo del malambo, de los íconos criollos, las bochas, lo campestre, elementos cargados de sentido y privados de novedad. Para Juan y Hernán sus disciplinas, además de crear universos ideales y mundos posibles, tienen un deber con lo propio, un compromiso con iluminar y renovar desde una impronta federal, aquellos rincones que, por descuido o por omisión, han quedado alejados de la concepción de cultura nacional. Es un discurso que, para el diseñador, “nace desde el estar afuera, de darse cuenta de que lo valioso que tiene Argentina es lo argentino” y que encuentra en la relectura del criollismo universal borgiano una herramienta, un espejo, para crear una nueva identidad local.
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