El tango, como mucho de lo argentino, es víctima de la obviedad. Poco deja entrever esa popular imagen trillada y banal, de las pasiones de sus letras, de la riqueza de su ritmo. Congelado en esa mirada como un campo minado de lugares comunes y olvidado su viejo carácter transgresor, a veces pareciera ser que el tango quedó reducido a un recuerdo, vacío de vida y sin poder creador.
En un intento por desdibujar esta imagen y quebrar la dicotomía eterna del género, la tensión entre lo femenino y lo masculino, Love is like a Dance, un editorial fotografiado por Attila Kenyeres y Fee-Gloria Groenemeyer para Vogue Italia, relata la historia del romance de dos hombres que bailan un tango. A través de una apropiación de los ámbitos propios de la heteronormatividad, se da lugar a relatos diversos, nuevos para muchos, que difuminan nuestra concepción del amor, la sensualidad y la masculinidad.
Como en una versión glam, ultra estilizada y de alta moda de la historia de amor homosexual de Happy Together, el film que el director chino Wong Kar-Wai filmó en el barrio de La Boca y en el histórico Bar Sur de San Telmo con el tango como protagonista, este amor queer en el que el género se funde y se entrevera construye una atmósfera nostálgica y crepuscular en la que Francisco Crende, un modelo argentino basado en Berlín, ilustra esta lucha entre la técnica y la fluidez de la danza a través del encuentro y el desencuentro de dos cuerpos que bailan.
Si bien hoy es considerado un clásico de la tradición, por su naturaleza misma el tango brinda una herramienta ideal para las nuevas interpretaciones. Nacido a fines del siglo XIX en los barrios populares de Buenos Aires y Montevideo, este surge de una mezcla de influencias culturales consecuencia de las oleadas inmigratorias y se instaura como una práctica cultural vulgar y baja, inicialmente condenada por los sectores más conservadores de la sociedad. En este sentido, antisistema por definición, el tango encuentra un refugio en aquellos espacios que el discurso dominante no puede explicar.
Es justamente en los ámbitos donde las costumbres chocan que nacen formas verdaderamente innovadoras.
En diálogo con Infobae, Francisco Crende nos revela que la producción fue el resultado de un encuentro fortuito: “Surgió porque organizo cenas performáticas con una amiga artista y, en una de ellas, decidí poner tango. Una de las invitadas era Veronika Dorosheva, una estilista rusa que me contactó y me propuso hacer una sesión de fotos a partir del concepto de la música”.
Fue la confluencia de culturas e identidades diversas, típicas de ciudades cosmopolitas como Berlín, la que hizo de este editorial una realidad. En su cuenta de Instagram, Veronika explica que la construcción de los personajes a través del vestuario tenía el objetivo de sacar a relucir las cualidades expresivas de los protagonistas y, a la vez, lograr borrar, de alguna manera, la rigidez de esa imagen tradicional y anticuada en la que el género ha quedado atrapado.
Estas manifestaciones reflejan una nueva forma de pensar lo autóctono, llevándolo de una clave local a una global. Desde el tango hasta lo gauchesco, de la tradición de los pueblos originarios al folklore nacional, es posible hacer una nueva lectura de la historia argentina y, por qué no, latinoamericana que logre posicionarnos en el plano de lo universal. Un mensaje optimista y desafiante a la vez, que nos interpela en lo más hondo de nuestra argentinidad: ¿por qué será que Astor Piazzolla fue más aceptado en París que en Buenos Aires, en dónde las radios se negaban pasaban sus canciones? ¿por qué decidieron Borges y Cortázar no retornar al país? Quizá desde lejos mirar lo propio con nuevos ojos sea más sencillo, y por eso cantaba Gardel: “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habra más penas ni olvido”.
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