“La monogamia no es una práctica: es un sistema, una forma de pensamiento. El sistema monógamo no organiza una forma de supervivencia colectiva, sino que quiere que nos reproduzcamos de manera identitaria y excluyente, con nombres y apellidos, con linaje, con marcas de nacimiento. Es reproducir nuestra casta y ponerle nuestra marca, el copyright, la denominación de origen, el código de barras, para saber exactamente a quién pertenece, adónde, y qué pertenece a quién”.
Brigitte Vasallo no va con rodeos. La escritora, activista LGBTQI y feminista española - “feminista” entre comillas, como manifiesta la solapa de su libro- es la autora de El desafío poliamoroso. Por una nueva política de los afectos (Paidós), editado en España bajo el título de Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. Conocida especialmente por su crítica de la islamofobia de género, en este nuevo texto ensayístico no sólo propone una exploración acerca de las posibilidades y dificultades planteadas por el ejercicio del poliamor, sino que se sumerge en una crítica exhaustiva de la monogamia.
“No estoy en contra de la monogamia”, aclara Brigitte Vasallo al comienzo de su entrevista con Infobae. “Lo que he hecho es analizarla en tanto que sistema, que es algo que no se había hecho aún, para que seamos más libres en nuestras decisiones, sean las que sean”.
Según Vasallo, el problema del sistema monógamo, como el de cualquier sistema, no es su práctica concreta, sino su obligatoriedad, “la desaparición de cualquier otra posibilidad de existencia”.
Explica que, a partir de productos culturales como lo publicitario o el arte, la monogamia es, en la actualidad, sinónimo de amor (de una forma de amor romántica y sexualizada “auténtica”) y sinónimo de pareja. Lo que llamamos monogamia es, según la autora, el marco invisible en el que se juega la partida del amor, el tablero. Tanto así que ni se nombra: viene dado de manera incuestionada.
-¿Por qué dice que el sistema monogámico crea una estructura jerárquica?
-El sistema es una forma de organización social a través de los vínculos que pone en la cumbre a la pareja reproductora, seguida de la familia sanguínea, y en ocasiones poco más. La consanguinidad determina quién pertenece “de verdad” al núcleo y genera un nosotres automáticamente confrontado a los otros núcleos. Fijaos en el mito de Romeo y Julieta, dos familias enfrentadas y ese amor romántico por medio que acaba en desgracia. Esto es lo que hace el sistema, que surge de Europa con el nacimiento del capitalismo y se impone en los territorios colonizados arrasando con cualquier otra forma de organización social y se perpetúa a través de las grandes estructuras del capital, como son la academia o las artes museizadas, las pretendidas “grandes artes”.
-¿Qué piensa del amor romántico?
-El amor romántico, que no debemos confundir ni con el amor detallista ni con una sensación ficticia de amor, es el mecanismo contemporáneo del sistema monógamo. La romantización del amor no lo hace menos amor, pero hace que lo creamos más determinista, central, constituyente de nuestra subjetividad y mítico.
Dicho esto, el auténtico engranaje del sistema monógamo no pertenece al campo de lo simbólico, sino de lo material. El sistema se afianza haciendo que la vida, literalmente, sea imposible fuera de su mandato. Y eso incluye perseguir formas de vida no-reguladas, a través de las leyes o a través de una idea perversa de lo que es la civilización y lo que es el “atraso”, a través de políticas económicas de pauperización que nos ponen al límite del terror y nos dificultan las alianzas entre las bases más allá de lo sanguíneo, a través de los regímenes de fronteras que dibujan nuestra existencia en función de la existencia del enemigo, etc.
Vasallo afirma que como ejes vertebradores de la monogamia están la romantización del vínculo, el compromiso sexual, la exclusividad de ambos y el futuro reproductivo. A estos ejes -a los que se les van sumando excepciones- la escritora los va desarmando uno a uno. La exclusividad, por ejemplo: “Los bailes de cifras y estadísticas, aunque muy dispares entre sí, raras veces bajan de un 30% de infidelidad en parejas casadas. Un 30% que entiende la infidelidad solamente en términos de relación sexual con penetración”.
-¿Por qué, si hay tanta infidelidad, ponemos semejante importancia en la exclusividad?
-Es interesante que al analizar la monogamia como sistema nos damos cuenta, precisamente, que la exclusividad sexual no es la causa, sino la consecuencia. Tal y como yo lo defino, no se trata de cuántas parejas tienes, sino de cómo ese núcleo, que es un núcleo pensado para la reproducción, es el centro obligatorio de la sociedad, y cómo define esa obligatoriedad qué cuerpos y qué vidas son deseables para la sociedad. Porque al tiempo que es obligatorio, es un núcleo prohibido para algunas personas, y pongo como ejemplo las parejas transnacionales, que reciben vigilancia por parte del Estado, o las personas con diagnósticos de salud mental, por poner dos ejemplos. Cuando tantas cuestiones, también materiales y administrativas, dependen del vínculo de pareja, y lo que marca la diferencia entre ese vínculo y los demás es una sexualización (romántica) es lógico que pidamos exclusividad.
-¿Todo este sistema es más perjudicial para las mujeres?
-No soy muy entusiasta de las comparativas: los sistemas nos atraviesan a todas las personas de modo distinto según muchos factores, de los cuales el género es uno de ellos. No sé cuál puede ser la expectativa en América sobre mí como feminista, pero en cualquier caso no soy una feminista del género, sino a través del género. Lo que sí afirmo es que el centro de mi trabajo somos las mujeres de toda condición y las violencias que nos atraviesan. Pero el sistema monógamo lleva inscrito un montón de cosas irreducibles a una categoría sola, como son la homofobia, transfobia, bifobia, racismo, capacitismo, entre otras muchas, que no son ajenas al género pero que no pueden reducirse a ello.
Para la activista, desmontar la monogamia es desmontar el sistema piramidal. No sirve reclamar una cumbre más ancha para los amores, dice con respecto al poliamor, porque mientras haya pirámide, el resultado es monógamo. Con dos, cinco o veinte personas involucradas. Muchos se lanzan a una nueva relación con los mismos parámetros. “Este es el imaginario que hereda el poliamor y otras formas de no monogamia. El imaginario es tan potente, que no alcanzamos ni a plantearnos que lo disfuncional es el sistema y no nosotras, así que construimos infinitamente según el mismo paradigma”.
La ética de la justicia en las relaciones se suele pensar en términos de simetría en el poliamor: “Si ofreces x recibes x, y toda la red debe recibir ese mismo x, siendo x una variable que puede significarse en tiempo o en cuestiones simbólicas como compartir según qué espacios o como el grado de visibilidad pública de una relación. Esta simetría, además, debe existir desde el primer momento, algo que sería insostenible en cualquier otro supuesto que no fuese una relación poliamorosa. Los vínculos tienen su proceso y se van construyendo de manera paulatina”.
“Si en las relaciones múltiples hay esta exigencia de simetría casi inmediata es por el marco competitivo del pensamiento monógamo”, escribe, “a través del cual una relación se edifica sobre la base de la competición con las otras relaciones establecidas, a ver quién consigue más. La simetría inmediata acostumbra a referirse a todo aquello que otorga estatus en términos monógamos: visibilidad, tiempo, pero pocas veces a la crianza compartida o al cuidado de los mayores, por poner un par de ejemplos”.
Así, la autora habla de “la ética del cuidado”, que propone una perspectiva distinta al dar y tomar y más allá de la simetría de la deuda, tiene en cuenta las necesidades de cada uno en su momento y en su contexto. En relaciones no monógamas estas necesidades incluyen a toda la red afectiva: las necesidades de cada una de las integrantes y las necesidades del conjunto.
“Dicho así parece un ejercicio muy complicado, pero esa fantasía de poder vivir eternamente ensimismada en los propios deseos no es más que un sueño neoliberal sin realidad alguna: estamos y vivimos en red. La ética del cuidado propone tenerlo en cuenta y hacernos responsables de ello. La horizontalidad que deseamos para nuestras relaciones necesita construirse desde otros espacios que no sean confrontacionales”.
En diálogo con Infobae, Vasallo resalta que a lo que ella le interesa es “cómo las prácticas de descentralizar ese núcleo pueden tener un impacto en nuestra forma de relacionarnos comunitariamente, en nuestra forma de entender el apoyo mutuo, en nuestra forma de entender los desafectos, la crianza, el sustento ante las crisis más allá del nosotros constituido por una afectividad positiva hacia alguien”.
También reserva un espacio para indagar en lo que denomina como “la islamofobia poliamorosa”, un tema que genera polarización inmediata en las conferencias que dicta en entornos poliamorosos.
“Durante años, y creo que hemos conseguido bajarle la intensidad a eso, la mayoría de grupos poliamorosos ha hecho mucho hincapié en diferenciarse de la poligamia”, cuenta a este medio. “Eso, dependiendo del contexto, apuntaba a comunidades musulmanas o mormonas, básicamente. El argumento es que el poliamor es igualitario y la poligamia solo está permitida a los hombres. Es una lógica interesante que he definido refiriéndome a otras cuestiones en tanto que purplewashing -el lavado de cara violeta, en la cual se utiliza una dialéctica feminista para señalar a ‘los otros’ como machistas y de paso dejar implícito que nosotros, en tanto que antagonistas, no lo somos, y puntualizo que uso aquí el masculino intencional-. En una situación global de islamofobia recrudecida a partir de la invasión de Iraq, el gesto me parece especialmente perverso”.
“Pero por si fuera poco, el poliamor no es igualitario de por sí, ni lo puede ‘hacer todo el mundo por igual’ como si fuese una clase de aeróbic para principiantes”, afirma. “La penalización social a cualquier comportamiento distinto por parte de los grupos subalternizados es muy alta. En el Estado español, por poneros un ejemplo, las campañas para acabar con la lesbofobia llevan el slogan ‘Love is love’. Es decir, que para que dejen de apalearnos tenemos que adecuarnos a las normas imperantes de lo que es el amor… y portarnos bien”.
Que el sistema funcione así y quiera imponernos esta lógica no quiere decir que la realidad sea enteramente así, ni de manera plana, reflexiona: “El sistema cae sobre un sustrato, y tenemos que ser cuidadosas con el análisis para no repetir las lógicas sistémicas. Igual que con la islamofobia poliamorosa, en lugar de acercarnos a comunidades con prácticas distintas y aprender de ellas, nos dedicamos a entrar en competición, algo muy de pensamiento monógamo, por cierto. Y eso me parece una parte importante del desastre que vivimos”.
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