Las secuelas del COVID-19: cómo es la vida sin olfato

El olfato es un sentido que no se puede controlar: los olores están siempre presentes en el medio ambiente interno o externo, a diferencia de una imagen o de un sonido

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Cómo es la vida sin
Cómo es la vida sin olfato (Shutterstock)

Los olores son un conjunto de elementos que forman una estructura, un compuesto que emitimos y percibimos desde el exterior. No podemos evitar oler, la única manera de evitarlo es tapándonos la nariz y la boca. De esa manera, no ingresa el aire ni las moléculas químicas llamadas sustancias odoríferas.

El ser humano se valió del olfato desde que hay vida en la tierra, hace casi cuatro mil millones. Se trata del sentido más primitivo. Pero, al ponernos de pie, la nariz se alejó del suelo, se amplió el horizonte y es en ese momento cuando comienzan a adquirir mayor protagonismo la vista y la audición.

La reacción sensorial de oler es inmediata y nos causa placer o desagrado, pocas veces nos resulta indiferente. Esto ocurre porque, a lo largo de la evolución, los seres humanos aprendimos a relacionar los olores a sensaciones de atracción (las flores, el ser amado, los perfumes), sensaciones de miedo e inseguridad (por ejemplo, frente al humo) o sensaciones de rechazo (por alimentos en mal estado).

Las personas que no huelen sienten olor a nada y, como consecuencia, desconocen este maravilloso mundo. Quienes están privados del sentido del olfato no solo se encuentran en un mundo inodoro, sino que también les resulta insípido, porque tienen afectado el sabor, el cual que está dado en su 80 % por el olfato.

El olfato es el sentido
El olfato es el sentido más primitivo (Shutterstock.com)

Esta abolición del sentido del olfato genera consecuencias relacionadas con la gastronomía, porque se entorpece el deleite de un buen plato o de un buen vino, o pueden producirse intoxicaciones (no se huele la comida en mal estado) o desnutrición porque se deja de comer. El peligro de accidentes aumenta de manera notable: no pueden detectar un escape de gas o si se está quemando algo.

En el aspecto profesional, les están vedadas las carreras relacionadas con la cata de vino, yerba, té y otras sustancias. No pueden distinguir los perfumes y aromas, y les da lo mismo estar en un ambiente confortable que en un basural. Esto lleva a problemas con la higiene ambiental y personal.

Las personas sin olfato ven afectada su psiquis, las relaciones interpersonales y las relaciones íntimas. Muchas sufren cuadros de depresión y frustración.

A menudo son incomprendidas: el olfato siempre ha sido relegado. Una prueba de ello es que existen palabras despectivas para nombrar a los no videntes (ciegos) y a los hipoacúsicos (sordos). Ni siquiera existe una palabra inadecuada para quienes no tienen el sentido del olfato. Se aprecia, entonces, que el olfato es un sentido poderoso, complejo, importante e impactante, además de necesario en la vida diaria.

El olfato y el coronavirus

Hasta 2019, la Organización Mundial
Hasta 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calculaba que el 5% de la población mundial era anósmica (Europa Press)

Oler aporta un conjunto de sensaciones, emociones, placeres que redundan en un estado de bienestar. En la actualidad, el coronavirus se apoderó de este sentido: hasta 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calculaba que el 5% de la población mundial era anósmica. Con la pandemia por el SARS-CoV-2, este número aumentó sobremanera.

Lo primero que se preguntan los pacientes es si la falta de olfato tiene tratamiento, si regresará y recuperará este sentido. La buena noticia es que tiene tratamiento: el olfato se puede volver a entrenar y suele recuperarse luego de días o unas pocas semanas.

El coronavirus causa la pérdida abrupta y súbita del sentido del olfato. Hay tres hipótesis para comprender los mecanismos por los cuales se produce esta alteración:

1) El ingreso del virus causa una lesión en el receptor de la célula principal u olfatoria.

2) La célula sustentacular, que está próxima la célula principal, tiene receptores para ACE2. Estos son “anfitriones” del coronavirus, que tienen sensores y avisan sobre la llegada del ARN viral. Se dispara el interferón y así comienza el proceso inflamatorio: se activan las citocinas (la llamada “tormenta de citocinas”) y la inflamación pasa a las células principales, que se renuevan cada 45-60 días. El tercer tipo de células en el epitelio olfatorio son las células basales. Estas son células madre que crecen y reemplazan a las células principales. En este proceso, se mezclan las terminaciones nerviosas de unas y otras y, de esta manera, las señales que viajan por sus vías se confunden y la información llega de manera errática a los principales centros del olfato: así aparecen las alteraciones del olfato.

3) La tercera hipótesis plantea que el ingreso del coronavirus desencadena en las células madre una respuesta exagerada del sistema inmunológico, que causa la muerte de estas células (llamada “apoptosis”).

¿Cuáles son las alteraciones del olfato?

La parosmia, es la alteración
La parosmia, es la alteración de los olores en su percepción. El olfato aporta 80% del sabor (Shutterstock)

Las alteraciones del olfato pueden ser cualitativas (afectan la calidad de los olores) y cuantitativas (afectan la cantidad). Las disomnias son alteraciones cualitativas del olfato. Entre ellas, se encuentra la parosmia, que es la alteración de los olores en su percepción. Por ejemplo, al beber café, se percibe otro olor, generalmente desagradable. Si se tiene en cuenta que el olfato aporta 80% del sabor, es lógico que este también se encuentre alterado.

Las fantosmias también son alteraciones en la percepción de la calidad del olor. Es la presencia de un olor ante un estímulo irreal. Es común que el paciente diga “me baño rápido porque siento que el agua tiene olor a podrido”. Otras fantosmias ocurren con olores agradables: la evocación de un olor relacionado con un evento afectivo (“huelo a jazmín me hace recordar a mi madre, que ya no está”) puede llevar a cuadros de depresión. Estas fantosmias son periféricas. Existen también fantosmias centrales, que son las que acompañan a enfermedades neurológicas. Por ejemplo, pueden aparecer como “auras odoríferas” y preceden a cuadros de migraña o de epilepsia.

Entre las alteraciones cuantitativas se encuentran la anosmia (falta absoluta de olfato), la hiposmia (disminución del olfato) y la hipersomnia (exacerbación del sentido del olfato). Las anosmias postvirales (luego de resfríos, gripes y catarros) son muy frecuentes: hay más de 200 virus que pueden lesionar la célula olfatoria del epitelio olfatorio. Las anosmias propiamente dichas pueden aparecer ante la presencia de traumatismos de cráneo y de tumores como los meningiomas o tumores del epitelio olfatorio, como el estesioneuroblatoma.

El ingreso del coronavirus desencadena
El ingreso del coronavirus desencadena en las células madre una respuesta exagerada del sistema inmunológico (Shutterstock)

Las hiposmias pueden ser leves, moderadas o graves. Aparecen en presencia de enfermedades alérgicas (rinitis, sinusitis crónicas), enfermedades metabólicas (diabetes, hipotiroidismo), con algunos fármacos (quimioterápicos) y en personas con ocupaciones en las que se usan sustancias tóxicas, como odontología, bioquímica, destilerías, pinturerías y peluquerías, entre otras. La hipersomia se ve sobre todo en mujeres embarazadas, y es secundaria a las alteraciones hormonales. Es muy frecuente, sobre todo en las primeras etapas de la gestación y suele ir acompañada de náuseas y vómitos.

El olfato es un sentido maravilloso importante e impactante. En estos tiempos de pandemia, nos toca aprender estos términos raros y complejos y saber que es posible recuperar el olfato normal con tratamiento y entrenamiento.

* Stella M. Cuevas, médica otorrinolaringóloga (MN 81701). Especialista en olfato y alergista. Ex presidente de la Asociación de Otorrinolaringología de la Ciudad de Buenos Aires (AOCBA)

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