Más de mil millones de personas -una sexta parte de la población mundial- sufren al menos una de las enfermedades desatendidas u olvidadas, que se concentran sobre todo en África y América Latina, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Más del 70% de los países y territorios afectados por estas enfermedades tienen economías de ingresos bajos o medios-bajos.
En este contexto, cada 30 de enero se conmemora el Día Mundial de las Enfermedades Tropicales Desatendidas con el objetivo de crear conciencia sobre este grupo de padecimientos. Las enfermedades desatendidas son un conjunto de enfermedades infecciosas, muchas de ellas parasitarias, que afectan a las poblaciones que viven en condiciones socioeconómicas de pobreza y que tienen problemas de acceso a los servicios de salud.
“Las enfermedades desatendidas afectan a 1.600 millones de personas, son enfermedades curables y más aún evitables. No hacerlo expone a estas poblaciones a aumentar su oportunidad de desarrollo. Lo más distante que podemos imaginar de cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible. En el contexto de la pandemia de COVID-19 que estamos viviendo, con el colapso del sistema de salud en el mundo, donde se incrementa la dificultad de atención de las enfermedades normalmente más atendidas, imaginemos el riesgo en que se encuentran entonces las personas afectadas por enfermedades desatendidas”, explicó a Infobae la doctora Silvia Gold, presidenta de la Fundación Mundo Sano.
Según establece la OMS, la mayoría son enfermedades parasitarias transmitidas por insectos, como mosquitos, simúlidos, flebótomos, la mosca tsetsé, la vinchuca y las llamadas moscas de suciedad. Otras se propagan por el agua contaminada y el suelo infestado por huevos de gusanos.
Lo cierto es que estas enfermedades predominan en climas tropicales y húmedos, son crónicas y tienen efectos perdurables en la salud de las personas. En su mayoría, reciben poca atención y se ven postergadas en las prioridades de políticas de salud pública, sumado a la inexistencia de estadísticas fiables que también han dificultado los esfuerzos por darlas a conocer. La desatención también se produce en el nivel de la investigación y el desarrollo.
De este modo, los ciclos de transmisión se perpetúan por efecto de la contaminación ambiental, y esta se ve perpetuada a su vez por las malas condiciones de vida y de higiene. Por este motivo, trabajar cada día más para hacerle frente a las enfermedades desatendidas, por numerosas razones. Esa fue la propuesta que llevan adelante numerosos científicos, funcionarios, profesionales y técnicos nacionales e internacionales todos los años desde 1997.
Entre esas enfermedades, la OMS destaca: el dengue, la rabia, el tracoma causante de ceguera, la úlcera de Buruli, las treponematosis endémicas (pian), la lepra (enfermedad de Hansen), la enfermedad de Chagas, la tripanosomiasis africana humana (enfermedad del sueño), la leishmaniasis, la cisticercosis, la dracunculosis (enfermedad del gusano de Guinea), la equinococosis, las infecciones por trematodos transmitidas por los alimentos, la filariasis linfática, la oncocercosis (ceguera de los ríos), la esquistosomiasis (bilharziasis) y las helmintiasis transmitidas por el suelo (gusanos intestinales).
“El rol de la Organización Mundial de la Salud en este contexto es esencial y su hoja de ruta para la próxima década se encuadra en el fortalecimiento del sistema de salud y en la colaboración. Nos alegra como Fundación haber trabajado siempre alineados con las políticas marcadas por la OMS y contribuyendo como socios”, apuntó Gold.
Según la Organización Panamericana de la Salud, la prevención y el control de estas enfermedades relacionadas con la pobreza requiere un abordaje integrado, con acciones multisectoriales, iniciativas combinadas e intervenciones costo efectivas para reducir el impacto negativo sobre la salud y el bienestar social y económico de los pueblos de las Américas.
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