“El optimismo no es esa mirada ingenua y buenista que algunos le achacan”, afirma y reafirma Elsa Punset, a la vez que remata que se trata, en cambio, de una actitud activa, resolutiva, más necesaria que nunca en tiempos de crisis. “‘El optimismo no me paga el alquiler’, escucho a veces. Pero el pesimismo tampoco. Y en cambio, donde el pesimista se queja y se resigna, el optimista en cambio busca soluciones, resuelve, propone. Por eso los optimistas no solo contagian aliento y fuerza a quienes están a su alrededor, sino que además consiguen beneficios para todos. Necesitamos una epidemia de optimismo”.
Punset, divulgadora y filósofa española, nació en Londres y repartió su crianza en lugares tan dispares como Haití, Estados Unidos y España. Se licenció en Filosofía y Letras, y es máster en Humanidades por la Universidad de Oxford, entre otros títulos en su haber. Hoy es una de las principales referentes en el mundo de habla hispana sobre inteligencia emocional como herramienta para el optimismo inteligente, y es directora de contenidos en el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional.
En su más reciente libro, Fuertes, libres y nómadas. Propuestas para vivir en tiempos extraordinarios (Destino), Punset plantea de manera práctica qué hacer para formar parte del cambio, gestionar la ansiedad y reinventarnos con el mundo que viene post pandemia.
“Aunque pueda dar miedo enfrentarse a tanta incertidumbre, vivimos en una época única”, asegura en diálogo con Infobae. “Si le preguntas a cualquier persona ‘¿en qué época te hubiese gustado nacer?’, la respuesta casi universal sería ahora, en el siglo XXI. Vivimos en una época comparativamente privilegiada; vivimos en tiempos extraordinarios”.
-¿De qué manera la pandemia, a pesar de la distancia social, logró acercarnos con los otros?
-Durante esta pandemia hablamos de mantener una “distancia social” con los demás, pero en realidad lo que mantenemos es una distancia física que no ha logrado distanciarnos en lo emocional, sino que, al contrario, en muchos casos nos está acercando.
Creo que la convivencia intensa con nuestros hijos y familiares, y ese tiempo “perdido” para pensar y sentir y agradecer la vida que nos rodea, ha sido una pequeña revelación para muchos de nosotros. Nos hemos dado cuenta de que no necesitamos tantas cosas como creíamos.
-¿Y con nosotros mismos?
-Efectivamente, la pandemia supone una oportunidad colectiva, pero también individual, de replantearnos cómo vivimos y qué mundo queremos dejar a nuestros hijos. He querido llenar las páginas de mi libro de formas concretas que nos ayudan a no traicionar ese espíritu de utopía y optimismo que, al fin y al cabo, es el único que cambia el mundo a mejor. Afortunadamente, aunque lo tengamos un poco dormido, todos lo llevamos dentro.
-Parece difícil hacer planes a futuro, ¿verdad? Cuesta proyectar o hacer cambios que uno necesita, como cambiar de trabajo, de rumbo...
-¡Cierto!... pero esta crisis nos está invitando a cuestionar muchos hábitos y formas de vida, individual y colectivamente. De hecho, más que a una pandemia, nos enfrentamos a una sindemia, es decir a varias pandemias que no se van a solucionar solo con una vacuna. Tendremos que reconsiderar cómo educamos, dónde vivimos, qué valores sociales priorizamos, qué políticos nos representan, qué urbanismo aplicamos, cómo trabajamos, cómo nos alimentamos, cómo nos relacionamos con la naturaleza… Por ello nos estamos replanteando, a nivel individual y colectivo, qué mundo queremos, con qué valores y prioridades queremos vivir.
Esta crisis requiere un enfoque amplio, propuestas, reflexiones, decisiones valientes… y una sociedad esperanzada y activa.
-Se dice en general que no hay que tomar decisiones en épocas de crisis, pero usted remarca estas épocas como oportunidades únicas para hacerlo. ¿Por qué?
-¿Cómo podemos transformar el miedo en palanca de cambio? Pues decía Leonard Cohen que “todo tiene una grieta- así es como entra la luz”. La felicidad es un concepto complejo. No es solo placer y comodidad. A veces, la felicidad está en sentir que estás haciendo todo lo que puedes por salir adelante, por proteger a tu comunidad y por aportar propuestas constructivas para que el mundo mejore. Y los expertos nos dicen que la mejor forma de superar un reto difícil es aprender algo de ello- que la experiencia no haya sido en vano. Dejarse transformar por las experiencias puede ser una forma inesperada de extraer un valor de las circunstancias adversas.
-¿Cómo imagina que será el mundo luego de la pandemia?
-Las personas, como las sociedades, se articulan en base a una serie de valores y prioridades. Tenemos ahora una oportunidad única para replantearnos los valores que articulan nuestra sociedad. ¿Se impondrán nuestras tendencias codiciosas y miedosas, o prevalecerá la justicia y la empatía? Ambas coexisten en nuestra especie. Es una elección consciente, individual y colectiva. La lucha más difícil es contra la indiferencia, la codicia, el cinismo o la resignación- las actitudes que se niegan a tener esperanza y a ponerse manos a la obra. Pero si millones de personas luchamos por formar parte de un mundo valiente, verde, tecnológico, conectado- es decir, humano en el mejor sentido- ese mundo emergerá poco a poco.
Vamos a una forma fluida de vivir, sin tribalismos ni fronteras, ni físicas ni mentales. Los nómadas del siglo XXI viajan ligeros, mental y físicamente. El sexo, la edad, la cultura o lugar de nacimiento, el género y la etnia dejarán de importar y dividirnos.
-En el libro usted dice que con el exceso de preocupación, uno tiende a paralizarse y a generar un patrón de pensamientos negativos. ¿Cómo podemos hacer para salir de este lugar?
-Sí, cuando las cosas se ponen difíciles, en el cerebro humano se desencadenan respuestas automáticas: el miedo estrecha nuestra visión y nos cuesta más ver la realidad con todas sus oportunidades y soluciones creativas. Pero tenemos un cerebro adaptativo y muy resiliente, y podemos entrenarlo para serenarse, superar obstáculos y encontrar soluciones a los problemas. Por ejemplo, aunque tememos que nos pasen cosas difíciles, la realidad es que somos psicológicamente muy fuertes. Nuestro desafío no son las grandes crisis sino cómo gestionas lo pequeño, cómo te enfrentas a un atasco de tráfico, a una maleta perdida. Céntrate en gestionar bien lo pequeño, y verás que tu calidad de vida diaria mejorará deprisa.
-Usted escribe que cuando uno se enfrenta a los retos como si fuera un juego se obtienen mejores resultados. ¿Nos puede dar un ejemplo?
-Aprendemos mucho jugando, y no solo cuando somos niños. Sabemos que cuando se enfrentan a los retos como si fuesen un juego, los cuerpos de élite SEAL de la marina de Estados Unidos consiguen mejores resultados. Observa ahora mismo lo que te rodea como si fuese una película o un videojuego de la que eres un personaje clave. Decide qué cosas quieres conseguir, y recompénsate si lo logras. Te ayudará a tomar distancia, a disfrutar más y a centrarte en la resolución creativa de tus problemas.
-Estuvimos viendo más series, por ejemplo, una tras otra. ¿Es una búsqueda desenfrenada de lo placentero?
-No necesariamente. Si equilibras las series con una vida rica en todos los sentidos, las series pueden ser bien útiles. Nos ayudan a hacer muchas cosas: a distraernos y divertirnos, claro, pero también a descubrir perspectivas diversas, a reflexionar, a comprender, a descubrir... Hace poco leía un estudio que muestra que las parejas que comparten series sienten que tienen una vida social más rica- es decir, que algunos personajes de las series enriquecen sus vidas, les hacen sentir más conectados. Los humanos no distinguimos bien entre realidad y ficción, y a veces la ficción puede ser un recurso interesante y útil.
-Dedicamos mucha energía a estresarnos y ponernos ansiosos, ¿Es un círculo vicioso? ¿Cómo podemos ponerle fin?
-Tenemos un cerebro emocional, y eso quiere decir que hoy sabemos que las emociones forman parte de nuestra inteligencia, y que podemos entrenarlas como cualquier habilidad cognitiva.
Pero tenemos que recordar que nuestro cerebro está programado para sobrevivir y que, por ello, tiende a detectar, exagerar y memorizar lo negativo. Ese sesgo negativo nos carga con un exceso de temores y de pesimismo. Entender este sesgo básico es el primer paso para empezar a gestionar nuestra mente, en vez de ser esclavos de sus automatismos, sesgos y prejuicios.
-Usted habla de que la empatía universal ha recorrido nuestro planeta en este momento tan duro. ¿De qué manera se observa?
-Cómo dos boyas en una tormenta, durante la pandemia se han evidenciado dos características que habíamos enterrado bajo el ruido y la velocidad de nuestra vida moderna: que los seres humanos somos vulnerables, y que nuestra vida en comunidad- nuestra interdependencia física y emocional- es de vital importancia para nuestro bienestar, más allá de lo material. Y eso en parte lo vemos en la explosión de solidaridad y voluntariado que ha generado la pandemia.
Por ello digo que necesitamos convertir nuestras ciudadanías en verdaderas “cui-dadanías”, sociedades en las que ponemos los cuidados y los cuidadores en el centro de nuestras prioridades.
-¿Cree que será posible “bajar un cambio” en este mundo vertiginoso en el que vivimos hoy?
-Nuestra forma de vida, especialmente en las últimas décadas, está en guerra con nuestro planeta. Uno de los retos más urgentes para la humanidad es reconocer que no hay una salud para el humano y una salud para la naturaleza. Somos, como poéticamente sugiere el naturalista Joaquín Araujo, “un bosque que un día bajó por las ramas y echó a andar”. Necesitamos reconciliarnos y reconectar con el planeta que nos cobija y nos da vida.
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