Sin ninguna duda, el virus SARS-CoV-2 será más recordado por su irrupción global inesperada, que por su condición letal. A pesar de que la letalidad no fue baja -comparada con otras pandemias- y que el mundo ya superó los 2 millones de muertes, según precisa el mapa de la Universidad Johns Hopkins. Desde el comienzo de la pandemia, el neurocientífico argentino Facundo Manes no le perdió pisada al complejo análisis sociocultural de este fenómeno epidemiológico extraordinario y brutal, sobre todo por las secuelas que dejó -y seguirá dejando- en toda la humanidad. Allí la pospandemia, no solo se convirtió en un apasionante objeto de estudio, sino también en el puntapié para lograr las nuevas claves y desafíos de comprensión de este tiempo. Desde allí, Manes analizó los efectos de la “otra pandemia” por COVID -19, aquella de la salud mental.
En una entrevista exclusiva con Infobae, el prestigioso pensador y neurocientista señaló lo que él mismo considera como el saldo más negativo que dejará el nuevo coronavirus a la sociedad contemporánea: “Se avecina una pandemia de enfermedad mental que necesita una respuesta urgente. El virus está reconfigurando las relaciones de las sociedades con sus gobiernos y entre sus habitantes”.
Manes expuso, como pocos, una mirada anticipatoria sobre el fenómeno global y disruptivo de la pandemia: “El bienestar se construye y en ese sentido podemos formular algunas recomendaciones. Experimentar y aceptar emociones negativas es parte de nuestra salud mental. Significa que estamos conectados con lo que está pasando. Reconocer la complejidad de la vida puede ser un camino especialmente fructífero hacia el bienestar psicológico. Cada individuo podrá ser más flexible ante la adversidad y gestionar mejor las dificultades”. Esto propulsó el neurocientífico durante la pandemia, nos mantuvo en estado de alerta.
En los últimos días, el prestigioso neurólogo se refirió a la vuelta a clases de los niños, tema de debate que enfrenta posiciones y se sumó a las múltiples voces que piden el urgente retorno a las aulas: “La vuelta a las escuelas este año debe ser prioridad. No solo para brindar los contenidos curriculares y asegurar el derecho a aprender, sino también por la sociabilidad y el bienestar mental de los chicos”.
“Es indiscutible que debemos repensar nuestro sistema educativo. Por eso, luego de asegurar la vuelta a las escuelas, tenemos que dar un debate aún más profundo y desafiante: pensar qué tipo de educación queremos para nuestros chicos y hacerla posible”, añadió Manes en su cuenta de Twitter.
Además, advirtió: “Si seguimos poniendo en riesgo un derecho tan esencial como la educación, el 64% de chicos viviendo en la pobreza que tenemos hoy nos va a parecer poco en unos años. Perder la presencialidad de otro ciclo lectivo puede generar daños muy difíciles de reparar y somos un país demasiado pobre como para darnos ese lujo. No dejemos que la grieta y sus falsas dicotomías se lleven puesto el futuro de nuestros chicos”.
Para Manes, " No se trata de volver a la escuela solo para aprender contenidos. La educación ayuda a construir la identidad, a motivar el propósito y a potenciar los recursos cognitivos, emocionales y sociales de los chicos. Por eso, justamente, debe ser prioridad”.
La pandemia por el nuevo coronavirus dejó interrogantes que las ciencias sociales y las neurociencias se tomarán el trabajo de contestar. ¿Por qué la irrupción de la pandemia provocará que toda la humanidad viva un verdadero trauma social? ¿Cómo construir lazos, trama social y ciudadanía en un tiempo signado de incertidumbre? Para algunos incluso la amenaza que provocó el tiempo incierto del virus pudo haber sido estimulante. ¿Qué hacer cuando el miedo pareció ganar la primera partida de este tablero global sombrío que estableció la pandemia y que por definición paralizó la vida de muchos?
Manes trae al debate actual una idea potente que podrá ser un buen punto de partida para desentrañar la angustia y el hartazgo social: “Se deben hacer lecturas realistas sobre lo que está pasando. La empatía y la resiliencia serán las mejores herramientas para sobreponernos a este trauma colectivo. La fragmentación social y el ‘sálvese quien pueda’ podría llevarnos definitivamente al desastre”, señaló el neurólogo.
De acuerdo al reconocido experto, “reorganizar una rutina sostenible en el tiempo puede ser una de las claves para cuidar el bienestar mental durante la pandemia del COVID-19. En los primeros momentos de la irrupción del virus nos acomodamos como pudimos, pero ahora es necesario pensar en una forma de vida que pueda durar, aún con todas las restricciones existentes. Mantener horarios estables para despertar, comer, bañarse, hacer ejercicios, trabajar o estudiar. Es decir organizar nuestros ritmos sociales y biológicos, lo que favorece la estabilidad de nuestro ánimo. Esta organización incluye el cuidado de nuestro sueño en regularidad y cantidad de horas, lo ideal sería entre 7 y 8 horas y media”.
Trazar un camino
Las últimas cifras consensuadas por expertos en salud mental de Latinoamérica, España y Estados Unidos, advierten sobre la importancia de dar visibilidad a los trastornos mentales, ya que con la pandemia se evidenció un incremento en la depresión, ansiedad, estrés e incluso suicidios: 1 de cada 4 personas en el mundo sufre de trastornos mentales; el 40% de la población está experimentando síntomas leves de ansiedad y el 23% de depresión como consecuencia del aislamiento social. En el 2030 la depresión será la principal causa de discapacidad.
El neurólogo e investigador Facundo Manes dialogó a solas con Infobae: reflexiones e impresiones de un testigo calificado de la pandemia global contemporánea más grave de este siglo. “Si no abordamos el bienestar emocional de nuestra ciudadanía, se generarán costos humanos, sociales y económicos a largo plazo con enormes consecuencias. Es importante recordar en todo momento que no todos enfrentamos la cuarentena en la misma situación y hay poblaciones especialmente vulnerables, como las personas mayores, los niños y adolescentes y -por supuesto- los trabajadores del sistema de salud”, advirtió Manes, a la vez que puntualizó que “es muy difícil planificar mientras estamos en modo de supervivencia. Pero es vital pensar estrategias para cuidar, hoy más que nunca, la mayor riqueza del país: los recursos cognitivos y emocionales de todos nuestros ciudadanos”.
E insistió que es indispensable contar con un plan estratégico que sea integral y multidisciplinario y que nos dé cierta perspectiva apoyado en la evidencia científica, con datos fiables y que aborde la enfermedad mental a la par de la salud física. En otras palabras, las necesidades de salud mental deben tratarse como un elemento central de nuestra respuesta a la pandemia del COVID-19. También, en otro pasaje de la extensa y fructífera conversación con este medio, recalcó que “las autoridades deben tener la empatía para comportarse y comunicar en forma trasparente, responsablemente y con humildad, conscientes de que muchos ciudadanos los miran viviendo en la pobreza, habiendo perdido su empleo, con sentimientos de inutilidad, forzados al aislamiento, al hambre y aterrados por la supervivencia cotidiana de sus familias. Para finalizar, Manes aclaró que las autoridades pueden intentar mitigar las consecuencias mentales de la cuarentena ajustándola lo más posible, brindando información transparente, proporcionando suministros adecuados y dando pautas claras sobre las acciones a tomar.
“Por esto, las decisiones que se toman sobre cómo aplicar esta medida única son necesariamente novedosas, deben ser honestas y basarse en la mejor evidencia científica disponible. También, es imprescindible contemplar a las personas en toda su complejidad, porque, además del resguardo del contagio del virus, es fundamental cuidar nuestra integridad mental, emocional, socioafectiva y económica”, puntualizó. Su visión y sugerencias en diálogo con Infobae para fortalecer nuestra resiliencia de cara al 2021:
-Entramos en el 2021, aún con incertidumbres pero con más luz al final del túnel gracias al comienzo de las campañas de vacunación alrededor del mundo, esta afirmación cobra aún más relevancia. ¿Qué balance podemos hacer?
-Seguramente esta pregunta que me hacés nos la habremos hecho cada uno de nosotros estos días. Un balance medio extraordinario porque por primera vez coincidiremos todos en que estamos agotados. Porque hace meses que venimos enfrentando esta pandemia, haciendo cosas que no hacíamos y no haciendo aquellas cosas que estábamos acostumbrados a hacer. Casi un año de mantener el distanciamiento físico, algo casi “antinatural” para nuestra especie que es básicamente social, y llevar adelante todos los cuidados que nos recomiendan. Además, vivimos una crisis económica y tenemos que lidiar con un nivel de incertidumbre que nos estresa. Todo esto impacta en nuestra salud mental. Y es muy preocupante.
Con una sociedad “quemada” y un pueblo exhausto cuyos jóvenes parecen ahogarse en un mar de interrogantes, restricciones y preocupaciones, la salud mental de la Argentina deberá ser reconstruida, poco a poco, para que los males que aquejan no se conviertan en patologías crónicas.
“La empatía y la resiliencia serán las mejores herramientas para sobreponernos a este trauma colectivo. La fragmentación social y el “sálvese quien pueda” podría llevarnos definitivamente al desastre, señaló el neurólogo”, había afirmado durante una entrevista exclusiva con Infobae. “Es imprescindible contemplar a las personas en toda su complejidad, porque, además del resguardo del contagio del virus, es fundamental cuidar nuestra integridad mental, emocional, socio-afectiva y económica. Se avecina una pandemia de enfermedad mental y debe tener una respuesta urgente y prioritaria. Si no abordamos el bienestar emocional de nuestra comunidad, se generarán costos humanos, sociales y económicos a largo plazo con enormes consecuencias”.
-¿Cómo podemos cuidar el bienestar mental durante lo que resta de la pandemia por COVID-19?
-El contexto de la pandemia de coronavirus ha producido cambios en nuestra forma de vida que se han prolongado más de lo esperado y por lo que se atisba, se mantendrán todavía por períodos largos. Por ello, el cuidado de nuestro bienestar supone repensar cómo enfrentamos este escenario para fortalecer nuestra resiliencia. Además de reorganizar una rutina sostenible en el tiempo y buscar lograr las 7 a 8 horas y media de sueño con regularidad, cumplir el distanciamiento físico pero estar conectados con nuestros seres queridos mediante las herramientas tecnológicas que tenemos a disposición puede ser muy útil en el caso que debamos volver a esquemas de confinamientos más estrictos.
Hablar con las personas en las que confiamos nos hace bien, así como también mantener las redes sociales puede fomentar un sentido de normalidad y proporcionar salidas valiosas para compartir sentimientos, aliviar el estrés y la ansiedad. Las salidas presenciales al aire libre y manteniendo todos los recaudos sanitarios necesarios puede mitigar también el efecto de la soledad.
Al mismo tiempo es importante cuidar nuestra salud física, procurando hacer periódicamente actividad física y adoptando una alimentación saludable, a través de una dieta balanceada. Por otro lado, buscando atender los temas médicos no relacionados con el COVID-19 y que pueden causar mucho daño por su omisión. Los centros de salud cuentan con estrictos protocolos que permiten que una persona pueda concurrir a los chequeos y controles rutinarios y minimizar el riesgo de contagio. A su vez, para el manejo del estrés sostenido en el tiempo debemos seguir regulando la exposición a las noticias relacionadas a la pandemia y al coronavirus para evitar la sobreinformación.
-¿Es fuerte el impacto de lo que nos pasó todo este año en la salud mental?
-Desde el comienzo de la cuarentena, desde la Fundación Ineco, estamos trabajando en estudiar qué está pasando en la salud mental y encontramos que hay muchísimos síntomas de ansiedad, angustia, fatiga mental. Vimos que hay cinco grupos a los que debemos prestarles especial atención. Uno de ellos son los niños, las niñas y los adolescentes, que han sido muy golpeados por la pandemia al ver trastocadas sus rutinas y perder el contacto entre pares y la contención que brinda la escuela. Porque si bien muchos pudieron continuar con sus clases de manera virtual, como sabemos nada reemplaza el contacto cara a cara ni la relación que establecen los docentes con ellos en la presencialidad. Los últimos meses del año 2020 registramos que muchos se encontraban aburridos, desmotivados, con miedo y angustiados. Los adultos mayores son también de los más afectados porque además de ser grupo de riesgo al virus, ya antes de la pandemia muchos estaban expuestos a la soledad crónica.
Podemos decir que la soledad crónica es una epidemia previa al coronavirus y que se agravó por las medidas de aislamiento y prevención del virus. A medida que envejecemos, muchas personas se sienten solas con más frecuencia porque algunos han sufrido la pérdida de la pareja, viven lejos del resto de su familia y ya no tienen los vínculos laborales que brindan significado e identidad social. Este sentimiento, como dije, se vio profundizado por las medidas de distanciamiento físico. Las mujeres también están teniendo un impacto negativo en el bienestar por la distribución inequitativa del trabajo doméstico, que se ha incrementado por la pandemia y por el aumento en los casos de violencia de género. Otro grupo muy afectado es el de quienes trabajamos en el sistema de salud, los enfermeros, camilleros, los administrativos, los médicos, en especial, los intensivistas que por obvias razones se vieron sobreexigidos. Y las personas que viven en la pobreza y la indigencia y tienen que todos los días luchar por llevar comida a sus mesas atraviesan momentos muy duros. Como venimos insistiendo hace tiempo, debemos considerar la salud como un todo integral. Y en este sentido, la salud mental debe ser uno de los focos centrales frente la pandemia. Si no nos ocupamos de esto, los síntomas de ansiedad, de angustia, que por ahora son transitorios, se pueden volver crónicos. Y si esto ocurre tendrá un enorme impacto negativo para la recuperación que necesitamos como país y comunidad.
-¿Cómo evalúa lo hecho hasta acá? ¿Qué desafíos nos quedan por delante?
-Creo que para hacer evaluaciones hay que esperar a que termine todo esto. Estamos en una maratón que no sabemos si es de 42 km, de 50 km o hasta dónde: Lo que sí sabemos es que todavía no corrimos gran parte de la carrera y que todavía quedan tramos duros. Entonces la evaluación más precisa deberá ser una vez que pase todo esto, y todavía falta, cuando podamos tomar perspectiva y sacar conclusiones. Mientras tanto, uno de los grandes desafíos que nos quedan es unirnos, generar acuerdos para sacar el país adelante. Hace años que los argentinos transformamos todo en una lucha de facciones; todos los temas caen en la grieta. Hemos perdido el pensamiento crítico. Lo repito siempre que me consultan, la grieta nos hace más brutos y nos daña. Es una tragedia. Somos víctimas de lo que llamamos “razonamiento motivado” y evaluamos lo que sucede en función de cómo eso se relaciona con nuestra identidad de grupo: si un tema determinado es defendido por un grupo o una persona con la que no coincidimos, tendemos a desestimar la evidencia; o por el contrario, si es defendido por alguien con quien nos identificamos, lo asumimos como la única verdad posible. Y así, ninguno de los problemas que tenemos pueden ser resueltos. Lo más triste es que ganan muy pocos y pierde la mayoría. Yo creía que este tema tan dramático podía ser aquel que nos uniera y vimos en los últimos meses que ni siquiera, pero te digo que sigo teniendo esperanza en que nos demos cuenta de lo importante, que no es llevar agua para nuestro molino, sino el bienestar de todos.
Necesitamos recuperar el pensamiento crítico y basarnos en evidencia científica si queremos abordar de la mejor manera las múltiples facetas de esta crisis extraordinaria, generar acuerdos que abarquen a todos los actores de la sociedad civil, a todos los partidos políticos, al gobierno y a la oposición, empresarios, sindicatos, movimientos sociales. Debemos dejar de lado las mezquindades y los egoísmos. Necesitamos un plan estratégico que una a todos los argentinos en pos del bien común. Hoy vivimos la inmoralidad de que más de 20 millones de personas sufran la pobreza; el 64% de los niños y niñas de nuestro país se encuentran en la pobreza. ¿Cómo no podemos hacer acuerdos para solucionar esto? Una reconstrucción nacional era urgente ya antes del coronavirus. Los problemas estructurales se han profundizado aún más. No podemos culpar al coronavirus de no tener un proyecto de país, pero sí podemos aprovechar esta crisis para exigirnos un proyecto de desarrollo y equidad.
-¿Cuáles son las claves para pensar el futuro? ¿Cuál es el rol de la sociedad argentina en esa reconstrucción?
-El 2020 ha sido un año muy difícil que nos dejó grandes desafíos económicos, ecológicos, educativos, de salud. Frente a esto, las palabras más importantes para reconstruir la nación son “resiliencia” y “empatía”. La resiliencia es la capacidad para adaptarse y afrontar las adversidades. Cuando las sociedades atraviesan experiencias traumáticas como catástrofes naturales pueden superarlas gracias a la resiliencia colectiva. Nosotros necesitamos trabajar en equipo para salir de esta crisis más resilientes como sociedad. Así vamos a entender que nuestro destino está indefectiblemente ligado al destino colectivo y vamos a generar un sentido común de propósito y un espíritu de cooperación que nos lleve a un nivel más alto de integración. La empatía, por su parte, es fundamental en esto, porque se trata de la habilidad que tenemos como seres humanos para entender lo que piensa y sienten los demás, de responder a ello y actuar en consecuencia. Así, la empatía nos permite pensarnos como un todo social que necesita de los demás para salir adelante.
Entonces para ese gran acuerdo que debemos impulsar necesitamos de resiliencia colectiva y de empatía. Nuestro rol como sociedad es exigirles a nuestros representantes y a nuestros líderes que dejen de lado las mezquindades, las chicanas y el ventajismo para trabajar por un programa que aborde seriamente los problemas estructurales de nuestro país. Debemos, como sociedad, reclamar de una vez por todas por las preguntas importantes que tenemos que hacernos: ¿Cómo vamos a generar la confianza necesaria para la reconstrucción económica y social de la Argentina? ¿Cuál es la visión estratégica de país que vamos a acordar? ¿Cómo vamos a hacer para producir y exportar más? ¿Cómo vamos a hacer para estimular verdaderamente las inversiones en el país? ¿Cómo vamos a hacer para generar más empleo? ¿Cómo vamos a hacer para generar políticas de investigación y desarrollo que generen mucho más valor agregado? ¿Cómo vamos a insertarnos en la economía global post-pandemia, la economía del siglo XXI? ¿Qué Estado necesitamos? ¿Cómo vamos a modernizar el sistema tributario? ¿Cómo vamos a hacer para asegurar de una vez por todas que nadie tenga menos oportunidades de desarrollarse plenamente? ¿Cómo vamos a llevar adelante la revolución del conocimiento que contempla fortalecer el sistema educativo y universitario, promover la ciencia y la tecnología y favorecer su vínculo con el sistema productivo? ¿Cómo vamos a lograr un país que esté a la altura de las necesidades y capacidades de los argentinos y las argentinas? El 2021 nos abre nuevamente una posibilidad para afianzar la resiliencia y potenciar la empatía. Queda en nosotros poder aprovechar esta oportunidad histórica que tiene la Argentina.
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