Desde la emergencia del nuevo coronavirus, se gatilló una búsqueda desesperada de terapias que pueden salvar vidas. Se estudiaron tratamientos que ya eran indicados para otras enfermedades, y se empezaron a desarrollar otros nuevos. Ya se han llevado a cabo más de 2.800 ensayos con diferentes intervenciones hasta diciembre pasado, según la última actualización de la guía de de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Muchos de esos estudios permitieron descartar drogas que teóricamente funcionaban bien: ahora se desaconseja el uso de hidroxicloroquina y cloroquina en cualquier grado de severidad, y el lopinavir/ritonavir en pacientes con COVID-19. Pero otros ensayos aportaron pruebas para que sí se pueda indicar un tratamiento eficaz en el momento justo de la infección por el coronavirus.
No hay aún un tratamiento con evidencia científica que se pueda generalizar para todos los afectados. Algunos tratamientos sí pueden ayudar durante los primeros días de la enfermedad en ciertos grupos de pacientes, como ocurre con el plasma en personas mayores de 65 años. Otros fármacos solo se pueden recetar en casos de pacientes graves, como la dexametasona.
Desde América Latina y el Caribe, la investigación científica también aportó nuevos conocimientos para dar respuestas seguras y eficaces para los pacientes. El 10% de los ensayos clínicos sobre prevención y tratamientos para COVID-19 se habían realizado en la región, de acuerdo a un trabajo publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que evaluó los registros entre marzo y agosto pasado. Por ejemplo, dos de los estudios clínicos que evaluaron la eficacia de la terapia con plasma de pacientes recuperados se hicieron en la Argentina.
Pese a que hubo contribuciones, también se señaló que hay deficiencias en la organización de los ensayos clínicos en América Latina. “Aunque haya una pandemia, no está justificada éticamente la investigación clínica de medio pelo”, sostuvo una de las coautoras del trabajo, Carla Saenz, asesora regional en bioética de la OPS en Washington, Estados Unidos, en diálogo con Infobae.
“Hoy hay que considerar que el mejor tratamiento para COVID-19 es no adquirir la infección. Usar el barbijo, ventilar los ambientes, seguir distanciamiento, entre otras medidas, y las vacunas que ahora empiezan a estar disponibles son las medidas para prevenir más recomendables”, comentó a Infobae el doctor Eleftherios Mylonakis, profesor en enfermedades infecciosas de la Universidad de Brown en los Estados Unidos. Más allá de su primer consejo, Mylonakis consideró que hubo una carrera frenética por producir resultados para evaluar eficacia y seguridad de los fármacos y que el personal de la salud debe recordar que aunque haya una pandemia, sólo tiene que indicar tratamientos en base a la evidencia científica.
“Los medicamentos que se han estudiado se pueden diferenciar en tres grupos. Hay medicamentos para atacar la infección del coronavirus. Otros medicamentos para controlar la respuesta del sistema inmune y prevenir complicaciones, como dexametasona. En tercer lugar, hay tratamientos de soporte, que ahora se están investigando más porque se orientan a las secuelas a mediano y largo plazo que tienen algunos pacientes después de padecer la infección por el coronavirus”, afirmó Mylonakis, quien ha publicado diversos trabajos sobre COVID-19.
En el grupo de los medicamentos que apuntan directamente al virus, se encuentra el remdesivir. “Fue aprobado por la autoridad regulatoria de los Estados Unidos, pero tiene impacto limitado. También hay anticuerpos monoclonales, pero aún se evalúa sus beneficios”, insistió. En cuanto a la terapia con plasma, consideró que el estudio realizado en Argentina, liderado por Romina Libster y Fernando Polack, fue “valioso para saber que se debe administrar a personas mayores durante los tres primeros días de síntomas”.
En cambio, los resultados para el uso de ivermectina aún no son concluyentes. “Por el momento, yo no se lo doy a mis pacientes”, dijo Mylonakis. En tanto, el presidente de la Sociedad Argentina de Infectología, Omar Sued, consideró que la evidencia a favor del uso de la ivermectina -que se indica para enfermedades parasitarias- aún no es clara. “Solo hay estudios pequeños”, señaló. Se espera para fin de mes un estudio clínico con muchos pacientes para saber si esa droga puede ser realmente eficaz y segura en casos de COVID-19.
También aún está en curso otro ensayo clínico con la colchicina en la Argentina. “El estudio con colchicina está a todo vapor”, contó Fernando Botto, que forma parte del equipo que lo lleva a cabo de manera ad honorem en diferentes hospitales públicos y centros privados. Ya se sumaron 834 pacientes con COVID-19. “Nos interesa contar con una muestra grande para que los resultados sean precisos. Si no se hace bien un estudio, no colaboramos seriamente con la enfermedad”, expresó.
En tanto, otro tratamiento que se desarrolló desde Argentina es la inmunoterapia con suero hiperinmune equino. Ya fue registrado y autorizado para uso de emergencia por la agencia regulatoria de Argentina, la ANMAT. “A partir de este registro se aprueba su uso en pacientes con enfermedad moderada a severa COVID-19 en condiciones de pandemia, con consentimiento informado, ampliando el estudio de su efecto clínico mediante un Plan de Monitoreo de Eficacia y Seguridad consensuado con ANMAT”, informó la empresa biotecnológica Inmunova que desarrolló el tratamiento, con un equipo de científicos liderado por Fernando Golbaum, quien es también investigador del Conicet.
“A nivel mundial, aún se deben seguir desarrollando más tratamientos. Porque no todas las personas adhieren a las vacunas”, consideró el doctor Mylonakis desde los Estados Unidos. En América Latina, ya se aportó bastante, aunque la revisión de la modalidad de los ensayos clínicos sirvió para ver fortalezas como debilidades.
Entre marzo y agosto, se hicieron 202 ensayos clínicos en la región. Entre ellos, 27 se dedicaron a estudiar el uso del plasma de pacientes recuperados y 26 fueron con hidroxiclorina. Pero advierten que muchos de los ensayos han tenido muchas debilidades. “Al revisar los ensayos que se han hecho en América Latina, notamos que algunos investigadores aún no los registran en la base central de la OMS. El registro es necesario para garantizar transparencia y para que otros investigadores sepan qué se está investigando en otros centros”, afirmó la doctora Saénz.
“Durante este año de pandemia se demostró que una región como América Latina sí tiene capacidad para llevar adelante ensayos clínicos. Recomendamos trabajar en colaboración, pero los países sí pueden hacerlo. Lo que se notó es que puede haber una competencia entre los ensayos clínicos y las situaciones en que se quieren usar fármacos de uso de emergencia, sin evidencia. Por eso, queremos recalcar que el uso de intervenciones no probadas puede hacerse, pero hay que seguir pautas éticas que están establecidas. No vale todo. Los derechos de los pacientes están primero”, resaltó.
Para Saénz, la gente puede hacer mucho a partir de las lecciones aprendidas. “La población debe saber qué investigación clínica se está haciendo, y que se desarrolla siguiendo pautas éticas. Es importante tener un plan de involucramiento de la población para que pueda compartir inquietudes y preocupaciones. Otra cuestión que expuso la pandemia es que necesitamos comprender que participar en la investigación clínica es un acto solidario. Usamos medicamentos que se probaron con otras personas. ¿Por qué no participar también para que se desarrollen nuevos tratamientos?”.
Tras un año de investigaciones, el doctor Sued de la SADI dijo que los primeros meses de pandemia fueron “una frustación tras otra” cuando los resultados de los ensayos clínicos llevaron a que se descartaran medicamentos por ser ineficaces para COVID-19. “Hoy tenemos más claro cuáles medicamentos funcionan y en qué momento. Pero esta pandemia nos deja varias lecciones. En nuestra región nos tenemos que unir más para llevar adelante ensayos clínicos más grandes. Nos tenemos que olvidar de que se pueda encontrar un solo tratamiento como cura para la COVID-19, y necesitamos que se fortalezca más el rol del Estado para que pueda regular e informar sobre productos que no sirven como el dióxido de cloro, la vitamina D, las sales de plata, y la luz ultravioleta. En el caso del ibuprofeno inhalado, aún no hay evidencia para indicarlo”.
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