Cuando se implementaron diferentes tipos de cuarentenas alrededor del mundo, algunos -muchos- sintieron alivio. Alivio porque por un tiempo iban a poder distanciarse de ciertas personas; alivio porque no iban a tener que cancelar planes a último momento a los que habían accedido a regañadientes. Alivio porque iban a poder alejarse por un tiempo del ruido social.
“Es cierto que todos echamos de menos la vida social. Pero somos muchos los que solo añoramos la verdadera comunicación con personas con las que conectamos a nivel profundo”, escribe el psicoterapeuta y divulgador Luis Muiño en su libro La mente del futuro. Psicología para después de un confinamiento(RBA). “Sin embargo, hemos agradecido descongestionarnos de la cháchara que no nos resulta nutritiva. El coronavirus nos libró por un tiempo de ese jefe al que teníamos que hacer como que escuchábamos, de aquellos padres de amigos de nuestros hijos con los que dejábamos de expresar nuestras opiniones para no poner en peligro el mundo social de nuestros retoños, de ese otro compañero de trabajo con el que necesitábamos fingir complicidad en asuntos que nos resultaban indiferentes o de las parejas de nuestros amigos a las que preguntábamos por sus asuntos aunque las respuestas nos resultaran indiferentes”.
Hasta principios de este siglo -como explica el autor- la introversión era considerada insana. En El poder de los introvertidos en un mundo incapaz de callarse, la psicóloga Susan Cain cuenta que hasta bien entrado el siglo XX vivíamos en un mundo en el que era muy importante estar integrado en el colectivo. Pero según el psicólogo Dustin Wood, en las últimas décadas ha habido un vuelco cultural. La independencia de criterio y la capacidad de seguir nuestro propio camino aunque los demás nos miren mal se valoran tanto que, como afirma Wood, “el imaginario colectivo empieza a asociar la absoluta normalidad con problemas de salud mental”.
De esta manera, ha habido en los últimos años una reivindicación del solitario, del ermitaño al que el neuropsicólogo escocés David Weeks atribuye su vitalidad a lo que él denomina su “insultante felicidad” caracterizada por el inconformismo, el idealismo, la dedicación a aficiones propias muy particulares, un alto grado de tolerancia a la frustración y con mucho menos dependencia de las expectativas de los demás. Y este cambio de visión fue reforzado luego de que el mundo entrara en confinamiento por el coronavirus.
“Quizá, después de habernos pasado semanas encerrados por culpa de una pandemia, empecemos a pensar que la introspección es un fenómeno natural en el ser humano y que no tenemos que sentirnos culpables por masturbarnos las neuronas de vez en cuando. De ese modo, podremos dejar de huir de una vez por todas de nuestro yo interior y empezar a hacernos amigos de nosotros mismos”, dice Muiño, conocido por ser uno de los creadores de Entiende tu mente, el podcast de psicología en español más escuchado en el mundo.
En diálogo con Infobae, el psicoterapeuta con base en Madrid ahonda en la belleza de la soledad, cómo su percepción ha cambiado a través de los años, y el poder de la Quiet Revolution.
-¿Por qué, como dice el neuropsicólogo Leo Chalupa, la idea más revolucionaria hoy es tener, de cuando en cuando, un día de completa soledad para poder conseguir el funcionamiento óptimo de nuestro cerebro?
-Porque tener un día así de vez en cuando nos ayudaría a reconectar con nosotros mismos. Eso nos ayudaría a cuestionarnos lo que hacemos por buscar la aprobación social. Leo Chalupa plantea que ese ritual de soledad elegida nos llevaría a liberarnos de esclavitudes impuestas por la presión social.
-¿Por qué durante tantos años estuvo tan mal vista la soledad?
-Porque durante las últimas décadas se ha valorado más a las personas que mejor se venden. Se veía mejor a quienes se relacionan con cualquiera, porque creían que lo más importante era estar integrado en el colectivo. Se valoraba más a los que sabían “vender” su trabajo que a los que lo hacían bien. La introspección iba en contra de esa tendencia: lo que pensamos o hacemos en soledad no nos sirve para elevar nuestro prestigio social. El crecimiento personal íntimo y el disfrute privado no nos sumaban puntos en una sociedad que prioriza el “postureo”. Por eso, es estigmatizada la soledad elegida y se confundía con el aislamiento obligado de la persona que tiene problemas. En mi libro La mente del futuro, ayudo a entender cómo es la introspección sana y diferenciarla del aislamiento problemático.
-Esta estigmatización sigue ocurriendo. Incluso la sociedad parece tenerle lástima al que “está solo”.
-Exacto. Hasta el 2020, se consideraba insano elegir la cantidad y la calidad de las personas con las que nos juntábamos. Se valoraba como problema el que un soltero priorizara su independencia, que un trabajador no contara su vida entera a todo el mundo o que un estudiante no aspirara a convertirse en el “popular” de la clase. A pesar de que muchos psicólogos habláramos de la introversión como un rasgo sano de personalidad, la sociedad no avanzaba en ese respeto por la diversidad, porque estaba metida en una inercia extrovertida. En el imaginario colectivo, la soledad era de perdedores.
-¿De qué manera la cuarentena llegó para cambiar esta percepción de que la soledad es negativa?
-La pandemia nos ha permitido bajarnos de la “rueda de hámster” en la que pedaleábamos, dedicando un montón de energía al postureo social y al contacto con un montón de personas que no nos aportaban nada. Al estar obligados a detener esa inercia, nos hemos permitido encontrarnos con nosotros mismos y ver si disfrutábamos de la soledad. Muchas personas descubrieron que la intimidad les resultaba muy agradable y que solo echaban de menos a personas concretas.
-¿Por qué la soledad del confinamiento fue en muchos casos positiva?
-Porque nos permite conocernos a nosotros mismos, quitándonos la máscara que habitualmente llevamos en nuestra vida social. Y porque nos deja espacio para explorar nuevos mundos mentales, sin la limitación que representa la mirada de los demás. Muchos pacientes me cuentan que han descubierto estímulos personales que no hubieran hallado en medio de la rutina anterior a la pandemia.
-Mucha gente se dio cuenta de que no sabía cómo estar sola...
-Sí, al principio así fue. Muchos pacientes me hablaban, por ejemplo, de la perplejidad de tener por delante un fin de semana en el que habían quedado… consigo mismos. Escuchar nuestros propios pensamientos o decidir de forma independiente a qué dedicamos las próximas horas eran, para muchas personas, experiencias poco habituales antes de los confinamientos por la COVID-19.
-¿Qué es la Quiet Revolution que mencionás en el libro y qué fomenta?
-La “Revolución de los silenciosos” es una idea de la que participamos muchos psicólogos (Susan Cain, por ejemplo), que intentan eliminar el estigma que acompañaba a los introvertidos. Fomenta el respeto hacia aquellos que tendemos a seleccionar amigos y no estamos bien con cualquier persona. Los que necesitamos espacios de soledad y no nos gusta que se nos interrumpa con apariciones sorpresa o llamadas de teléfono; los que preferimos el tú a tú frente a los grupos grandes o el silencio a la saturación de ruidos. La idea es reivindicar que nuestra forma de ser es tan adaptativa y sana como la contraria, la de los extrovertidos.
-¿Cómo anulamos la presión social y aprendemos a “hablarnos a nosotros mismos”?
-Creo, como resumen, que las personas que se hablan y se escuchan a sí mismas saben decepcionar las expectativas de los demás. También son capaces de ser asertivos y recordar que tienen derecho a tener sus propios objetivos y opiniones, aunque los demás les quieran imponer los suyos. Y, por supuesto, se permiten tener sus espacios propios de soledad elegida que sólo abandonan para estar con personas que les resultan realmente nutritivas.
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