Durante la pandemia por COVID-19 se ubicó a las personas con obesidad entre quienes integran los grupos de riesgo para la enfermedad, es decir, entre quienes tienen una mayor posibilidades de sufrir un cuadro grave o morir en caso de infectarse.
De hecho, una publicación del British Medical Journal (BMJ) sugiere que existe evidencia creciente que indica que la obesidad es un factor de riesgo independiente para enfermedades graves y muerte por COVID-19.
Según la OMS, la obesidad es una enfermedad, una alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible. La obesidad cumple con todas estas características y además particularmente ha sido evidenciada su condición inflamatoria, a partir del aumento de un tejido adiposo disfuncional que explica el nexo con sus comorbilidades.
En el Reino Unido, una investigación que incluyó a 428.225 participantes -340 ingresados en el hospital con coronavirus confirmado, 44% de los cuales tenían sobrepeso y 34% obesos- y el estudio OpenSAFELY, realizado utilizando registros electrónicos de salud vinculados de 17.425.445 pacientes, 5683 fallecidos por COVID-19 (29% de sobrepeso, 33% de obesidad)- han mostrado una relación dosis-respuesta entre el exceso de peso y la gravedad de la enfermedad desarrollada.
Después de que se ajustaron los posibles factores de confusión, incluidos la edad, el sexo, el origen étnico y la privación social, el riesgo relativo de enfermedad crítica de COVID-19 aumentó en un 44% para las personas con sobrepeso y casi se duplicó para las personas con obesidad en el estudio de grupos.
Lo cierto es que existen múltiples mecanismos fisiopatológicos que explican esta predisposición, incluyendo presencia de un estado inflamatorio crónico, desregulación de la respuesta inmune, exceso de estrés oxidativo y producción aumentada crónica de leptina y asimismo, el tejido adiposo podría sobreexpresar el receptor de la enzima convertidora de la angiotensina, implicado en la invasión intracelular del virus.
De cara a la posible llegada de una vacuna contra el nuevo coronavirus son muchos los interrogantes de qué personas recibirán las primeras dosis de la fórmula. Pero lo que sí está claro es que muchos especialistas consideran que las personas con obesidad deberían recibir las primeras dosis.
Y es que de acuerdo a la investigación, la obesidad también puede alterar las respuestas inmunes, como se ha demostrado con el virus de la influenza, lo que lleva a una defensa debilitada del huésped y una mayor probabilidad de una tormenta de citoquinas con COVID-19. Finalmente, la obesidad disminuye la función pulmonar a través de una mayor resistencia en las vías respiratorias y una mayor dificultad para expandir los pulmones. Cuando los pacientes con obesidad necesitan ser ingresados en unidades de cuidados intensivos, es un desafío mejorar sus niveles de saturación de oxígeno y ventilarlos.
En este contexto, la Organización Mundial de Salud está creando directrices para la distribución ética de vacunas contra el COVID-19. Según Swaminathan, la experta de la OMS, la prioridad serán los que están en primera línea de riesgo, como médicos y policías, así como los más vulnerables a la enfermedad, que son ancianos y diabéticos, a lo que se añade las personas expuestas en zonas de alta transmisión como barrios marginales. “Hay que comenzar con los más vulnerables y luego vacunar de manera progresiva a más gente”, dijo.
Por otro lado, un comité de expertos que asesora a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), está considerando además dar prioridad a los trabajadores de industrias esenciales, a gente con determinadas afecciones médicas y a mayores de 65 años sin especificar si las personas con obesidad entrarán dentro del primer calendario de vacunación.
Lo que se sabe es que una vez que se obtenga una vacuna segura, que proteja del virus y no tenga efectos secundarios adversos, la gran pregunta es cómo se va a distribuir para 7500 millones de personas en todo el mundo y quiénes serán los primeros en recibirla.
“Sabemos que una vacuna COVID tendrá un efecto positivo en las personas obesas, pero sospechamos de todo nuestro conocimiento de las pruebas de la vacuna SARS y la vacuna contra la gripe tendrá un beneficio menor en comparación con las otras”, dijo Barry Popkin, del departamento de nutrición de la Escuela Global de Salud Pública de UNC Gillings, quien sugirió que los desarrolladores de vacunas deberían mirar los datos de sus ensayos clínicos para ver el efecto de la obesidad, incluso cuando tienen un beneficio general. “Quizás entonces tengan que considerar esto y hacer algunas pruebas en la vacuna para que funcione mejor para las personas obesas”.
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