A 11 meses de la aparición del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad que genera COVID-19 y que se volvió pandemia desde marzo, todavía queda mucho por aprender a nivel científico. Y uno de los temas que más preocupan a la sociedad es la prolongación de los síntomas de esta infección en pacientes que cursaron la enfermedad en forma moderada o severa.
La lista de enfermedades persistentes de COVID-19 es más larga y variada de lo que la mayoría de los médicos podría haber imaginado. Las secuelas reportadas en todo el mundo incluyen fatiga, latidos cardíacos acelerados, falta de aliento, dolor en las articulaciones, pensamiento confuso, pérdida persistente del sentido del olfato y daños en el corazón, los pulmones, los riñones y el cerebro.
Pero, ¿qué sucede con aquellos que nunca dejaron de presentar síntomas? El caso de una mujer de 43 años, que lleva más de 185 días con síntomas persistentes de COVID-19 tras haber sido contagiada de la enfermedad en la primera ola de la pandemia fue el puntapié inicial para estudiar el nuevo coronavirus. Es el perfil más frecuente de los enfermos del nuevo coronavirus de forma persistente, según una investigación de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y los colectivos de afectados LONG COVID ACTS.
El sondeo fue contestado por un total de 2.120 personas, entre el período de julio y octubre, de las cuales, 1.834 son enfermos que presentan síntomas compatibles de COVID-19 persistente o de larga duración. La mitad de los enfermos tenían edades comprendidas entre los 36 y los 50 años de edad.
Al 78% de los encuestados se les hizo prueba diagnóstica, siendo las más frecuentes la PCR que constató en un 73% resultado positivo. Se han registrado hasta un total de 200 síntomas persistentes que fluctúan en el tiempo, con una media de 36 síntomas por persona. Los síntomas más frecuentes, según el porcentaje de cada síntoma en relación al total de respuestas fueron:
-Cansancio/astenia (95,91%)
-Malestar general (95,47%)
-Dolor de cabeza (86,53%)
-Bajo estado de ánimo (86,21%)
-Dolores musculares o mialgias (82,77%)
-Falta de aire o disnea (79,28%)
-Dolores articulares (79,06%)
-Falta de concentración/déficit atención (78,24%)
-Dolor de espalda (77,70%);
-Presión en el pecho (76,83%)
-Ansiedad (75,46%)
-Febrícula (75%)
-Tos (73,2%)
-Fallos de memoria (72,63%)
-Dolor en el cuello/en las cervicales (71,32%)
-Diarrea (70,83%)
-Dolor torácico (70,12%)
-Palpitaciones (69,85%)
-Mareos (69,36%)
-Hormigueos en las extremidades 67,28%)
En cuanto a la afectación de los órganos, el 50% de los encuestados presentó 7 áreas afectadas, siendo las más frecuentes los síntomas generales (95%), las alteraciones neurológicas (86%), los problemas psicológicos/emocionales (86%), los problemas del aparato locomotor (82%), los problemas respiratorios (79%), las alteraciones digestivas (70%), las alteraciones cardiovasculares (69%), las alteraciones otorrinolaringológicas (65%), las alteraciones oftalmológicas (56%), alteraciones dermatológicas (56%), alteraciones de la coagulación (38%) y las alteraciones nefrourológicas (25%).
Experiencia del paciente
Las preguntas que hacían referencia a la experiencia del paciente sobre su estado de salud, el 50% lo puntuaba entre 0-5 sobre una puntuación de 0 a 10 (10 máximo nivel de salud). En cuanto al empeoramiento de su estado de salud, el 50% de lo calificaba entre 7-10 sobre 10 y su incapacidad actual la sitúan la mitad de los encuestados entre el 5-10 sobre 10.
Esto se traduce en una incapacidad notable a la hora de realizar actividades de la vida diaria por parte de los afectados de COVID-19 Persistente. Por ejemplo, al 30,43% de los encuestados le supone un esfuerzo o les resulta imposible el aseo personal; al 67,99% la realización de las actividades de casa; al 72,52% trabajar fuera de casa; el 70,12% tienen dificultades para atender a las obligaciones familiares diarias y al 74,65% le supone un esfuerzo o imposible el ocio con los amigos y otras personas.
La evidencia que existe por el momento de otros virus con la misma magnitud, especialmente la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), sugiere que estos efectos pueden durar años. Y aunque en algunos casos las infecciones más graves también causan los peores impactos a largo plazo, incluso los casos leves pueden tener efectos que cambian la vida, en particular un malestar persistente similar al síndrome de fatiga crónica.
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